miércoles, 10 de octubre de 2012

Con la tristeza solo se puede bailar

El escenario está a oscuras y se prende una luz que se concentra en ti. Miras al público ausente, a todas esas sillas que alguna vez fueron ocupadas y cierras los ojos. La música lenta comienza a sonar.
Mueves tu cabeza de un lado al otro, la música te libera, te orienta y te refuerza. Abres los ojos y levantas un brazo lleno de gracia. Este te dirige, se mueve a la izquierda con la musica y tus pies lo siguen, caes con las piernas abiertas al ancho de los hombros y levantas las dos extremidades.
La adrenalina te llena los brazos, el pecho y los pómulos de tu cara, eres un artista y estás feliz.
Tomas aire, te llenas tus pulmones de la fragancia de la nada y te das una vuelta en el aire.
El tempo que te guia se tensiona, la música está lenta y tú te pones pendiente de lo que pueda suceder, hay otra presencia en el escenario, negra y azul, sin cara pero con cuerpo. El tempo se acelera, estás ahora en un baile de a parejas contra tu voluntad.
Agarras impulso, te elevas del suelo como un venado que corre por el bosque y el bailarín sin cara te intercepta antes de caer. Su cuerpo se enrolla en tu torso, te estrangula físicamente pero tu alma ahoga. Juntos aterrizan y el té abraza por atrás, su mano te acaricia, su fría mano negra. Mientras recorre tu cuerpo con la oscura extremidad te quedas sin aire, sin ánimos; el bailarín negro te consume. El volumen de la música crece y giras descendiendo hasta el suelo, el bailarín sin rostro sale disparado al otro lado de la tarima.
Cada uno parado en un extremo opuesto, se miran fijamente, la música retumba y corren a su encuentro. Quedan pocos centímetros de distancia y te deslizas al mismo tiempo que él salta, ambos giran de nuevo. El baile continua de una manera hermosa, cada vez te cansas más, tus músculos queman y la boca te sabe a sal por tanto sudor. El bailarín de negro abre sus ojos por primera vez, son enormes y blancos, son honestos y consternantes, la tristeza no tiene rostro pero si que tiene ojos.
Tu tristeza es tan grande que desarrolló un cuerpo, un cuerpo negro y azul, ahora solo te queda bailar con ella. Ya entiendes que con la tristeza no puedes luchar, no puedes hablar y no puedes negarla. Solo puedes bailar con ella y aceptarla, de nuevo tomas aire. Te arden los ojos, ardor de sal, los músculos de tu mandíbula duelen por la forma en la que la has apretado. Inhalas con una fuerza digna de un maestro de yoga y corres hacia la tristeza. Ella corre hacia ti también, ambos saltan y se encuentran en un abrazo en el cual ambos tienen los pies en el aire. Están cayendo lentamente, giran sin control, ambos luchan por quedar sobre el otro. El tono de la música está más fuerte que nunca y caes encima de la tristeza. Su cuerpo comienza a desvanecerse mientras tus manos lo comienzan a consumir.
Los ojos de la tristeza desarrollan unas pupilas moradas y los ves por última vez.

Estás solo en la mitad del escenario, estas de rodillas y tu piel se derrite en sudor. Levantas la mirada al reflector unico en todo el auditorio y te sientes mejor, de tu ojo derecho cae una lagrima rosada.

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