Ropa. De todo lo que se nos pudo olvidar llevar. Comida, cheques, música, audífonos, libros, comida para perro. De todo eso lo único que olvidamos fue empacar un poco de ropa. Y lo peor es que no nos llegamos a dar cuenta de esto hasta que en la mañana después de haber pasado la noche en un pueblito llamado Ciudad Altamirano. Desayunando en el pequeño restaurante de la posada me regué un plato de leche sobre mi chaqueta de jean y tuve la necesidad de cambiarme. Acabamos de desayunar primero, claro, pero después fuimos al cuarto en el que nos quedamos (yo dormí en el sofá ya que Eva pagó el hospedaje) y allí nos dimos cuenta que no solo no tenía otra chaqueta para reemplazar a la víctima de mi torpeza al comer, sino que no teníamos nada más que vestir. Mi respuesta a este predicamento fue tomar unas tijeras que estaban en la habitación y cortar las mangas de la chaqueta, después de todo en Sudamérica debía hacer calor, y solamente las mangas recibieron un daño notable por la leche. A Eva no le fascinó mi idea, me llamó torpe, y me forzó a pasar la tarde de ese día, sufriendo el calor de Ciudad Altamirano, esperando con Arturo en la entrada de muchas tiendas de ropa que todavía me sorprende hayan podido recibir la tarjeta de crédito de Eva. Y lo peor de todo era que no me podía quejar, al fin de cuentas, Eva me estaba comprando ropa nueva sin que yo se lo hubiera pedido. Y a caballo regalado no se le miran los dientes.
Después de todo el incidente, nos subimos de nuevo al Jeep, fuimos a llenarlo de gasolina y volvimos a tomar el camino hacia el puerto de Zihuatanejo. Era el turno de Eva de poner su música, cosa que me espantaba terriblemente, pero que al final resulto no molestarme en los más mínimo. Su música estaba compuesta por todas las canciones que todo hombre conoce, disfruta y oculta disfrutar a toda costa. Canciones de Cascada, Kelly Clarkson, y por supuesto Disney, nos acompañaron a lo largo de las autopistas del estado de Guerrero durante todo el día y también durante toda la noche que tuvimos que pasar en el tráfico sin nunca realmente llegar a enterarnos si es que sucedió un accidente o algo de esa naturaleza. Por suerte, y más que nada por la bondad de Eva yo dormí gran parte del tráfico en la parte de atrás del Jeep, aprovechándome del pelo de Arturo. Ella insistió en que yo había conducido sin parar todo el camino hasta ahora, y que lo mínimo que podía hacer era ocuparse de la parte tediosa. Yo no quise aceptar su oferta, pero había algo en Eva, una autentica amistad, o cariño, o un no sé qué que me forzaba a aceptar sus favores. Y por este efecto de ella me terminé recostando junto, o mejor dicho sobre Arturo, pensando en la mujer de los ojos oscuros y preguntándome en dónde se suponía que iba a encontrar mi corazón, si es que lo encontraba.
Por más que toda mi vida he sido un vago, siempre he sido de sueño ligero. El más mínimo movimiento o sonido siempre me ha logrado despertar, y por esto fue que un desafortunado resoplo de Arturo logro despertarme en la mitad de la madrugada todavía en este tráfico mexicano. Abrí mis ojos delicadamente y no moví un músculo, pretendiendo volverme a dormir. Pero mi atención se la llevo la voz de Eva que preguntaba si ya me había quedado dormido. Decía que le gustaba hablarle a la gente cuando dormía por que solo ahí la gente escuchaba sin poder responder y solo ahí podía decir las cosas que no se quería guardar, pero que le daban miedo decir en voz alta. Yo me quedé inmóvil y cerré mis ojos en caso de que Eva volteara a verme entre sus frases. Lo más apropiado hubiera sido decirle que estaba despierto, que la escuchaba y que lo mejor que podía hacer era callar, pero no lo hice. Quería escucharla y quería saber lo que me iba a decir. Yo en nuestra adolescencia más de una vez sospeche que ella sentía interés por mí, y más de una vez consideré posible sentir algo por ella también, pero nunca lo confirmé. Tal vez finalmente podría confirmar mis sospechas, poner en práctica mis consideraciones, y tal vez así, allí en la mitad de la autopista de guerrero encontraría yo mi corazón. Eva continuó hablando y dijo cosas como que era muy tonto extrañar a alguien cuándo había hablado con esa persona hace tan poco tiempo, y que ella sabía que podía verme si quería, pero que era su propia decisión no hacerlo, para poder así extrañar. Después guardó unos segundos de silencio y cambió su tono de voz. Preguntó si estaba despierto, y mi corazón se helo. Agarre un poco fuerte a Arturo y en voz alta le pedí perdón. Eva volteo a verme con cara de sorpresa y con su teléfono en su mano izquierda.
-No te preocupes.- Me dijo. -Mi amor por Luis Esteban no es secreto, y fue culpa mía que me escucharas.-
No le respondí nada, ¿Qué podía decirle? ¿Pensé que hablabas de mí, pero no te preocupes? no. No podía decir nada, murmuré unas palabras que fueron incomprensibles a propósito y respiré fuertemente. Eva le dijo a su teléfono que no había sido nada, que Daniel había hablado dormido, pero que era mejor que colgara. Le mandó un beso a su hombre y dijo unas palabras muy bajito, seguramente para que no la oyera yo. Pero claro que la escuché, y acepté para mi mismo que si esas palabras me las llegaba a decir alguien a mí, esa persona tendría e iba a ser la mujer de los ojos felinos oscuros. El día siguiente desperté todavía en la parte de atrás del Jeep, cerca al mediodía pero sin la compañía ni de Arturo a mi lado, ni la de Eva en el puesto del piloto. Me bajé del carro para darme cuenta que estaba en un estacionamiento frente al mar. Caminé hacia lo que parecía un restaurante de muelle y allí encontré a Eva bebiendo agua con hielos con una pajilla, y girando unos lentes de sol que parecían finos en su mano derecha. Me acerqué a ella, saludé a Arturo que estaba amarrado a las patas de la mesa y recibí los lentes que Eva me ofreció al instante.
-Un regalo de Luis Esteban.- Me dijo orgullosa. -Esta agradecido por que me sacaras de la casa mientras él regresa.-
Tomé la correa de Arturo, bebí un poco de agua, y me fui sin agradecer los lentes (que todavía uso en toda honestidad) a preguntar los detalles para embarcar a nuestro siguiente destino. Afortunadamente llevaba a Arturo conmigo, ya que el encargado del día lo vio y me preguntó si pensaba llevar "a ese perro también". Pues para hacerlo necesitaba sacar un "permiso internacional" y necesitaba "los documentos del animal." Experimenté el sentimiento que siente un adolescente cuando pide prestadas monedas para poder comer algo de la maquinitas, y esta se queda atorada en los odiosos aros negros, robándose así el dinero y las esperanzas de un joven.
Saqué mi teléfono de mi bolsillo y vi con desprecio todas las llamadas perdidas de Carlos. Era momento de llamarlo de regreso.
jueves, 29 de mayo de 2014
martes, 27 de mayo de 2014
Parte 1
Un día,
saliendo de mi casa, me enamoré. Salí de mi casa para caminar un poco, o para
comprar una bolsa de pan. El porqué salí de mi casa no era realmente
importante, ya que en todo caso me enamoré una vez que pisé la estación del
metro y frente a mi vi a una mujer con ojos felinos oscuros.
Para mí los ojos felinos, como regla, siempre
tenían que ser azules o verdes, y en casos muy remotos podían ser ojos
amarillos. Pero los ojos de está mujer eran negros, y a mí me parecieron
felinos, así que decidí que estaba enamorado de ella. Una vez tomada esta
decisión, lo siguiente era planificar que iba a hacer al respecto. Podía
haberme acercado y haberle preguntado su nombre. Pero si hubiera hecho eso
hubiera tenido que hablarle de algo, haber parecido interesante y no estaba
preparado. También pude haber sacado su teléfono de su bolso, siempre he sido
ágil con la manos, y después haberle preguntado si era suyo. Pero si me
llegaba a ver sacándolo de su bolso, hubiera pensado que era yo un ladrón, y ya
nunca habría podido conocerla. Finalmente decidí preguntarle a un conserje que
encontré a mi derecha desocupando una bolsa de basura, si esa mujer venia lo
suficientemente seguido como para saber que días y a que hora pasaba por aquí.
El conserje, buen observador de su territorio, me dijo que todos los días de
trabajo esta mujer se subía al metro más o menos a esta hora. En ese momento no
me perturbó que el conserje conociera a tal detalle el horario de la mujer de
los ojos felinos. Pero ahora si lo siento un poco extraño.
Me subí a mi metro y mientras miraba por la
ventana tomé una decisión. Ya sabía que iba a hacer para ganarme los ojos de
esa mujer, iba a darle algo tan único como ella, algo que no se podría
conseguir en ningún otro lugar, decidí darle mi corazón. Con esta decisión en
mente, me bajé del metro dos estaciones antes de lo planeado, camine hacía el
norte sin desviar mi mirada de mi meta y en poco tiempo llegué a un hospital.
En este hospital trabajaba mi hermano, el hermano que sí había puesto atención
en clase, el hermano que sí había ido a la universidad, y que ahora trabaja
como cirujano. Dentro del hospital fui directamente hacía los elevadores,
presioné el botón que me llevaría al séptimo piso y me decepcioné una vez que
se detuvo en el segundo piso para que entrara una señora ya arrugada y una
jovencita de más o menos diecisiete años. Seguramente la mujer arrugada era su
abuela, pero la pregunta era quien acompañaba a quien. Nunca lo supe.
Me bajé en el séptimo piso, y entré en la oficina
de Carlos. Carlos siendo mi hermano, claro. Una vez que entré, no esperé un
segundo para contarle lo sucedido. Le conté sobre la mujer de los ojos felinos.
Le dedicamos unos quince minutos a la discusión de si realmente era posible
tener ojos felinos sin ser claros, y al final llegamos a la conclusión de que
era posible siempre y cuando la cara de la mujer fuera simétrica. Después le
conté sobre mi conversación con el conserje y finalmente le dije mi idea. Le
dije que me quería quitar el corazón para dárselo como regalo. Apenas Carlos
escuchó esto, rompió a reír, lo que se me hizo muy raro. Carlos era el hermano
inteligente, y el hermano con plata, pero siempre había sido igual de romántico
que yo. De pequeños escribíamos juntos nuestros poemas, y los dos lo entregábamos
a diferentes niñas. De jóvenes nos metíamos a las floristerías, uno distraía a
los trabajadores y el otro robaba un ramo de flores que después le regalábamos
a las mujeres más bellas del día. Si alguien podía entender mi necesidad de
quitarme el corazón era él, pero se estaba riendo.
-Disculpa que me haya reído. - Dijo Carlos. -Pero
somos demasiado iguales. -
Después de decirme esto, Carlos me explicó que él
hace años había tomado la misma decisión, y que la verdadera razón para haber
estudiado medicina, y haberse especializado en la cirugía, era sacarse su
propio corazón. Yo me alegré al escuchar esto, y se lo hice saber al darle un
brusco abrazo. Pero después vi en su cara una solemne seriedad. Le pregunté si
él había tenido éxito en su intento y él me dijo que no. Cerró la puerta de su
oficina y me dijo que me iba a contar un secreto que una vez graduado, le
habían obligado a conservar.
-No tienes corazón, Daniel- Me dijo mi hermano.
-Ningún humano tiene. -
Esto por supuesto me sonó estúpido. Durante
milenios los humanos habían estudiado al corazón. Existen las cirugías a
corazón abierto, todos los febreros se cortan corazones de papel, los
marcapasos son algo que todo el mundo conoce. Mierda, ¡hasta en la escuela los
niños aprenden del corazón, de sus partes y de sus funciones! Le expresé estos
pensamientos a Carlos, y el con una mano en mi hombro me dijo que no sabía que
decirme, que las cosas eran así y que no sabía por qué los médicos mentían al
respecto. Yo le pregunté, que entonces por qué la gente herida en el pecho
moría siempre, y el me dijo que eran los pulmones. Le pregunté por los
marcapasos y me respondió que el ritmo cardiaco si existe, pero que nada más no
es culpa del corazón. Le pregunté por los corazones de papel, y el me dijo que
tenían la forma de las nalgas de una mujer agachada, no de un corazón.
Yo no sabía que decirle y el vio el desasosiego
en mi cara. Me preguntó si podía ir a cuidar a Arturo un rato y me ofreció las
llaves de su carro.
Tomé las llaves de su Jeep y conduje hasta su
casa casi sin pensarlo. Al abrir la puerta Arturo, el husky siberiano de
Carlos, me tiró de un golpe y me comenzó a morder la camisa. Él siempre me
saludaba así. Entré a la casa, y le serví un poco de comida en su plato de
metal. Mientras él tragaba casi sin respirar, me pregunté si él tenía corazón,
le toqué el pecho para buscar su pulso, pero acto seguido Arturo me atrapo mi
mano en sus fauces. En reacción al ataque, le metí un golpe en el hocico y fui
a lavarme la sangre en el lavaplatos de Carlos. Frente a este había una ventana
que dejaba ver otra ventana, y en esta se veía a una mujer. Una mujer que no
podía ser muy alta, ya que solo se le veía la cabeza, una mujer que tenía el
cabello dorado, no, marrón, no, tostado. Ah no recuerdo el color de su cabello.
Mientras yo la miraba por la ventana, lavando la sangre de mi mano, la mujer me
vio con sus ojos grandes y me saludó con una enorme sonrisa. Yo no entendí su
alegría, su amistad inmediata, pero le regresé el saludo y la sonrisa. Le grité
si quería venir, y ella me gritó que sí antes de desaparecer de la
ventana. Poco después Arturo y yo escuchamos unos golpes en la puerta.
-¡Daniel!- me saludó la pequeña mujer dándome un
fuerte abrazo y apretando su cabeza contra mi pecho.
Esta mujer me conocía, pero yo no tenía la más mínima
idea de quien era.
-¿No te acuerdas de mí, asno? Me preguntó e
inmediatamente recordé su cara. Recordé su extraño tono de cabello y Eva, su
nombre. Me reí, ella me golpeó, la abracé, ella me contó que se había casado
con un tal Luis Esteban que estudió con nosotros, pero que él estaba en un
viaje muy largo de negocios. Yo le pregunté si ella tenía corazón y ella me
volvió a golpear, Arturo le gruñó y yo le expliqué lo que acababa de pasar.
Ella me creyó inmediatamente (cosa que no es normal de Eva) y vi que su cara se
llenó de tristeza. Bueno, de tristeza no, de rabia, pero esa era su tristeza.
Le dije que tenía una teoría, ella me preguntó
cuál era. Le dije que yo creía que tal vez no teníamos corazones pero los podíamos
encontrar. Ella me preguntó donde y yo le dije que el primer lugar era Punta
Desengaño. Eva me preguntó que por qué ahí, y le respondí que Punta Desengaño
quedaba en Argentina, entonces tendríamos que recorrer Sudamérica y que eso nos
iba a dar muchos lugares para buscar. Y si en Sudamérica encontrábamos nada,
desde Punta Desengaño podríamos irnos a Europa.
Eva estuvo de acuerdo con mi teoría, dijo que
ella podía poner sus ahorros si yo ponía el carro y si yo estaba dispuesto a
manejar. Por primera vez amé a mi hermano por desconfiar de mí y guardar él mi
pasaporte en su casa. Tomé mi pasaporte, las llaves del Jeep de Carlos, el
collar de Arturo, una bolsa de comida de perro, el plato de metal y me subí al
carro mientras Eva iba a hacer no sé que en su casa. Una vez que ella regresó
se subió al carro, preguntó el nombre de Arturo y le pedí que pusiera en su
teléfono esa aplicación que todo el mundo usa para moverse por la ciudad, y que
hiciera que su aparato nos guiara hasta Zihuatanejo en donde subiríamos el Jeep
a un gran barco y nos tomaríamos
seis días en llegar hasta Cartagena de Indias,
donde comenzaría nuestra aventura sudamericana.
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