domingo, 28 de octubre de 2012

Huele a rojo carmesí

Mientras me afeitaba, la luz del día se iba agotando. Pasaba la navaja por mi mejilla izquierda cuando por primera vez en meses me corté la cara dejando la sangre correr. Si uno pudiera oler las fragancias de los colores y de las consistencias, el carmesí de la sangre olería a pegajoso.
Me lavé la cara y la sangre dejó de caer. Me puse un poco de colonia anticipando el ardor en la cortada y me fui a mi armario para vestirme.
Para entrar al bar tendría que ponerme algún traje, por lo que me puse una camisa rosa pálido y un traje gris. Me puse un cinturón negro y mocasines del mismo color con un poco de tacón; un poco de centímetros de altura nunca sobran.

Saqué mi carro a la calle repasando en mi mente las direcciones para llegar a la casa de mi amigo, después me preocuparía en como llegar al bar. Me tuve que detener en un semáforo en rojo, rojo carmesí. El semáforo me puso nervioso, el rojo del semáforo olía a muerte y eso me dio desde miedo hasta rabia. Bajé la ventana con el botón y me prendí un cigarrillo; nunca he sabido si en esta ciudad es legal fumar y manejar a la vez, pero realmente en ese momento no me interesaba.
El semáforo cambió y yo acelere cigarro en boca. Recorrí un par de calles, di unas cuantas vueltas y llegué a mi primer destino.

Santiago traía un traje negro con camisa morada, se veía bien, se veía mejor que yo. Subió al carro y prendió un cigarrillo antes de saludarme. Me dio la dirección del bar y juntos hablamos mientras yo conducía. Santiago me habló de como últimamente la tasa de homicidios en la ciudad habían subido y de como teníamos que tomar precauciones. Me pareció un poco exagerado, pero lo escuché para entretenerme, no perdía nada y hasta de pronto aprendería algo nuevo.

Al llegar al bar dejé a Santiago en la entrada y me dispuse a buscar un lugar para dejar el carro. Al parar en una esquina cigarrillo en boca de nuevo, se me acercó una hermosa mujer que no podía tener más de  veinticinco años.
-Hola. Me sonrió. ¿Me podrías prestar algo de dinero?
-¿Para qué? Respondí instintivamente.
-El precio del lugar en el que normalmente dejo a mis víctimas subió y no me alcanza.
Esto también me lo dijo sonriendo, pero su sonrisa era otra. No era de cortesía si no de alegría.
-Pues para eso no tengo plata. Respondí. Pero si para invitarte a cenar.
Ella dudó unos segundos, se le veía en sus ojos cafés (¡qué fáciles que eran de leer!), pero después la duda desapareció de estos y la tan particular niña con todos sus olores se subió a mi carro.

La saludé con un beso en la mejilla y mientras lo hacía ella apoyó su mano en mi brazo, el sudor hizo que el rosa de la camisa se viera roja.
-¿Cómo te llamas? Me preguntó.
-Me dicen Teo, ¿a ti?
-Susanita.
-¿Ita?
-Sí.
Al acabar está breve presentación conduje hasta la zona rosa de la ciudad para tener la mayor cantidad de opciones de restaurantes posibles para que ella pudiera elegir una. Susanita quería carne.

Mientras comíamos, yo le hable a Susanita acerca de mi amigo Santiago y de como probablemente se molestaría al no tener quien lo conduzca de vuelta a su casa y ella río mientras cortaba su carne. Era impresionante la habilidad de esta mujer de ojos marrones para manejar el cuchillo haciendo finos cortes en la carne.
-Entonces, pregunté sonriendo. ¿Cuánta gente has dejado en este lugar que ahora cobra más?
-No podría darte una cifra exacta. Respondió ella con picardía. Cada semana pongo a alguien nuevo desde hace años.
-No debes tener mucho dinero extra si te cobran por esto.
-Por eso me disfruto tanto esta carne.
Reímos. Me gustaba mucho el humor negro de Susanita, poca gente puede hablar de muerte sin poner una cara seria.

El mesero se llevó nuestros platos ya vacíos y nos trajo un par de copas de vino tinto. Me molestaba el color del vino, ese color que debía oler a pegajoso, en ese momento decidí que no me gustaba el olor del rojo carmesí y por eso mismo me tomé el vino de un trago.
-¿Quieres ir a ver el lugar? preguntó Susanita aun sonriendo.
-Bueno vamos. Pagué y nos subimos al carro. Durante el viaje, me pregunté a dónde estaría yendo, no era posible que de hecho estuviéramos yendo a una fosa común o algo así.

Llegamos a un terreno baldío. Y lo comenzamos a caminar, supuse que era el lugar perfecto para besar a un extraño.
Susanita caminó hacia un hoyo y yo me pare junto a ella. Me metió la mano en el bolsillo de atrás del pantalón y dijo.
-Me gusta mucho el mundo de hoy en día.
-¿Por qué?
-Hoy en día, el humor de la gente llega a ser tan oscuro que uno puede hacer comentarios sobre muertes y a nadie le importa.
Noté el olor pegajoso a sangre que tenía la manga de mi camisa y sentí como Susanita sacaba la billetera de mi bolsillo trasero. La mire con disgusto y ella sonrío para después empujarme al hueco.
Caí y sentí como el dolor en mi espalda me inmovilizaba, miré a Susanita exigiendo una explicación y ella me dijo.
-Aveces la gente dice la verdad.
La mejor parte de morir por un disparo fue el olor a pólvora. Ya no olía a rojo pegajoso.

1 comentario:

  1. Lo leí hace bastante tiempo y siempre vuelvo, esta vez para mi clase de animación... ¿podría tomar prestado este escrito para darle vida en animación 2D? Es una historia muy buena
    Gran admirador de lo que escribes

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