miércoles, 20 de febrero de 2013

Amigo guardian

Ojalá le pudiera decir. Pensé mientras Helena lloraba del otro lado de la mesa.
Pero ella todavía no ve las alas, si no ve las alas no le puedo decir nada.
Helena se sonó la nariz con una servilleta y se quejó del hecho que no podía existir un dios. Qué ningún dios dejaría que su vida se derrumbara de tal manera.
Le pasé otra servilleta y di una sonrisa forzada demostrando que no podía decir nada al respecto. Y es que ¿qué puede decirle uno a la persona que uno tiene que cuidar cuando claramente está en la mayor crisis de su vida? ¿Todo va a mejorar? Es posible que no sea así. ¿Estoy aquí para ti? Eso no le serviría de nada.

Después de un silencio incomodo, pagué por los cafés que habíamos bebido lentamente y dije lo único que le podía decir en ese momento para hacerla sentir mejor. ¿Te invito a tomar algo? Helena sonrío tristemente ante mi propuesta y nos paramos de la mesa. Como siempre dejé que Helena caminara frente a mí, últimamente las alas se me quedaban atoradas en las puertas y si yo iba adelante, Helena se extrañaría por el hecho que algo parecería evitarme avanzar. Era mejor que yo fuera atrás.
Una vez afuera, en la ciudad, camino a algún bar oscuro y barato. Uno se podía dar cuenta de lo lleno qué estaba el planeta de gente. Hombres, mujeres, niños, niñas, idiotas, putas, genios, princesas, y por supuesto gente alada. Claro, solo la gente alada puede ver a otra gente alada. Pero me resultaba impresionante como ninguna de las personas con alas parecían tener problema con estas, todos las llevaban limpias y no se les atoraban en ninguna parte. Yo en cambio no lograba pasar junto a un árbol sin terminar con hojas y ramitas ensuciando mis alas, las que no son fáciles de limpiar vale la pena aclarar. En ningún lado le enseñan a uno a limpiar sus alas, pero todos los demás las tienen blancas como perlas, ¿cómo hacen para lavarlas?

Ya en el bar, Helena se pidió un whisky con agua y yo un agua sin whisky. El alcohol era útil para conseguir alas, pero una vez que ya estabas alado el alcohol solo las ponía marrones y secas. No recuerdo cuándo fue mi última copa.
Helena volvió a hablarme de sus problemas y se detuvo un segundo para hacer énfasis en el hecho que ella no tenía más amigos aparte de mí. Y realmente no recordaba como me conoció. Yo si lo recordaba, pero no se lo iba a decir, eso no era parte del trato. Yo le dije que nos conocimos por azares del destino y ella dijo que yo era un imbécil por cuidarla, a lo que le respondí que solo era un imbécil porque solo así ella podría llegar a ser un ángel. Ella se río y me intento dar un beso.
La gente sin alas no nos puede besar a los alados. Esto no es una regla, sino un hecho. En el momento en el que sus labios debieron tocar los míos su boca me atravesó sin hacer contacto. Elle me miró sorprendida y me preguntó que pasaba. Yo le respondí que ningún dios podía permitir que ella me besara y ella me tiró su whisky violentamente. Si mis alas no estaban sucias antes, ahora seguramente estaban cafés.

Una vez que abrí mis ojos noté que Helena ya no estaba en el bar y salí a la calle para encontrarla en mitad de la calle llorando. ¡Helena! le grité y ella me levantó el dedo. No creo que me hayas entendido bien le grité y ella me preguntó que qué podía haber querido decir con eso. Yo le dije que yo sí sabía cómo nos habíamos conocido, pero que no lo podía decir hasta dentro de dos minutos. Ella me dijo que me fuera al infierno y yo le respondí que no era un lugar tan horrible.
Caminé atrás de ella y le dije que en treinta segundos podría explicarle cómo nos habíamos conocido. Ella se volteó y pude ver su cara. El maquillaje barato se le corría con cada lagrima que caía de sus ojos y su pelo parecía más frágil que el pétalo de una flor vieja. Su ropa llevaba siendo la misma durante meses y  había un poco de coca seca sobre su labio. Ver su cara tan hermosa y tan vulnerable me hizo llorar una lágrima de luz. Justo después comencé a contar, 5...4...3...2... ¿Por qué cuentas? preguntó y pasó el camión que acabaría con su vida.

Durante quince minutos mucha gente, morbosos, solidarios, aburridos, impresionistas, curiosos, policías, un conductor de camión, médicos y fatalistas. Rodearon el cadáver de Helena con ojos llenos de emociones distintas. Al final de estos quince minutos todos se fueron a seguir sus vidas. Una gente se llevó un cuerpo que creían tenía lo que quedaba de Helena y no hubo un solo ruido en la calle. Claro, al llevarse el cuerpo no se habían llevado a Helena. Ella estaba al mi lado llorando lágrimas de luz. Preguntando porque yo podía verla si ella estaba muerta y criticando que mis alas estaban muy sucias. Yo sonreí porque ella finalmente podía ver mis alas y le quite una ramita de las de ella.
Ambos nos levantamos en el aire hablando como viejos amigos y Helena me preguntó cómo nos habíamos conocido, le respondí que yo la había buscado, y ella me preguntó el porqué la había conocido entonces.

Para llevarte conmigo. Respondí.

1 comentario: