viernes, 27 de julio de 2012

Los inmortales de Nuevo Orleans

New Orleans era todo lo que él esperaba.
Las mujeres eran bellas, las trompetas sonaban como la suya cada noche y la cerveza estaba fría.

Él llevaba una semana sin fumar y la ansiedad lo estaba matando lentamente. Es irónico como la falta de humo en los pulmones llega a crear una sensación de fuego y ahogamiento.
En la cultura de su país tanto como en la de su país de hospedaje era fácil engañar a un local y festejar toda la noche.
Pero no en Nuevo Orleans.

En Nuevo Orleans, la ciudad de los inmortales, donde los bebedores de vida y manipuladores de magia habitan hace años disfrazados de personas mundanas. En esta ciudad donde solo al salir a la calle se escucha la pasión del Jazz y el romance de los sueños. Él no podía ir a festejar, él no tenia 21 años.

Él llegó al cuarto del hotel donde se hospedaba y se quitó los pantalones. Como el estaba solo no necesitaba pantalones puestos. Después de cambiar tiempo por literatura decidió llamar al servicio para habitaciones. Sentía antojos de langosta y vino pero solo le gustaba tomar vino acompañado y la langosta era demasiado para comer sin enfermarse.
Decidió no comer.

Las horas siguieron pasando y él entró en un estado de transe, en el cual no estaba quieto pero a la vez no hacia nada en absoluto. Durante sus pocas productivas actividades se encontró mirando fotos de la mujer. La mujer con la que tuvo una relación de cuestionable existencia. Una relación con un clímax intangible pero existente, la mujer que había desaparecido con elegancia y en silencio.

Él tenía el teléfono de celular de ella, pero no la iba a llamar. Ella había desaparecido a voluntad y no aparecería a menos que esta misma lo decidiera.
Él habló a su celular como a un amante, despacio, suave pero con decisión. Lo acerco a sus labios y le pidió que apareciera.
Después de darse cuenta de la falta de respuesta del inanimado objeto se acostó en la extravagante cama, extravagante como todas las camas de hotel.

Cerró sus ojos y escucho su celular. Obvio, era la mujer.
Él preguntó si lo había escuchado y ella afirmó.
Él no entendía, pero no quería hacerlo, de alguna manera la había contactado y eso era suficiente.
Se preguntó en voz alta si era telépata pero ella le dijo que no.
Ella había estado en el balcón del cuarto de hotel esperando durante toda la noche. Esperando que él la buscara para así volverlo inmortal.

Sorprendido, él salió al balcón y allí estaba, tal y como la recordaba. Cabello rojo y ojos de un color indefinido. Estaban en el piso once del hotel y solo el tenía llaves para entrar, él no sabía como había llegado hasta allí la mujer.
Al preguntarle, ella le dijo que nada era importante para los inmortales pues para ellos nada era imposible.

Él le dijo que ella no era inmortal, que no lo podía ser. Ella preguntó cómo podría saberlo. Él le dijo que hace mucho la conocía. Él no entendía que uno nunca puede saber si realmente alguien que aun está vivo es mortal o no. Nunca la había visto morir y si él moría antes tanto ella como todos los otros vivos podrían ser inmortales sin que él lo supiera.

Ella le mostró sus colmillos y él le beso la mano. Ella se excitó y le mordió la pierna desnuda. El dolor lo aturdió, pero la situación lo lleno de tanta adrenalina que él fue capas de cargarla hasta la cama mientras su pierna se desangraba.

Ella le hizo el amor de una manera que él nunca había experimentado, la divinidad del momento comenzó a convencerlo a él de que ella era inmortal, para él solo un dios podía amar así. Él no entendía que la inmortalidad no era solo para dioses, él no entendía que un dios podía morir.

Ella se recostó junto a él, pero su cuerpo estaba caliente. Él creía que los inmortales eran de piel fría, si ella no era fría tal vez no era inmortal.
Ella bebió de la herida en la pierna y él comenzó a sentir la muerte aproximarse. Él comenzó a envidiar la habilidad de no morir pero no estaba asustado, él no sabía que estaba sintiendo.

Ella drenó y él murió, pero luego ella besó la nariz. Pero realmente no era un beso, ella le estaba pasando el alma que le había robado junto con la sangre. Ella sabía que al irse la sangre el alma se iba también, por eso ella fue capas de atraparla y al devolverla sin la sangre ella lo volvía a él inmortal. Ya que él no tendría más sangre, su alma no volvería a escapar, el para siempre viviría, ella lo había vuelto inmortal.

Él la amaba a ella, pero no le creía su inmortalidad del todo. Él y ella hicieron el amor como dioses durante años y no envejecieron ni un segundo. Ellos estaban satisfechos y ahora tenían hambre. Ella mataba por placer sexual, él por el gusto que le daba ver quienes eran mortales.

Él no podía matarla a ella, el no podía saber si realmente era inmortal. Ella lo amaba a él, amaba su cuerpo y amaba su curiosidad. Él la amaba ella, su salvajismo y su hambre sexual.
Durante el sexo él quería matarla y esto la excitaba.
Ella tenía el cabello rojo por la sangre de sus víctimas, él tenía el cabello negro por su curiosidad, el día que su cabello estuviera blanco seria cuando él supiera completamente que ella era o no inmortal.

Ella a diferencia de la mayoría de los inmortales no se aburría con el pasar de los siglos. Él la mantenía entretenida con su curiosidad. Él a diferencia de demás inmortales nunca pensó saberlo todo, él siempre quiso saber si ella era o no mortal.
Sin que él lo supiera, la duda acerca de la inmortalidad había vuelto a su curiosidad, a su amante y a sí mismo. En ejemplos de lo inmortal.

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