miércoles, 30 de diciembre de 2015

Protesta

Qué me importa tu fusil,
o si tu amigo carga un cuchillo.
Que importancia podría darle a tu rugido,
Cuando cargo al universo conmigo.

Amenázame con tu puñal si quieres,
estás en todo tu derecho.
Sacúdelo, grita; Yo no te temo.
Cargo un diamante en mi pecho.

Veme caminar, riete, síguete riendo.
Dime lo que quieras, señala mis defectos.
Haz todo aquello que te tenga contento.
Dime lo que me falta, y como tú ganas en este juego.
Pero ojo, yo conozco al tiempo.

Siéntete orgulloso, con tus brazos de hierro.
Camina con pasos ruidosos, camina inflando el pecho.
Pisa las sombras de tus contrincantes, diles que se vayan al infierno.
Veme y siéntete más hombre, veme recostado en el ardiente suelo del desierto.
Veme en la noche sin techo.
Veme nadando en el mar abierto.
Ve a tu casa y contra el frío siéntate frente a tu fuego.
Yo aquí expuesto no sentiré miedo.
Yo sin techo no estaré enfermo.
Con la luna gastare el sueño.
El solo de verme se pondrá contento.

Soy el oasis en el desierto.

lunes, 14 de septiembre de 2015

volo di donna angelicata

Llamaradas a su izquierda, llamaradas a su derecha.
Llamaradas a sus espaldas.
El cielo lleno de estalagmitas congeladas.
Frente a él, el vacío en sí.
Hacia abajo el Cocito helado.
Y sobre cada hombro reposa una mano.

Cada mano pertenece a una mujer con alas.
La rubia, tiene ojos grises, llenos de luz encerrada.
La morena, los tiene oscuros, y una cara enojada.
Sin mayor esfuerzo, no le dejan caer.
No le dicen nada, no le miran si quiera.
Solamente se dedican a no dejarle caer.

La rubia lleva en su mano derecha las cuentas.
Mueve sus dedos como si un abaco tuviera.
La morena con su mano izquierda chasquea.
Marca el tiempo, que con su voz complementa.
La rubia posa su mano con cariño.
La morena lo agarra con vicio.

Las plumas de sus alas son delgadas.
Es claro también cuan delicadas.
Su movimiento es hipnotizaste.
Sus intensiones le tienen confundido.
Pero sin ellas estaría completamente perdido.

Él intenta contarles sobre su vida.
A ellas les es indiferente.
¿Quien eres tú, sangre indigena?
¿Por qué harías diferencia?
Ellas no lo llevan por placer sino por deber.
El vacío crece.
El Cocito  ahora se llama Estigia.
El frio y el calor es expulsado por sus alas.

Se da la despedida y de él hoy poco sabemos.

La rubia se llamaba esperanza.
La morena intuición.

domingo, 21 de junio de 2015

El color gris: un problemita de punto de vista

Yo siempre que leo, lo imagino todo en blanco y negro, y como con si todo se viera en un espejo. Es decir, si en el texto dice que hay un carro rojo a la derecha de la calle, yo veo un carro blanco oscuro en la izquierda. Pero yo se que es la derecha. Es algo así como cuando te ves en tu reflejo y te afeitas la parte derecha de tu cara. El reflejo se afeita su izquierda pero no realmente, y todos lo sabemos. Esa es la mejor manera en la que lo puedo explicar...
Cuando le cuento esto a la gente me dicen que seguramente no tengo creatividad, pero yo no creo que sea eso. Si mi imaginación no fuera buena no vería más que letras, mucho menos un universo exactamente igual pero orientado en otra dirección. Mierda, mi mente es tan creativa que consigo crear esta nueva característica que ni con palabras se consigue explicar.

Ya a estas alturas aprendí a vivir con este problemita, al final de cuentas me encanta leer y no voy a dejar de hacerlo por algo así. De una forma u otra esto me da una experiencia con cada lectura que simplemente sé que nadie más logrará replicar. Lo único que me molesta es que sé de lo que me estoy perdiendo. A ver déjame explicar, yo nací con este problema de punto de vista, pero no siempre lo tuve. Hubo un periodo más o menos largo pero un poco corto en retrospectiva en el que las cosas no fueron así. Si mi vida fuera una novela este capitulo de ella se llamaría Manuela y comenzaría en una tienda de libros/cafeteria/tienda vintage/ santuario alternativo/ mal juego de palabras.
En este momento de la historia yo no era más que un sarcástico pero bienintencionado cajero. Mi vida no era nada cercano a una fantasia pero tampoco me llamaba miserable. Estaba en la universidad estudiando una carrera cualquiera de esas que te preparan para ser un excelente ejecutivo, un artista resignado y de vez en cuando un padre. El aburrimiento me tenía trabajando y el dinero extra no me sobraba. Además el trabajo era bastante cómodo. La gente solía ir buscando un libro en especifico y si no era así me llevaba dos segundos recomendar uno que ellos no hubieran leído. Y en los tiempos medio entre interacción e interacción los administradores me dejaban tomar un libro de los estantes y ponerme a leer.

Los clientes nunca fueron nada del otro mundo. La mayoría venía por el café o a comprar un regalo a sus "amigos intelectuales". Y los otros "clientes" solían ser esas personas especiales que se robaban los libros ya sea por desgracias personales, por falta de adrenalina o por falta de voluntad para trabajar. Por esta gente se me ocurrió una idea que llevó a que mi jefe se llevara un premio firmado por el alcalde y que a mi me llevó a un aumento por mantener mi silencio. La idea era bastante simple, si una persona no podía comprar un libro se le dejaba pagar un peso y a cambió se podía llevar algún libro usado y una vez que lo hubiera leído se le pedía que por favor lo trajera de vuelta. En caso de que si lo trajera de vuelta se le permitía seguir sacando otros libros por el resto de su vida. Y si se daba el caso en el que un peso fuera demasiado se podía entregar algún libro a cambio. No importaba que tan viejo, que tan bueno, ni en que idioma estaba. Lo único que se les pedía era que no lo robaran a otra tienda, por obvios motivos.

No mucha gente utilizó la segunda propuesta, un peso no era mucho a cambio de una eternidad de libros impresos. Pero una que si utilizó la oferta fue Manuela, aunque para todos era claro que ella algunos libros podía comprar. Un día llegó a la caja  y me dijo que quería entregar un libro para poder comenzar a "rentar". Yo no le puse mucha atención al principio y le di su tarjeta de intercambio. Ella tomó un libro cualquiera y se fue antes de que realmente le pudiera ver la cara. Más tarde ese día vi que encima de la pila de libros a mi derecha se encontraba el nombre del autor que me obsesionaba durante esas semanas. Sin pensarlo dos veces lo tomé y lo comencé a leer y no lo dejé hasta que fue la hora de cerrar.

Pasaron unas semanas y Manuela entró de nuevo. Entregó un libro y se llevo otro, pero antes de irse me preguntó qué me había parecido. ¿Qué me había parecido qué? Pues ese libro, me respondió y por primera vez la miré. Manuela no era mucho que ver pero tampoco era nada a lo que se le haría mala cara. Tenía unos ojos grises enormes, una nariz ibérica, y una sonrisa lo suficientemente salida como para ser adorable sin ser equina. Le dije que me había gustado mucho su libro y que quería saber qué pensaba ella. Manuela me respondió que me diría en una semana, me quitó el libro del escritorio y se fue. Esa semana no hice más que leer poemas de las flores del mal. Esos poemas no estorbaban con mi problemita de punto de vista y me hacían pensar en Manuela. Aunque claro, todavía yo no sabía que ella se llamaba Manuela.

Las semanas pasaron y Manuela me invitó a su club de lectura. Cosa que desde el principio me hizo sentir incómodo. Mi imagen de un club de lectura era algo así como una congregación de madres solteras sentadas tomando té discutiendo los últimos trabajos de Nicholas Sparks. Eso o un grupo de pseudo-bohemios amantes del taboo por el taboo y que disfrazados de mar no tenían más profundidad que un charco. Afortunadamente mis ideas eran tan ridículas como sonaban y el club de lectura resultó ser algo bastante bueno. La gente era completamente ordinaria, por decir algo beige.
Los libros que elegían discutir siempre eran interesantes aunque no siempre nuevos y sus opiniones me abrían los ojos a una idea o me reafirmaban mi opinión. Mi único desagrado con la actividad era el esfuerzo que me costaba opinar. Me resultaba devastador tener que traducir mis cuadros mentales a los que yo creía ellos tenían y después discutirlos. Sin mencionar que al parecer era evidente para los demás que algo con mi mente no funcionaba del todo bien.
Una de esas tardes Manuela muy enojada se metió en el bus hacia su casa y me preguntó por qué yo no leía los libros. Yo aterrado le dije que si los leía y ella me respondió que se notaba que yo sabía los eventos de las historias pero que no se notaba que realmente las hubiera leído. Y en esto se fue el bus.

Pasó un día y Manuela fue a la tienda a leer. Me senté con ella y por primera vez a alguien le expliqué lo que me sucedía. Cómo leer para mi era diferente y cómo era posible que eso era lo que la había hecho dudar. Manuela parecía bastante emocionada respecto a esto y sonrió. Ella decía que mi problema era más una bendición, que yo tenía la capacidad de ver las cosas cómo las vería un perro en la calle presenciando las acciones de cada cuento, de cada historia. Después de esto Manuela me explicó cómo ella escribía cuentos cortos y me pidió que si los podía leer. Su idea era que yo podría ver cosas en sus historias que ella había pasado por alto y que eso la podía ayudar a perfeccionar su arte.  Y así fue como Manuela y yo nos volvimos socios.

Ahora, no les voy a faltar el respeto hablándoles de cómo un día besé a Manuela, no les diré sobre nuestras primeras noches, sobre nuestras primeras peleas, ni sobre cuando le pedí que se casara conmigo. Manuela y yo nos casamos sí, pero nuestra relación no se puede definir así. Ella era una fantástica escritora y yo después de acabar la carrera me volví en su editor y en su agente. Manuela se había ganado con sus ojos grises el universo paralelo que existía en mi cabeza. Ella me hizo ver mis defectos como virtudes y de un momento para otro me permitió ver. Ver el carro rojo a la derecha y entenderlo como un carro rojo a la derecha. Claro, después de ese cambio disfruté mucho más el club de lectura. Al cual Manuela, por cierto, dejó de ir. Muchas veces leíamos sus nuevas obras y eso la ponía mal. Eso y también las giras de sus libros la tenían viajando aunque sea veinte días al mes.

Yo le arreglaba sus giras pero nunca las tomaba con ella. Además de trabajar con Manuela también conseguí abrir una tienda de libros/cafeteria/sueño compartido. En esta usábamos la política del préstamo de libros y en esta nos reunimos el club de lectura recibiendo miembros nuevos todos los meses. Yo siempre había visto todos los libros en blanco y negro, y yo creo que por eso solo yo podía apreciar realmente los libros escritos a color. Para mí ese color era el aporte personal de Manuela y siempre que leía ella tenia sus palmas filtrando mis ojos. Irónicamente el poder apreciar tanto las obras a color me llevaban a apreciar a mayor nivel aquellas escritas en blanco y negro, en universos paralelos. Obras como la última de Manuela. Esta obra me hizo sentir, me hizo llorar, me hizo entender que Manuela había entendido todo mi sufrimiento y que lo había sabido proyectar perfectamente.

Un mes después de la publicación del libro, Manuela estaba en plena gira y el club se había reunido para discutirlo. Yo guié la discusión, me enfoqué en el uso del blanco y negro, en el efecto del paralelo e incluso dejé opinar a mis sentimientos mencionando mi vida personal. Hablé sobre el libro durante toda la hora y nadie más quiso opinar. Al acabar vi la cara de todos, y por primera vez sus miradas me hicieron sentir mal. Me miraban u ofendidos o con mucha confusión. Cuando les pregunté que pasaba uno de ellos se paró y me preguntó qué libro fue el que yo había leído. Todos estaban de acuerdo cuando dijeron que la historia era la misma, pero que no entendían a qué me refería yo con el llamado efecto paralelo, y me cuestionaban si tal vez mi versión del libro era una vieja, un primer borrador en el que no se mencionaba en absoluto el color.
Escuchando estas preguntas dejé de sentir sus miradas y su confusión, solamente sentía el frío. Nadie entendía lo que pasaba, pero a mi nadie tenía que explicármelo, a mi mente le habían robado el color.

Llegué a mi casa, a nuestra casa, y noté la maquina de mensajes titilar. Yo no necesitaba escucharla, yo sabía lo que los mensajes decían, yo no lo quería saber. Manuela había muerto, el avión de su gira se había caído, o tal vez un bus la atropelló, eso o una bala perdida, o un admirador enloquecido, una mujer celosa, un repentino paro de corazón. Ustedes no necesitan saber de que se murió, cuando lo que importa es que eso pasó. Y que ahora tengo una tienda de libros/cafeteria/sueño compartido/ corazón roto en dónde todos los libros están al revés y escritos en blanco y negro. Aunque no, eso no es cierto. Ahora que todo lo cuento, y que recuerdo cómo era el blanco y el negro antes de conocer a Manuela. Ahora sé que eso no es así. Mi problemita de punto de vista no me hace ver todo en blanco y negro, me hace ver los ojos de la niña que por el precio de un peso me cambió la vida.  Todo ahora lo leo diferente pero de todas maneras frío. Ahora todo lo leo en el nombre que Manuela le puso a la tienda después de un poema que le dediqué por mi amor hacia sus ojos. Ahora todo en ese mundo, que es el que realmente importa, es el color gris.

martes, 17 de marzo de 2015

Querido señor lobo

Señor lobo,
la luna ya se va.
Tiene otro lugar que necesita iluminar.
Señor lobo,
No vayas a llorar.
No des ese gemido de plata que solo la va hacer temblar.
Ella estuvo y ella volverá.
Ella sabe que la necesitas, ella cree que la esperarás
Señor lobo,
No le digas la verdad.
Levanta tus orejas y mírala como si no fuera la ultima vez que lo harás.

Señor lobo.
La luna ya se fue.
Esta del otro lado del mundo pensando en lo que vas a hacer.
Señor lobo.
Hazla sonreír.
Corre por los bosques, nada por los ríos, juega a ser feliz.
Señor lobo.
Hazlo por ella si ni puedes hacerlo por ti.
Que ella te ama con pasión y con hambre y ella necesita que estés bien y que logres sonreír.
Señor lobo.
Olvídate de su olor.
Olvida de como te pone loco y de como te hace sentir un poco libre.
Señor lobo,
Siempre has sido libre.
Siempre has sido feliz.
Señor lobo.
Tienes que verte como ella siempre te vio a ti.
Señor lobo,
La luna está perdida y hace mucho que nadie sabe nada de ti.
Sabemos que te mueves cuando de repente nos da frío; el llanto de la noche nos indica que no has dejado de vivir.
Señor lobo,
¿Por qué la has abandonado?
Ella solo era luna, ella no hizo más que brillar en las noches, en el frío, en la lluvia.
Señor lobo,
Ella iluminaba a todo el mundo, pero ella solo brillaba para ti.
Te enamoraste de sus alas estrelladas, no se las podías reprochar.
Señor lobo,
Se puede correr sin escapar.
Se puede flotar sin ser libre.
Se puede aullar sin llorar.
Señor lobo,
La luna está perdiendo su luz.
Cada noche se acuesta más temprano y tú por ahí matando gallinas y gallos.

Señor lobo.
El Prado ha muerto y tu estas sucio con sangre y con barro.
Señor lobo.
No quiero volver a saber de ti.

sábado, 21 de febrero de 2015

Cuentos Charros: Silvia y Ernesto

Estaba en caballerizas tomando una cerveza imaginando que era ron. No porque no me gustara la cerveza, sino porque esa cerveza no tenía ese sentimiento carnal que normalmente tenía el ron.
Mientras me tomaba mi cerveza intentaba escribir un poema. Tomaba sorbitos y escribía palabras, tomaba sorbitos y pensaba en sentimientos. Pensaba en tristeza y pensaba en la luna, pensaba en amor y pensaba en pedirme un poco de ron. Pero el poema no salía, yo poeta no era y eso lo sabía, pero quería intentar. Yo sabía todo lo que se podía saber de métrica, todas las posibles palabras y todas sus posibles rimas, pero el poema no salía.

-Mientras cuentes las sílabas el poema no saldrá. Dijo una voz con acento americano un poco lejos de mí pero a mi izquierda.
-Yo sé. Respondí sonriendo con toda falsedad. Pero solo quiero practicar, no es como que me vayan a recordar por esto.
-Eso no lo sabes sweetie. me respondió la voz que de repente me parecía terriblemente femenina.
-¿Y tú sí?
-Honey di lo que quieras, pero yo no estoy contando palabras.

Después de eso decidí que la voz tenía razón. Bajé mi lápiz y terminé mi cerveza. Lleve el vaso a la barra y pagué. Cuando regresé a mi silla noté una rubia media melena inclinada sobre mi papel. Me senté frente a ella y la miré fijamente hasta que me notara.

-Esto es trully malo muchacho. Dijo la voz sin levantar la mirada. Come on, vamos a caminar.

Me hubiera ofendido si yo pensara que mi poema era bueno, pero la verdad lo poco que había escrito me parecía fatal. Le ofrecí una mano a mi nueva compañera, y para mi sorpresa, ella la aceptó con mucha gracia. Esos días en España, en especial Salamanca no era normal recibir una respuesta positiva a una señal de caballerosidad, mucho menos una respuesta tan apropiada y educada. Salimos por la calle silencio del pequeño bar y le pregunté a mi compañera de donde era, explicándole que me sorprendía su forma de actuar. Boston respondió con un fuerte acento y me sonrío. En ese momento noté su corte de cabello, y sobretodo su estilo peculiar de belleza. Parecía un personaje secundario de una buena obra de teatro escrita en los años cincuenta.

-Pardon dijo la veinteañera de Boston mientras me tomaba del brazo con delicadeza.  Yo no conozco la ciudad ¿me la podrías mostrar?

Por supuesto yo accedí, aquella mujer era bella, eres intrigante y tenía ojos de muerta. No en el sentido de la nada que significa la muerte, sino en el de la paz agonizante que yo imaginaba se debía sentir en el más allá. Era una de esas mujeres de las que se entendía que no había dos y seguramente que aunque sea de poesía me podía enseñar. Decidí ir con ella al jardín de Calixto y Melibea, mi razonamiento fue que ella seguramente no sabía de ese pequeño y coqueto lugar, pero seguramente era familiar con los personajes que llevaba en su nombre. Era al mismo tiempo una muestra de mi cultura y una prueba de la de ella.

-¿Qué quieres demostrar trayéndome aquí? Preguntó el momento en el que cruzamos el pequeño arco que divide a Salamanca del pequeño jardín y no supe qué decir.
-No pretendas sorprenderme, don't be the beast. 
-¿The beast? Pregunté
-Yeah, the beast. Respondió. No me tires besos sin que te conozca, no bailes como un mono sin que te pueda abrazar.

Yo no entendí lo que quería decir, pero asentí. Las mujeres interesantes siempre hacían eso, soltaban frases que uno no entendía hasta semanas o incluso años después, pero que eran clave recordar.

-Te está diciendo que no la ganes como un torero, o lo que ella considera un torrero. Dijo una voz masculina, con un ligero acento americano pero que casi no se sentía sobre ese español perfecto

-Ernest. Dijo ella con sus ojos abiertos y su puños cerrados.
-Sylvia. Respondió él tocando la punta de su sombrero.
-Who is the kid? Preguntó Ernesto seguramente asumiendo que yo no entendía inglés.
-I'm not sure, a spanish writer I suppose. Respondió Silvia.
-No creo que lo seas. Dijo Ernesto clavando sus peligrosos ojos en mí.
-No diría escritor. Respondí. Pero aspiro serlo.
-No me refería a eso, tienes el aliento de un escritor, lo que no pareces es español.
-Ah claro, no lo soy.
-Lo sabía.
-Soy de...
-Oh please, who cares? Interrumpió Silvia. Vamos a ese puente que se ve allí.

Salimos los tres del jardín y caminamos en dirección al río. Yo veía a Ernesto y me parecía que se hacía más viejo con cada paso que daba. No era algo extremadamente evidente, pero era como si lo hubiera conocido a los veintitrés y que en ese momento estuviera por cumplir los veintiséis. Llegamos al puente romano y nos detuvimos a ver la corriente correr. Hace meses que no llovía, y el rio estaba bajo aunque no se notara a primera vista. El viento nos azotaba como el viento charro lo solía hacer y cientos de pájaros de colores y monocromáticos volaban en círculos sobre todos nosotros. Silvia se apoyaba en el borde, como alguien que quiere saltar y la oí susurrar aunque solo fui capaz de entender el final.

-Over each weighty stomach a face, floats calm as a moon or a cloud. 
-No seas poeta niño. Me dijo Ernesto quien de repente tenía una blanca barba. No si tienes la opción de elegir.
-¿Ella escribe poesía? Pregunté.
-Solo vela, con eso basta para responder. Respondió.
-¿Y usted?

Ernesto rió.

-Escribí poemas, pero no me consideraría poeta.
-Narrativa entonces. Insistí.
-Sí muchacho, ahora ve por ella que está a punto de saltar.

Ernesto no mentía, Silvia se había subido a una de las sillas de piedra del puente y de un brincó había escalado hasta el borde. Sus brazos estaban abiertos, pero sus piernas no mentían. Todo su cuerpo estaba firme, su corte de cabello digno de los años cuarenta se agitaba bruscamente contra el viento y sus labios parecían intentar besar a alguien. Le toqué su pierna y ella me miró con aburrimiento, me tendió su delicada mano y con el mismo brinco que usó para subir, bajó. Ernesto estaba aburrido y ofreció comprar un poco de whiskey o un poco de vino. Yo quería ron, pero me dio miedo decirle que no. Ese hombre tenía la masa y la forma de un campeón de guerra, los ojos de un pescador decidido y las grandes manos de un boxeador.

-¿Por qué ibas a saltar? Le pregunté a Silvia una vez que Ernesto nos dejó.
-Había mucho silencio. Respondió. Y el sonido me deprime, pero no el sonido del silencio, sino el sonido de mi silencio.
-No tiene sentido. Dije en voz baja.
-Pardon? 
-Te ibas a matar como si no importaras, pero tu silencio te deprime, como si fuera muy importante lo que tuvieras que decir.

La cara de Silvia de repente cambió y ya no era una mujer de veinte años aburrida. De un momento para otro Silvia había cumplido treinta y estaba enfadada, enfadada como una asesina, enfadada como una malvada abeja.

-Debería besarte. Me dijo con odio.
-¿Besarme?
-Sí, besarte.
-¿Por qué carajos me besarías? pregunté levantando la voz.
-Kiss me, and you will see how important i am.

Esa frase me enojó como nada me había enojado en mi vida. No por su naturaleza absurda, la frase como tal me parecía bellísima. Pero yo ya la conocía, ese era el problema. Nada me enojaba más que esas personas que no hacían más que citar autores y pretendían que nadie los podría reconocer. Que nivel de pedantería involucraba, que soberbia necesitaba, que molesto que me ponía.

-Cállate. le dije alejando mi cara de la suya.
-Excuse me? Respondió Silvia llevando su mano a su pecho con indignación.
-¿Por qué no hablas con tu propia voz?, ¿Por qué hablar en citas? ¡Yo conozco a Plath!
-Claramente no. Respondió.
-Puede que seas su admiradora número uno, pero no eres nadie para juzgar. Mis puños se calentaban.
-But I am.
-¡No, no lo eres! Grité y me retiré ofendido sin realmente saber por qué.
-He's clever isn't he? Preguntó Ernesto mientras me detenía el paso con una sola mano sobre mi pecho.
-He is awfully rude. Respondió Silvia.
-Niño, deberías respetar a tus mayores. Me dijo Ernesto mientras me empujaba devuelta a mi lugar.
-Te presento a mi amiga, Sylvia Plath.
-Nice to meet you too. Dijo Silvia con indudable pedantería.
-Claro, por supuesto, eres Sylvia Plath, y yo soy Gertrude Stein, y tú seguramente eres Hemingway.
-Well, I am. Respondió dándome media sonrisa.
-Come on, sígueme niño. Vámonos a beber junto al rio.

La situación era tan estúpida que decidí no discutir. Caminé junto a los dos supuestos escritores y vi como el sol se escondía y como la ciudad comenzaba a brillar. El frío aumentaba y mi cuerpo no se demoraba en darse cuenta, el temblor se apoderaba de mí y Ernesto me dio la botella de whiskey. Yo tomé un buen sorbo para calentarme e intenté no vomitar. Ernesto me dijo que si quería ron debí haberlo dicho y no respondí. El camino por el que andábamos era bastante bello, a la izquierda estaba el rio y a la derecha la carretera que conectaba a Salamanca con Madrid. El ruido era mínimo, si se prestaba atención se escuchaba al viento y al rio, y era divertido ver como los estudiantes salían a correr. Algunos con mucha técnica mientras que otros claramente corrían para no quedarse en su casa intentando no llorar. La noche cayó del todo y los tres llegamos en silenció a una pequeña isla que estaba dentro del río. Ernesto se sentó en el pasto y abrió con su zapato la botella de vino francés que había comprado. Silvia caminaba mirándome con desprecio y yo solo estaba allí enojado.

-Tienes que relajarte muchacho. Me decía Ernesto.
-Tienes que aprender un poco de modales. Seguía Silvia.
-Ustedes tienen que madurar. Decía yo.
-Te dará mucha vergüenza cuando te des cuenta de que yo tengo razón. Dijo Ernesto.
-Te debí dejar allí en ese bar con tus malos sonetos matemáticos. Dijo Silvia.
-Ustedes están muertos. Dije yo.
-¿Y? Preguntó Ernesto.
-Me cuesta trabajo creer que los fantasmas de ustedes dos, no solo son amigos, sino que se pasan la eternidad caminando por Salamanca.
-No pasamos la eternidad por aquí. Dijo Silvia. Venimos cuando queremos conocer gente nueva.
-¿En Salamanca? Pregunté. Aquí no hay nada, hay estudiantes y hay fiestas pero nada más.
-Salamanca es una buena ciudad para la gente que se busca suicidar. Respondió Ernesto.
-Y hay mucho artista. Agregó Silvia. By the way, Ernest y yo no somos amigos. 
-No le caigo muy bien, pero yo la obligo a estar conmigo. Dijo Ernesto riendo.
-You are an ass. 
-Fue mal tiempo, si no nos hubiéramos suicidado tan próximos en tiempo, no nos habríamos ni cruzado.
-It's about time dear.
-Bueno niño. Me dijo el supuesto Hemingway. En pocos minutos nos tendremos que ir. ¿Vienes?
-¿A dónde? Pregunté. No era yo creyera que él era realmente Hemingway, pero tampoco quería que se fueran tan pronto de allí.
-No sabemos todavía, pero ya se nos acabó el tiempo aquí.
-Just give him a gun.
-Yeah no ovens around here.
-You are hilarious...

Hemingway (por algún motivo esa pequeña discusión me había conseguido convencer de que era él) de la nada había conseguido una escopeta, y me la dio elegantemente.

-No vas a ser famoso chico, pero eso debería darte igual.
-También es posible que simplemente mueras. Agregó Plath. Nada garantiza que despiertes con nosotros.

Sentí el peso de la escopeta en mis manos y miré a la dorada catedral a lo lejos.

-Salamanca es una buena ciudad para la gente que se busca suicidar. Dije y esperé despertar con ellos...

No desperté con ellos. Pero aunque sea desperté. Dediqué mi eternidad (y todavía lo hago) a escribir sonetos y esperar que Silvia los apruebe cuando pasa por aquí. A veces me acerco a los jóvenes escritores que se sientan a escribir en caballerizas y les cambio sus tés y sus cafés con leches por cervezas, y si ya tienen una cerveza les pongo ron. A veces leo sus poemas y sus cuentos, y si me gustan se los digo, pero parece que nunca me escuchan. Para mi sorpresa el camarero todavía me reconoce, pero ya no me cobra. A veces me pregunto si él también se habrá matado queriendo ser amigo de Hemingway y de Sylvia Plath. Pero prefiero no preguntarle. No tiene sentido hacer incomoda el resto de la eternidad.

viernes, 6 de febrero de 2015

Un perro con mala memoria

Me despierto emocionado. ¡Hoy no está lloviendo! ¡Eso es bueno! Eso es muy bueno! Los días que no llueve pasa algo que me hace muy feliz, algo que me da ganas de mover mi cola y que no pasa los días que está lloviendo. No recuerdo que es eso que pasa. ¡pero sé que va a pasar! Tengo hambre, camino por la calle dónde duermo todas las noches  y comienzo a olfatear. Reconozco muchos olores ¡Muchos! Reconozco el olor a queso, el olor a carne, el olor a humanos. Me gusta el olor de los humanos, siempre es el mismo pero ligeramente diferente. Hay humanos que huelen un poco a sudor, otros que huelen un poco como flores, y otros que huelen también a aceite de almendras.
A mí me gustaría vivir en una casa con humanos. Ser como esos cachorros que veo a veces caminando amarrados a una cuerda que lleva el humano de la mano. Los humanos toman de la mano a las personas que quieren, a sus crías, a sus parejas, y a veces a sus amigos. Pero los humanos no pueden tomarnos a los perros de la mano, ¡Entonces nos ponen las cuerdas! Que afortunados que son esos perritos que halan y halan a sus humanos. Los envidio a decir verdad. Un poco porque tienen una casita donde dormir, un poco porque tienen quien los acaricie, pero también los envidio porque son pequeños. Yo ya soy un perro viejo, no puedo correr con tanta alegría, ni podría halar a un humano con mucha fuerza. Además no soy tan lindo como esos cachorrillos. Mi pelo no brilla, mi cara está caída, y me falta media oreja. Lo peor de todo es ¡que no sé qué le pasó a la otra media oreja! Hay muchas cosas que no recuerdo, hace años (creo) que perdí mi memoria. Puedo recordar ciertas cosas antes del día en el que perdí mi memoria, pero no recuerdo nada nuevo desde entonces. Cada día comienzo emocionado, pero confundido. Cada día despierto siendo un cachorro, hasta que me veo en un charco o en un rio. Entonces me doy cuenta que me volví viejo sin saberlo. ¡Pero no dejo que eso me ponga triste! ¡Todos los días pasan cosas nuevas y emocionantes! ¡Especialmente los días en los que no llueve! Y si no recuerdo qué es exactamente lo que pasa, ¡Más lo disfruto en el momento que pasa!

Me como una buena pierna de pollo que encuentro en la basura. Los humanos matan y matan animales, pero nunca se los comen completos. Quitan la piel y quitan el músculo, ¡pero se olvidan del hueso! Me llevo el hueso en mi hocico hasta el banquillo en el qué desperté y me dedico a morderlo. Lo muerdo y lo muerdo mientras veo a las personas pasar, algunas crías me miran con ojos gigantes y me estiran sus manos, ¡quiero jugar con ellos! pero sus padres no me dejarían, le gritarían a sus crías y a mi me darían una buena patada. Ese es el problema de los perros que no encontramos una familia cuando éramos pequeños, crecimos y ya nadie nos quiere ni mirar. Muerdo mi hueso y muerdo mi hueso. Huelo un aroma familiar, un aroma que no reconozco ¡pero que conozco! No sé qué estoy esperando, pero estoy listo. Mi oreja y media están levantadas, mis piernas tencionadas y mi cola contra el suelo. El olor se aproxima, escucho pasos. ¡Pasa una sombra, corro tras ella! Estoy corriendo muy rápido, estoy corriendo y me siento feliz ¡me gusta correr! Hay un hombre al lado mío, y el está corriendo conmigo también. Me mira y lo miro, el hombre me sonríe. ¡Que linda es la sonrisa de un hombre adulto, que linda es la sonrisa de mi amigo! Estamos corriendo por las calles y yo ya no recuerdo de donde vinimos, ni quien es él. Odio mi mala memoria, no recuerdo donde perdí la buena. Pero recuerdo mi último momento antes de perderla. Yo era un cachorrillo, muy bonito y gordito. Estaba en una caja con todos mis hermanos y muchos humanos venían a vernos. Nos sacaban de la caja y nos daban besitos en la nariz, y si ellos olían rico nosotros les lamíamos la cara. Y una cría en especial jugaba mucho conmigo. Tenía una pequeña pelota amarilla  que me dejaba seguir.
El hombre deja de correr y yo me detengo también. El hombre me toca la cabeza y me siento, destapa una botella de agua y me da un poco ¡y que rico sabe! ¡El agua de los humanos es lo mejor! El hombre me hace un movimiento con la mano y se retira y a mí me da sueño. Encuentro un banquillo cercano y me pongo a dormir.

Me despierto sin ánimos, hoy está lloviendo y tengo frío. Los días que llueven son días menos divertidos, aunque no sé muy bien por qué. Los días que llueve son días en los que yo siento miedo. Los humanos casi no caminan, sino que andan en sus maquinas ruidosas que atacan a los perros con su luz. Esas maquinas me dan mucho miedo, son animales que rugen pero que no respiran. Animales que están muertos, pero que de repente despiertan y corren. No me gustan los días que llueve porque mi pelo está mojado, y cuando intento entrar en una tiendita caliente, los humanos me gritan y me atacan, y yo no puedo hacer nada. Si me intento defender me pueden matar, así que solo lloro y salgo a la lluvia otra vez. Cuándo yo era un cachorrillo esto nunca pasaba. Si teníamos frío mis hermanos y yo nos juntábamos y lo dejábamos pasar. Pero hace mucho tiempo que no veo a mis hermanitos. La última vez que los vi estábamos todos en una caja, pero una cría me sacó. Me sacó y jugamos con una pelota pequeña. ¡Él la tiraba y yo le empujaba más lejos! Y los dos corríamos. Su madre le gritaba, claro, en especial porque estaba lloviendo. Pero él y yo no dejábamos de jugar. Él tiraba la pelota y se reía, yo la pateaba y él se reía. Reconozco un olor familiar, pero también hay un olor nuevo.
Bajo una sombrilla camina un humano junto a una humana. No se toman de la mano, pero se siente que quieren estar cerca. El humano se me acerca y me toca la cabeza. Le murmura algo a la humana que yo no entiendo y ella se agacha acercándome su mano. Yo a los humanos les tengo un poquito de miedo, en especial si sus manos están muy cerca, pero el hombre huele muy familiar. Me acerco un poco a la mano y entonces lo huelo. ¡Huele a carne! ¡La mujer tiene carne en su mano! Me acerco con cuidado y muerdo una esquinita de la carne, la halo para atrás y la mujer sonríe. El hombre le toca el hombro y juntos se van. Yo me quedo mordiendo la carne, no quiero tragármela todavía. Pienso en ese niño con el que jugaba en la lluvia y me da miedo. Recuerdo las luces, recuerdo la pelota amarilla, recuerdo el grito de la mamá. Creo que yo seguí esa pelota, creo que uno de esos animales que me dan miedo la vio también. Y por eso me atacó... Pero no... no me atacó a mí, lo ataco a él. El niño me empujó y el animal lo atacó, y en algún segundo allí perdí mi oreja y mi memoria. Me siento triste y me trago la carne, tengo mucho frío, tengo que dormir.

Cada día estoy más viejo, y cada día me despierto sin saberlo. Pero no pasa mucho tiempo sin que me de cuenta. Mi oído ya no es tan agudo, y los olores se comienzan a mezclar. Hay días de sol en los que tengo mucho animo, pero en los que no me puedo casi mover, y hay días de lluvia en los que los humanos no me atacan, solo me miran con tristeza y una extraña solemnidad. Hoy está lloviendo, y ahora siempre que veo una de esas maquinas de luces recuerdo a ese niño, y a su olor familiar. Yo creo que ese niño está vivo, no puedo explicarlo pero creo que lo está. Quisiera verlo y disculparme con él, quisiera que me adoptara y que pudiera lamerle los pies, y hasta quisiera volver a jugar con la pelotita amarilla. Pero no creo que lo vuelva a ver ¿Cuȧnto tiempo habrá pasado? Seguramente él no se ve como se veía, seguramente él no se acuerde de mí. Yo intento no estar triste, pero últimamente es más difícil, y últimamente llueve más. Escucho unos pasos acercarse, y rápidamente pasa una mujer. De su cara caen gotas saladas y su olor me resulta familiar. Pero es más familiar el olor que la persigue, el hombre que corre detrás. Este hombre creo recordar corre solo cuando no llueve, y hoy esta lloviendo, entonces algo debe estar mal. Hago un último esfuerzo y me levanto, corro tras él. El voltea y me mira, y sonríe, él y yo somos amigos aunque yo no lo recuerde y yo estoy aquí para él.

Escucho el rugido de animal muerto, veo la luz salir de entre la lluvia. ¿¡Dónde está él!? No, no, no, no, no. Vamos nariz, vamos. Su olor está en el piso, él está en el piso, yo estoy junto a él. La mujer que corría se detiene y se cubre la boca. Se acerca y cae de rodillas, el hombre no respira, no respira, mi amigo no respira. Recuerdo la lluvia, recuerdo las luces, recuerdo a mi amigo. La mujer me mira y me da miedo, me va a pegar ¡No es mi culpa! Perdón, perdón, perdȯn. La mujer salta sobre mí y solo suelto un pequeño gemido. La mujer me abraza, la mujer llora, la mujer me necesita. Yo soy un perro viejo, no soy un cachorro, no puedo consolarla como un cachorro podría. Pero le lamo la cara, ella también perdió a su amigo. Llega otro animal de luces y con muchas luces esta vez. Se llevan a nuestro amigo, la mujer se sube en el animal, y a mi me sube también. Es una noche muy larga, y yo no sé dónde estoy, tengo mucho sueño pero no quiero dejar a la mujer sola. No puedo quedarme dormido, no puedo quedarme dormido, simplemente no puedo.

Despierto. Estoy en una casa caliente, hay fuego cerca, tengo miedo. Nunca he estado en una casa de humanos sin que me peguen, necesito irme, ¿por dónde puedo salir? Encuentro una puerta, y debajo de ella hay sombras, la puerta se abre. De la puerta sale un niño, no es solo niño. ¡De la puerta sale el niño! No sé cómo, pero de la puerta sale el niño de la pelota y me abraza. Él no está viejo, pero yo si. ¿Él me recuerda? Detrás de él está una mujer que me parece conocida, su olor es familiar. Sus ojos están tristes, pero su cara sonríe. ¿Qué pasa? ¿Dónde estoy? La mujer tiene un collar y una cuerda, y me la amarran al cuello. El niño me toca la cabeza y me coge de la mano, o de la cuerda, es igual. Salimos a la calle y soy un cachorrillo, tengo fuerza, quiero jugar. El niño juega conmigo y su madre nos mira a lo lejos, nos regala una pelotita amarilla muy muy viejita. Tan viejita como yo. Pero que todavía funciona y todavía puede jugar. ¡Yo también todavía puedo jugar!
Jugamos por horas y volvemos a la casa, el niño se acuesta y yo con mucho cuidado me acuesto en sus piernas. Yo soy un perro viejito, pero mañana de eso no me voy a acordar. Para el cachorro de hombre yo soy un cachorrillo,y para su madre creo que soy un viejo amigo. Mañana no me voy a acordar de nada pero eso me parece bien. Tengo a mi amigo conmigo, aunque se vea un poco distinto.

Yo me debo ver distinto también...