domingo, 21 de junio de 2015

El color gris: un problemita de punto de vista

Yo siempre que leo, lo imagino todo en blanco y negro, y como con si todo se viera en un espejo. Es decir, si en el texto dice que hay un carro rojo a la derecha de la calle, yo veo un carro blanco oscuro en la izquierda. Pero yo se que es la derecha. Es algo así como cuando te ves en tu reflejo y te afeitas la parte derecha de tu cara. El reflejo se afeita su izquierda pero no realmente, y todos lo sabemos. Esa es la mejor manera en la que lo puedo explicar...
Cuando le cuento esto a la gente me dicen que seguramente no tengo creatividad, pero yo no creo que sea eso. Si mi imaginación no fuera buena no vería más que letras, mucho menos un universo exactamente igual pero orientado en otra dirección. Mierda, mi mente es tan creativa que consigo crear esta nueva característica que ni con palabras se consigue explicar.

Ya a estas alturas aprendí a vivir con este problemita, al final de cuentas me encanta leer y no voy a dejar de hacerlo por algo así. De una forma u otra esto me da una experiencia con cada lectura que simplemente sé que nadie más logrará replicar. Lo único que me molesta es que sé de lo que me estoy perdiendo. A ver déjame explicar, yo nací con este problema de punto de vista, pero no siempre lo tuve. Hubo un periodo más o menos largo pero un poco corto en retrospectiva en el que las cosas no fueron así. Si mi vida fuera una novela este capitulo de ella se llamaría Manuela y comenzaría en una tienda de libros/cafeteria/tienda vintage/ santuario alternativo/ mal juego de palabras.
En este momento de la historia yo no era más que un sarcástico pero bienintencionado cajero. Mi vida no era nada cercano a una fantasia pero tampoco me llamaba miserable. Estaba en la universidad estudiando una carrera cualquiera de esas que te preparan para ser un excelente ejecutivo, un artista resignado y de vez en cuando un padre. El aburrimiento me tenía trabajando y el dinero extra no me sobraba. Además el trabajo era bastante cómodo. La gente solía ir buscando un libro en especifico y si no era así me llevaba dos segundos recomendar uno que ellos no hubieran leído. Y en los tiempos medio entre interacción e interacción los administradores me dejaban tomar un libro de los estantes y ponerme a leer.

Los clientes nunca fueron nada del otro mundo. La mayoría venía por el café o a comprar un regalo a sus "amigos intelectuales". Y los otros "clientes" solían ser esas personas especiales que se robaban los libros ya sea por desgracias personales, por falta de adrenalina o por falta de voluntad para trabajar. Por esta gente se me ocurrió una idea que llevó a que mi jefe se llevara un premio firmado por el alcalde y que a mi me llevó a un aumento por mantener mi silencio. La idea era bastante simple, si una persona no podía comprar un libro se le dejaba pagar un peso y a cambió se podía llevar algún libro usado y una vez que lo hubiera leído se le pedía que por favor lo trajera de vuelta. En caso de que si lo trajera de vuelta se le permitía seguir sacando otros libros por el resto de su vida. Y si se daba el caso en el que un peso fuera demasiado se podía entregar algún libro a cambio. No importaba que tan viejo, que tan bueno, ni en que idioma estaba. Lo único que se les pedía era que no lo robaran a otra tienda, por obvios motivos.

No mucha gente utilizó la segunda propuesta, un peso no era mucho a cambio de una eternidad de libros impresos. Pero una que si utilizó la oferta fue Manuela, aunque para todos era claro que ella algunos libros podía comprar. Un día llegó a la caja  y me dijo que quería entregar un libro para poder comenzar a "rentar". Yo no le puse mucha atención al principio y le di su tarjeta de intercambio. Ella tomó un libro cualquiera y se fue antes de que realmente le pudiera ver la cara. Más tarde ese día vi que encima de la pila de libros a mi derecha se encontraba el nombre del autor que me obsesionaba durante esas semanas. Sin pensarlo dos veces lo tomé y lo comencé a leer y no lo dejé hasta que fue la hora de cerrar.

Pasaron unas semanas y Manuela entró de nuevo. Entregó un libro y se llevo otro, pero antes de irse me preguntó qué me había parecido. ¿Qué me había parecido qué? Pues ese libro, me respondió y por primera vez la miré. Manuela no era mucho que ver pero tampoco era nada a lo que se le haría mala cara. Tenía unos ojos grises enormes, una nariz ibérica, y una sonrisa lo suficientemente salida como para ser adorable sin ser equina. Le dije que me había gustado mucho su libro y que quería saber qué pensaba ella. Manuela me respondió que me diría en una semana, me quitó el libro del escritorio y se fue. Esa semana no hice más que leer poemas de las flores del mal. Esos poemas no estorbaban con mi problemita de punto de vista y me hacían pensar en Manuela. Aunque claro, todavía yo no sabía que ella se llamaba Manuela.

Las semanas pasaron y Manuela me invitó a su club de lectura. Cosa que desde el principio me hizo sentir incómodo. Mi imagen de un club de lectura era algo así como una congregación de madres solteras sentadas tomando té discutiendo los últimos trabajos de Nicholas Sparks. Eso o un grupo de pseudo-bohemios amantes del taboo por el taboo y que disfrazados de mar no tenían más profundidad que un charco. Afortunadamente mis ideas eran tan ridículas como sonaban y el club de lectura resultó ser algo bastante bueno. La gente era completamente ordinaria, por decir algo beige.
Los libros que elegían discutir siempre eran interesantes aunque no siempre nuevos y sus opiniones me abrían los ojos a una idea o me reafirmaban mi opinión. Mi único desagrado con la actividad era el esfuerzo que me costaba opinar. Me resultaba devastador tener que traducir mis cuadros mentales a los que yo creía ellos tenían y después discutirlos. Sin mencionar que al parecer era evidente para los demás que algo con mi mente no funcionaba del todo bien.
Una de esas tardes Manuela muy enojada se metió en el bus hacia su casa y me preguntó por qué yo no leía los libros. Yo aterrado le dije que si los leía y ella me respondió que se notaba que yo sabía los eventos de las historias pero que no se notaba que realmente las hubiera leído. Y en esto se fue el bus.

Pasó un día y Manuela fue a la tienda a leer. Me senté con ella y por primera vez a alguien le expliqué lo que me sucedía. Cómo leer para mi era diferente y cómo era posible que eso era lo que la había hecho dudar. Manuela parecía bastante emocionada respecto a esto y sonrió. Ella decía que mi problema era más una bendición, que yo tenía la capacidad de ver las cosas cómo las vería un perro en la calle presenciando las acciones de cada cuento, de cada historia. Después de esto Manuela me explicó cómo ella escribía cuentos cortos y me pidió que si los podía leer. Su idea era que yo podría ver cosas en sus historias que ella había pasado por alto y que eso la podía ayudar a perfeccionar su arte.  Y así fue como Manuela y yo nos volvimos socios.

Ahora, no les voy a faltar el respeto hablándoles de cómo un día besé a Manuela, no les diré sobre nuestras primeras noches, sobre nuestras primeras peleas, ni sobre cuando le pedí que se casara conmigo. Manuela y yo nos casamos sí, pero nuestra relación no se puede definir así. Ella era una fantástica escritora y yo después de acabar la carrera me volví en su editor y en su agente. Manuela se había ganado con sus ojos grises el universo paralelo que existía en mi cabeza. Ella me hizo ver mis defectos como virtudes y de un momento para otro me permitió ver. Ver el carro rojo a la derecha y entenderlo como un carro rojo a la derecha. Claro, después de ese cambio disfruté mucho más el club de lectura. Al cual Manuela, por cierto, dejó de ir. Muchas veces leíamos sus nuevas obras y eso la ponía mal. Eso y también las giras de sus libros la tenían viajando aunque sea veinte días al mes.

Yo le arreglaba sus giras pero nunca las tomaba con ella. Además de trabajar con Manuela también conseguí abrir una tienda de libros/cafeteria/sueño compartido. En esta usábamos la política del préstamo de libros y en esta nos reunimos el club de lectura recibiendo miembros nuevos todos los meses. Yo siempre había visto todos los libros en blanco y negro, y yo creo que por eso solo yo podía apreciar realmente los libros escritos a color. Para mí ese color era el aporte personal de Manuela y siempre que leía ella tenia sus palmas filtrando mis ojos. Irónicamente el poder apreciar tanto las obras a color me llevaban a apreciar a mayor nivel aquellas escritas en blanco y negro, en universos paralelos. Obras como la última de Manuela. Esta obra me hizo sentir, me hizo llorar, me hizo entender que Manuela había entendido todo mi sufrimiento y que lo había sabido proyectar perfectamente.

Un mes después de la publicación del libro, Manuela estaba en plena gira y el club se había reunido para discutirlo. Yo guié la discusión, me enfoqué en el uso del blanco y negro, en el efecto del paralelo e incluso dejé opinar a mis sentimientos mencionando mi vida personal. Hablé sobre el libro durante toda la hora y nadie más quiso opinar. Al acabar vi la cara de todos, y por primera vez sus miradas me hicieron sentir mal. Me miraban u ofendidos o con mucha confusión. Cuando les pregunté que pasaba uno de ellos se paró y me preguntó qué libro fue el que yo había leído. Todos estaban de acuerdo cuando dijeron que la historia era la misma, pero que no entendían a qué me refería yo con el llamado efecto paralelo, y me cuestionaban si tal vez mi versión del libro era una vieja, un primer borrador en el que no se mencionaba en absoluto el color.
Escuchando estas preguntas dejé de sentir sus miradas y su confusión, solamente sentía el frío. Nadie entendía lo que pasaba, pero a mi nadie tenía que explicármelo, a mi mente le habían robado el color.

Llegué a mi casa, a nuestra casa, y noté la maquina de mensajes titilar. Yo no necesitaba escucharla, yo sabía lo que los mensajes decían, yo no lo quería saber. Manuela había muerto, el avión de su gira se había caído, o tal vez un bus la atropelló, eso o una bala perdida, o un admirador enloquecido, una mujer celosa, un repentino paro de corazón. Ustedes no necesitan saber de que se murió, cuando lo que importa es que eso pasó. Y que ahora tengo una tienda de libros/cafeteria/sueño compartido/ corazón roto en dónde todos los libros están al revés y escritos en blanco y negro. Aunque no, eso no es cierto. Ahora que todo lo cuento, y que recuerdo cómo era el blanco y el negro antes de conocer a Manuela. Ahora sé que eso no es así. Mi problemita de punto de vista no me hace ver todo en blanco y negro, me hace ver los ojos de la niña que por el precio de un peso me cambió la vida.  Todo ahora lo leo diferente pero de todas maneras frío. Ahora todo lo leo en el nombre que Manuela le puso a la tienda después de un poema que le dediqué por mi amor hacia sus ojos. Ahora todo en ese mundo, que es el que realmente importa, es el color gris.