domingo, 30 de junio de 2013

El coleccionista de encendedores.

La vida de Gabriel se basa nada más en una cosa, se basa en coleccionar encendedores.
Gabriel no es muy tímido, no es muy social y por sobre todo no es un artista. A él le gusta fumar, pero no por como se ve, no por como se siente y mucho menos por como sabe el tabaco quemado; Gabriel disfruta fumar porque eso le asegura tener un constante ingreso de encendedores vacíos. Cuando él se compra una cajetilla de cigarrillos le pide al cajero que le dé un encendedor del color que más represente algo. Algunos días este algo puede ser alegría, otros días puede ser frío, una vez fue sueño y normalmente es llanto. Gabriel no llora, no mucho aunque sea, pero siempre está en llanto. El coleccionista de encendedores es capas de llorar sin lágrimas y sin sal en la boca, es capaz de llorar a ojo seco cada vez que observa sus encendedores alineados en su pared, tanto en columnas como en hileras.

Gabriel ama sus encendedores, ama lo que representan para él. Pero no se pelea por ellos, ni siquiera cuando sus amigos bajo el efecto de drogas mundanas como el alcohol o drogas más pesadas como el LSD los rompen con la intención completamente banal de destruir algo frágil.
 Cuando esto pasa, Gabriel se espera a que todos se vayan de la escena del crimen y con sus manos, intentando no cortarse (para no manchar con sangre el colorido vidrio) examina uno a uno los fragmentos de sus amados encendedores para quedarse con los más apropiados. Solo él sabe juzgar cuales son los apropiados. Incluso cuando sus amigos ven los encendedores apilados uno sobre otro, lado a lado, en secuencias indefinidas colgando entre un marco de madera, atrás de un cristal protector, normalmente se quejan de como esos pedazos rotos degradan la llamada "obra de arte." Gabriel no se molesta por eso, claro, él sabe que esos pedacitos rotos, deshechos, abandonados y maltratados, son lo que forman su decoración, la cual él no llamaría arte.

Poco a poco Gabriel disfruta menos fumar. Su respiración ha envejecido, su cuerpo entorpecido y sus dientes han perdido su esmalte. Sus dedos están deshechos, tanto por las manchas amarillas creadas por los venenosos cilindros como por las cortadas creadas al recoger los pedacitos de vidrio colorido que él tanto aprecia. Pero él no se preocupa, él sabe que pronto dejara de fumar.
La gente, mejor dicho, su familia y sus amigos. Constantemente le dicen que eso no es cierto, que lleva fumando años y que si no ha parado antes no tiene por qué parar ahora. Él les dice que lo que pasa es que su colección ya casi está lista. Cosa que ellos por supuesto no entienden, ellos no conciben que su colección de repente esté lista. Ellos ven que Gabriel recoge cientos de encendedores rojos, solo recoge los verdes cuando están rotos y según ellos nunca se ha llevado uno amarillo, en sus ojos no hay manera que estas sean decisiones calculadas y que pronto su plan estuviera completo.

Gabriel les dice a sus necias compañías, sosteniendo un cigarro en la mano derecha y un encendedor rosa en la izquierda, que aquel cigarro que en ese momento tiene va a ser el último quieran creerlo o no.  Ellos ya no quieren cuestionarlo ni preguntarle nada, desde que comenzó a coleccionar sus encendedores él no ha sido el mismo y ellos lo sabían. Gabriel dio su última calada de humo y tiró su encendedor rosa al suelo para recodar lo frágil que es todo. Para recordar que la vida es efímera y que por eso no se deben buscar palabras complicadas. Gabriel mira a sus pies y nota como un fragmento de vidrio rosa tiene una forma un poco triangular, un poco corazonada, un poco rota y un poco perfecta. Se agacha y sonríe para después correr hacia su casa donde finalmente terminaría su colección.

Gabriel llega a su casa y cierra la puerta atrás de él respirando pesadamente esperando que nadie lo haya seguido, este era su momento. Tose un poco y baja el cristal que cubre su colección que ha trabajado durante décadas para sonreír al ver que el espacio que le falta por llenar tiene la forma un poco rota y un poco perfecta que tiene el pequeño vidrio en su mano. Gabriel se acerca a la colección, toma el pedacito de vidrio y completa su obra, llora un poco con lágrimas de verdad y acaricia a su amada. Gabriel se aleja un poco de la colección de encendedores que hasta ahora nadie le había visto forma y nota como había logrado replicar exactamente la cara de su hermosa Anastasia usando su propia técnica de collage. 

Gabriel pone el cristal protector de vuelta, descuelga el collage y se lo lleva a su cama, donde duerme acompañado por ella una vez más. Se despierta, finalmente se puede despedir de ella y lleva el cuadro a la casa donde a él le hubiera gustado vivir acompañado de Anastasia años atrás. Toca la puerta, la hermosa mujer abre, él la saluda, ella responde, él casi llora, ella no lo reconoce, él le regala los encendedores, ella agradece, él sonríe, ella cierra la puerta, él se retira y se come el primero de muchos chicles; dejar un vicio no es nada fácil.