No estoy en el cielo, ni estoy en el infierno. No soy un árbol y no veo el mundo a través de los ojos de una vaca. Me encuentro en un lugar árido pero húmedo, tan frío como cálido. Me encuentro frente a un río y en él flota una balsa. En la balsa se encuentra una figura, no muy alta ni muy robusta. Una figura con los rasgos que se esperarían ver en un animal viejo, o más bien en una flor marchita.
La figura tiene un libro en sus manos y parece molestarse con mi presencia. Ella me pregunta si tengo la cuota y yo intento recordar mis clases de literatura clásica de la escuela. Recuerdo el nombre Caronte y recuerdo el nombre Aqueronte. Si mal no recuerdo él es el encargado de llevarme a través de este río, si mal no recuerdo tengo que pagar una moneda de plata para que él lo haga. Y si mal no recuerdo nunca en mi vida he estado cerca de una moneda de plata. Caronte me pregunta si soy otro cristiano y lo niego con la cabeza. Me pregunta si creía en Shiva, y le digo que tampoco es el caso. Me pregunta si sé quién es él y le respondo con poca energía, él sabe que no le podré pagar y yo sé que tendré que vagar cientos de años sin descanso por ser pobre hasta en el inframundo.
Doy mi primer paso y le escucho reír, me da curiosidad qué lee, me inclino y me sorprendo al ver que el nombre Bukowski se encuentra sobre el papel.
Caronte nota mi mirada y me observa con autoridad. Sin pensarlo mucho le pregunto si Bukowski traía su moneda de plata y él me dice que no, pero que le regalo uno de sus libros para poder pasar. Le pregunto cuál de sus libros le regaló y el me muestra que la portada de su lectura dice "Mujeres".