Llamaradas a su izquierda, llamaradas a su derecha.
Llamaradas a sus espaldas.
El cielo lleno de estalagmitas congeladas.
Frente a él, el vacío en sí.
Hacia abajo el Cocito helado.
Y sobre cada hombro reposa una mano.
Cada mano pertenece a una mujer con alas.
La rubia, tiene ojos grises, llenos de luz encerrada.
La morena, los tiene oscuros, y una cara enojada.
Sin mayor esfuerzo, no le dejan caer.
No le dicen nada, no le miran si quiera.
Solamente se dedican a no dejarle caer.
La rubia lleva en su mano derecha las cuentas.
Mueve sus dedos como si un abaco tuviera.
La morena con su mano izquierda chasquea.
Marca el tiempo, que con su voz complementa.
La rubia posa su mano con cariño.
La morena lo agarra con vicio.
Las plumas de sus alas son delgadas.
Es claro también cuan delicadas.
Su movimiento es hipnotizaste.
Sus intensiones le tienen confundido.
Pero sin ellas estaría completamente perdido.
Él intenta contarles sobre su vida.
A ellas les es indiferente.
¿Quien eres tú, sangre indigena?
¿Por qué harías diferencia?
Ellas no lo llevan por placer sino por deber.
El vacío crece.
El Cocito ahora se llama Estigia.
El frio y el calor es expulsado por sus alas.
Se da la despedida y de él hoy poco sabemos.
La rubia se llamaba esperanza.
La morena intuición.
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