domingo, 25 de noviembre de 2012

Equilibrio y las orejas de putas


Íbamos en un taxi Melanie y era domingo por la noche. Como habíamos ido a una fiesta underground decidimos no llevar más que una ropa barata 10 mil pesos y una pistola porque un maricón me tenía amenazado por chuparle las tetas a su novia.
La hora en el reloj del radio daba las 10 de la noche y recordé nuestro corto presupuesto.
-No se le olvide hombre que solo llevamos 10 mil. Le recordé al taxi y este se detuvo.
-Hermanitos ya pasamos ese número hace rato. Respondió poniéndole seguro a las puertas.
-Pero si la señorita está dispuesta a hacer algo para completar los dejo bajar sin problema.
Tú me miraste y en tus ojos verdes pude ver el miedo y rabia que sentías. De haber estado sola probablemente le hubieras arrancado la verga de un mordisco, para después salir corriendo.
Afortunadamente llevaba mi pistola y al apuntarla al imbécil del taxista entendió que no tenia nada que hacer. Nos bajamos ahí mismo y tú me diste un abrazo agradeciéndome. Te puse un cigarrillo en la boca y lo prendí para que te relajaras. Debían ser las 10:30 de la noche y estábamos en la mitad de la mierda.

Ver tu pelo rubio brillar por la luz del fuego en tu boca me dio ganas de fumar y me prendí un cigarrillo para mí mismo. Saqué el humo de mi boca bruscamente y te dije que estaba mamado, que me mamaba que los taxistas fueran imbéciles y que si uno no anduviera armado tendría que ver a sus amigas mamárselo a esos idiotas.
Tú me dijiste que entonces nos escapáramos y te creí por lo que te di un beso y te agarre la mano demostrando aprobación.

Los dos sabíamos que ese beso era el primero que nos dábamos, pero ninguno le dio importancia. Tú y yo no éramos novios ni amigos con derechos. Ese beso nos volvía en algo más interesante, algo más valioso. Ese era el beso que le daba un hombre a su cómplice diciéndole, si nos vamos a la mierda pues bueno aquí estamos de igual manera. Esa noche intentamos dormir en un banco junto a una fuente en el centro, pero un vagabundo nos despertó diciendo que ese era su puesto y que nos largáramos.

Terminamos durmiendo en el pasto del mismo parque. Tú me agarrabas el pelo para no tener frio y yo te agarraba de la teta izquierda para estar cómodo. Esa mañana de lunes nos bañamos en la fuente frente a muchos niños y sus abuelos, pero no nos importo. Ya nos habíamos escapado y el mundo no era nuestro problema.

Cuando nos dio hambre tú me miraste, sacudiste tu pelo amarillo que estaba putamente sucio y eso me dio ganas de cargarte en mis hombros. Lo hice y me dijiste que viste un peral, te acerque y bajaste unas peras y el desayuno ya estaba servido. Esa noche pasamos por la casa de mi amigo Tomás pero no para volver al mundo sino para comprar anfetaminas. Yo nunca las había probado pero tu boca decía que sí y uno no puede simplemente decirle que no a un rubí.

Al probar esa mierda mi amor por todo creció y me volví eléctrico.
Bueno debería ser honesto, mi amor por todo no creció, mi amor por ti dejo de ser amor y se volvió en pura energía por lo que te agarre del cuello y en el piso del parque del centro te hice el amor.  Pasó un grupo de pandilleros en bicicleta y te chiflaron, yo me pare y le dispare a uno en la jeta, los otros se quedaron mirándote y tú les dijiste que si querían se las mamabas pero les cobrabas mordiéndolos al final. Los maricones se fueron en sus vehículos y tú y yo seguimos en lo nuestro excitados por el momento.
                                   
El martes desperté y el mundo era otro. Yo tenía sangre en mi conciencia pero pelo amarillo en mi cara. Tú dormías en silencio, nunca te había visto dormir tan bien en tu propia cama por lo que te deje unos segundos ahí mientras me iba a robar unos panes de un puesto en la esquina. Regrese y tú estabas bailando con las palomas cerca de la fuente. En ese momento supe que cuando me dijiste que nos escapáramos no pudiste usar mejor palabra. Éramos prisioneros, en una cárcel en la que no bailabas con palomas y en la cual no eras mi cómplice, en la cual no hacíamos el amor con un cadáver al lado y en el que un peral no era desayuno.

Esa noche tú y yo éramos inmortales. Caminábamos por una calle oscura sin miedo y me mordías las orejas jugando. Yo te pregunte, Melanie ¿por qué me muerdes las orejas? Y tú me dijiste que no querías que tuviera equilibrio, en ese momento me pareció que tenía sentido y me hubiera cortado mi oreja para dártela de no ser porque tres viejas aparecieron en la esquina de adelante.

Me miraron y me preguntaron si era gigoló contratado. Tú las miraste y les dijiste que me llamaba Daniel y que las iba a matar por putas. Ellas rieron y te tiraron una botella de Jack Daniels en la cabeza. Caíste al piso y tu pelo rubio agarro un hermoso tono carmesí. No me sentí como Romeo que ve a Julieta muerta por el falso veneno sino que me sentí como un perrito que acababa de perder a la perra que llevaba a sus cachorros.

Agarré un pedazo del vidrio que te había roto la cabeza y les dije a las putas estas. Ella se llama Melanie y a ustedes las voy a matar por putas. Les dispare a las tres y cayeron sin afán. Me acerque a ellas y les corte sus orejitas de putas y me las guarde en el bolsillo.
Te levante en mis hombros y te lleve a un hospital publico que había cerca. En este despertaste y yo te estaba mordiendo la oreja, me miraste y me dijiste que no te mordiera que habías perdido el equilibrio y yo te dije que no te preocuparas, que le había cortado las orejas a las putas y que ahora podrías tener mucho más equilibrio.

Entonces con labios rubí me diste un beso, pero no era un beso de cómplice sino de Julieta y entonces comprendí que era hora de volver al mundo pero de manera distinta. Alquile un apartamentico y te invite a mudarte conmigo. Vivimos muy tranquilos, al llegar dijimos a los vecinos, somos Melanie y Daniel y no nos gustan las putas y todos nos saludaron amablemente.
Nos volvimos en un par de ansíanos al pasar los años, los únicos ansíanos que en realidad ya habían escapado del mundo pero nadie entendía como.

La verdad era que el sexo nos mantenía jóvenes, el sexo y el equilibrio pues todos los domingos alguna putita aparecía muerta en la calle y no tenia sus orejas.
No parecía un trueque tan injusto si me lo preguntas a mí. Orejas de puta a cambio de pelo amarillo que da ganas de comer peras, ojos verdes que dicen puedo amarte como un ángel o cortarte la verga y labios rubí a los que nunca aprendí a decir que no.

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