-No sé si no te creo, o si no te quiero creer Daniel.- Dijo la voz de Carlos desde su celular con tono de derrota.
-¿Dónde dices estar?-
-Zihuatanejo.- Respondí murmurando con un poco de vergüenza. -Carlos... Tengo que pedirte algo.-
-¿Quieres dinero verdad?-
-No, necesito otra cosa.-
-Te acabo de transferir a tu tarjeta todo el dinero que vas a necesitar para recorrer el mundo dos veces.-
-Gracias Carlos, pero...-
-Pero esta es la última vez Daniel.-
-Lo aprecio, pero déjame hablar.-
-No te quiero escuchar, disfruta el dinero, disfruta tu viaje, regresa a mi perro, regresa mi coche y entiende que ya no te volveré a dar la mano desde hoy.-
-Carlos.-
-No, adiós.-
Llamar a Carlos resultó muy diferente a todo lo que esperaba. Se suponía que al llamarlo, él me daría un regaño, me preguntaría mis intenciones y finalmente entendería todo para después darme la documentación de Arturo. Pero en lugar de esto, Carlos no me regañó, me transfirió mucho dinero y me dio la espalda por primera y última vez. Mis sentimientos no podían confundirse más. Por un lado estaba frustrado por no haber progresado nada en el caso de Arturo, por otro estaba triste por perder el apoyo de mi hermano, y por otro estaba muy tranquilo y cómodo con este nuevo capital en mi cuenta bancaria.
Caminé hacia las mesas en donde estaba Eva y le conté que Carlos no quería saber nada de mí y que no había podido conseguir los documentos de Arturo. Ella me miró con cara de condescendencia, como si este resultado hubiera sido terriblemente predecible y me pidió mi teléfono para después irse caminando con este entre sus dedos.
Miré a Arturo y me sentí culpable, no era culpa suya estar aquí, seguramente tenía calor, pobre perro de nieve en este clima tan caliente. Él ahorita debería estar en su casa, tomando agua de llave, comiendo comida con sellos de recomendación y ladrándole a los pájaros de las ventanas. No aquí, no amarrado a una mesa mientras que el mar se burla de él. Y lo mismo pasaba con Eva, ella no debía estar conmigo, ella era una mujer enamorada, con una buena vida y con un buen futuro. Ella no tiene lugar aquí, jugando a ser mi niñera, comprándome ropa y dándome de comer. ¿Cuál es mi problema? ¿Por qué yo, en lugar de joderme solo a mí, me tuve que llevar también la tranquilidad de las vidas de estos bellos seres?
-Perdón- Murmuré mientras me ponía de rodillas y apoyaba mi cara en el pelo sucio de Arturo. -Perdóname por traerte conmigo.-
Arturo, confundido por mis movimientos, se intentó mover para evitar mi contacto. Pero no se lo permití, lo tomé con mis brazos y lo presioné contra mi pecho. Tal vez había perdido a mi hermano, pero todavía tenía una parte de él conmigo en su perro y no la pensaba dejar ir pronto.
Decidí que necesitaba estar solo un tiempo, o mejor dicho, solo con Arturo. Lo desamarré otra vez de la mesa y me fui hasta el Jeep de Carlos. Me quité mis zapatos, me quité mis calcetines y me quité mi reloj. Después de esto me fui con Arturo a caminar por encima de la arena y a escuchar a las olas pelear con el continente. Solté la correa de Arturo y lo vi salir corriendo. Era impresionante verlo, sus orejas giradas para atrás, sus piernas perfectamente coordinadas y su cola levantada. Poco a poco se alejaba más y poco a poco me quedaba más difícil mantener mi vista en él. El calor se sentía bien en mi cara, la brisa refrescaba lo que el sol atacaba y no pude evitar que mi cuerpo se tirara a la arena a descansar. Por unos momentos olvidé que era la sociedad, olvidé que era el humano, y me pregunté si yo podía realmente ser parte de esta especie. Lo que sabía del ser humano no era mucho, sabía cómo se ven los humanos, y yo me veía como uno. Sabía cómo hablaban los humanos, y yo hablaba como ellos. Sabía también que los humanos no tienen un corazón físico, y todo parecía indicar que yo tampoco tenía. Supongo que yo era un humano tan normal como todos los demás, aunque también creo que me hubiera gustado sentirme diferente. Poder decir que sin importar lo que fuera la sociedad yo no pertenecía a ella. Pero la realidad es que yo pertenecía tanto a ella como Eva, como Carlos, o como la mujer de los ojos felinos. Yo solo era una persona más, excepto que yo no tenía trabajo, ni dinero que yo hubiera ganado. Mierda, ya ni siquiera tenía el apoyo de mi hermano. Yo era ese miembro de la sociedad que no tiene nada que aportar, pero que no tiene la decencia de morirse, yo era ese fracasado que recuerda a los afortunados de su fortuna. Yo era ese imbécil tirado en la arena, solo, lejos de casa, lejos de su corazón, lejos de todo.
Tal vez ese era mi lugar, lejos de la gente, lejos de la sociedad. Me puse de pie y pensé en el echo que
Arturo no era una persona, sino un animal y que por eso podría estar cerca de él. Caminé por la playa hasta que lo encontré para después llevarlo con Eva, era momento de despedirme de ella.
Una vez que me la encontré estaba saliendo de lo que parecía ser la oficina del dueño de un pequeño restaurante.
-¿Haciendo amigos?- Le pregunté con un tono evidentemente burlón.
-Sí, del fax... Asno.- Me respondió dándome mi celular y una serie de papeles. -Ahora creo que me echaré unas horas al sol mientras tú organizas lo del barco ese.-
Me esperé a que Eva se fuera de allí para poder leer los papeles que me había dado. Y estos papeles eran exactamente lo que me esperaba, eran los documentos de Arturo. De alguna manera, no sé cómo, Eva había calmado a Carlos y le había pedido los documentos que me hacían falta. ¿Sabrá que Carlos me dio dinero? ¿Qué ya no la necesito como tal? ¿Será que se fue a tomar el solo para probar si me iría sin ella? Maldita sea, odio que la gente sea amable conmigo, me hace más difícil no tratarlos tan bien.
-¿Qué debería hacer hermanito?- Le pregunté a Arturo. Y sus ojos no me dijeron nada, eran los ojos de un perro y no los de una persona, él no me podía responder, era mi decisión. Y porque él no me podía responder la decisión era fácil. Eva era una persona inteligente, bonita, y que me ayudaba a hacerlo todo. Era una persona con un corazón tan bello, que se lanzó a acompañarme en esta aventura dejando su vida en pausa solo porque yo podía usar su ayuda. Ella era todo lo que una buena persona podía ser, y yo no podía llevar eso conmigo. Ella era la única clase de persona que me podría perdonar por dejarla abandonada allí, y no era como que fuera a sorprenderse si lo hacía.
Con todo esto en mente me subí al Jeep, subí el Jeep al ferri, y abandoné el continente para no volver a tocar tierra hasta estar en Sudamérica. Desde el mar me acerqué al final del bote y pude ver el lugar en el que había estacionado Eva horas atrás. Creí ver una figura caminando y sentí que estaba confundida. Nunca pude confirmar si esa figura había sido Eva o no, en todo caso nunca volví a ver a Eva, espero que haya podido llegar bien con Luis Esteban.
Tal vez la vuelva a ver algún día, y tal vez me perdoné cuando le cuente el resto de la historia.
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