Estábamos sentados, todos en un circulo de sillas desplegables negras. Todos fumábamos, y todos nos veiamos más o menos igual. Todos nos habíamos dejado la barba, a ninguno de nosotros nos creció realmente bien, todos nos veíamos como si hubiéramos trabajado en minas de carbón durante horas.
Todos teníamos el cabello más o menos largo para un hombre, pero más o menos corto para una mujer.
Todos estábamos tristes, todos estábamos furiosos, pero cada uno lo demostraba de una manera distinta. Esta era más o menos la rutina en nuestras reuniones.
Uno de nosotros lloraba en silencio, mojando su cigarrillo en lágrimas y prendiendo uno nuevo. No pasó mucho tiempo hasta que él tuviera que pedirnos a los demás que le diéramos de nuestros cigarrillos. La verdad esto no nos afectaba mucho, todos fumábamos la misma marca.
El imbécil este que lloraba, no hacía más que hablar de arrepentimientos, debí hacer esto, debí hacer lo otro, le debí haber dado tiempo, a ella no le quedaba tan fácil como a mí.
Esto fue todo lo que se necesitaba para que uno de nosotros explotara de rabia acumulada y se desquitara con el pobre lagrimoso. El pobre se vio atacado con frases como, es que usted es medio idiota, ¿cómo se dejó ilusionar? ella claramente no quería nada con vos... ¿Por qué hablaba de vos? Ninguno de nosotros hablaba de vos, y todos hablábamos más o menos igual. Otro de nosotros, el clásico niño del grupo que se cree cool y parece siempre desinteresado intercedió con un regaño hacía el lloriquetas y el enojón, pero el regaño se sintió como si estuviera dirigido hacía todos nosotros por igual. A ustedes lo que les falta es dejar la maricada. ¿Cuál es el punto de entristecerse, de enojarse? ¿Eso no la va a traer hacía ustedes o sí? Más bien agradezcan que tienen la experiencia y cigarrillos para revivirla. Y dejen de atacarse entre ustedes ¡Dios! se supone que vinimos aquí para hacernos sentir mejor.
¿Saben cuál es el problema? Dijo el tipo del que todos creemos se enamoro esta niña cuando nos conoció. Es importante resaltar que este hombre se juraba un profeta de su propia religión, y todos le hacíamos caso la mayoría de tiempo. Según él nosotros éramos más animales que la mayoría de la gente y en especial cuándo él estaba al mando. El problema es que nosotros, tenemos corazón de animal, de canino. Y por esto nos late más rápido. Ahora, dijo levantando los indices de ambas manos, como el corazón nos late más rápido. Nuestro mundo se mueve mucho más rápido al del humano promedio, com por ejemplo, el de esta niña. Ella nunca nos podría haber seguido el ritmo.
Esa es una excusa válida para callar al corazón, dijo ese tipo. Ese tipo que está en todos los grupos, el poeta. Este es el hombre que en cada una de las tutelas como estas en el mundo, tiene un verso que recitar, un órgano al cual apelar, ese imbécil que a todos nos ha convencido alguna vez de hablarle a una niña. De dedicar un poema, ¡de mandar un rosa, por dios! Esa es una excusa válida si queremos mentirnos a nosotros mismos. Si queremos negar el hecho que ella tiene un corazón con una cerradura más difícil a la que estamos acostumbrados. Yo digo que lo intentemos de nuevo.
Toda la sala se quedo en silencio demostrando desaprobación hasta que el más maduro de nosotros sugirió que fuéramos amigos con ella. Que en el mejor de los casos ella se arrepentía y en el peor nosotros ganábamos una buena amiga. Todos le tiramos tantos cigarrillos encendidos que creo que no volverá a hablar en mucho tiempo. Finalmente llegó el escritor, es decir yo mismo. Miró a los ojos a cada uno de estos seres y se dio cuenta de que todos sufrían. de que a todos les dolía, pero ninguno lo podía solucionar. En ese momento supo que era su deber recordarles quienes eran, lo que ellos podían hacer. Saco una maquina de escribir y redactó la reunión. Mientras él iba escribiendo a cada uno de los miembros de la tutela, estos iban descansando y volvían a sus roles diarios. El poeta volvía a su poesía, el espiritual a su yoga, el enojón a su critica social, el llorón a sus películas y el despreocupado solo siguió fumando.
Yo por mi parte, pues nada, aquí escribiendo. Mientras escribo de estos amigos míos, recuerdo que todos somos el mismo, que todos tenemos el mismo problema, y que para solucionarlo no es cuestión de escuchar a uno; no es cuestión de que uno resulte teniendo la razón. Si todos somos los mismos, todos debernos escucharnos, en nuestra propia manera todos tenemos razón. Aunque admito que todos me tienen cierto respeto, y que la decisión la tomo yo. No sé, escribo esto y sonrío, escucho a mis amigos con atención y escribo las últimas palabras. No tengo mucho más que hacer.
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