martes, 29 de agosto de 2017

Gracias por nada

Durante años he buscado algo.
Algo nuevo, algo raro.
Algo que me quitase el sueño.
Después llegas, ofreciendo nada.
Sin promesas, sin futuro.
Nada más llegas con un pie fuera.
Y nada.

Yo no sospechaba que la nada pudiera ser tan acogedora.
Poder descansar haciendo nada, pensando en nada.
Nada más hablando.
Nadie nunca nos había dicho que lo bueno existe en la nada.
Y que todo es perfecto nada más.

Se siente tranquila la nada.
Y de nada que me ofreces lo he tomado todo.
Gracias a nada he aprendido mucho.
A tocar todo, sin romper nada.
A dar de a pocos, sin tomar nada.
Nada más que el momento.
Y el contigo tener nada.

Nada somos, y así se queda.
Y todo esto significa nada.
Otro poema que te escriben.
Nada.
Otro paso mío sin efecto.
Nada.
Un par de besos sin recuerdo.
Perdidos en la nada.

Lo mío, nada más es un sueño.
Y un sueño produce nada.
Nada más existe lo nuestro.
Y lo nuestro se pierde en la nada.
Nada te encuentro y de ti nada espero.
Como nada me gusta, me gusta la nada.

Y ahora estas de regreso.
Suerte que te deseo.
Al mundo donde tu todo era proyecto.
Arriesgándote a buscar sin encontrar nada.
Y si nada encuentras, eso es bueno.
Yo aquí te espero.
Cuidando lo que tengo.
Nada.
Cuidando lo que me diste.
Nada.
Es cuestión de perspectiva.
Mi todo, tu nada.
Para ti ningún esfuerzo.
No sientes nada.
No quieres nada.
Para mi ningún agravio.
Mi todo, tu nada.
Gracias por esto.
Gracias por nada.

miércoles, 21 de junio de 2017

Noticia de primera plana

Es sábado y yo estoy despierto a las cuatro de la mañana, Borges está enfermo y es hora de su medicina. Darle medicinas al perro siempre había sido trabajo de Alejandra, a ella la quería más que a mí. Pero como Alejandra ya no está y yo me quedé con el perro, yo le doy la medicina. Le doy la medicina a Borges y el desgraciado la escupe. Le abro las fauces y se la clavo en la garganta. Borges no se ve contento, pero no se va a morir. Yo sé que es mucho más fácil llevar a Borges al veterinario y que ellos se encarguen, pero Alejandra no confiaba en los veterinarios y Borges era de ella cuando nació, mientras crecia y ya a estas alturas no vamos a cambiarle los hábitos al perro. Además, ya lleva varias semanas enfermo y no se ha muerto.

Es sábado y estoy paseando a Borges a las siete de la mañana por la cuadra. La gente nos mira, muchos nos conocen, pero no se acercan. La verdad no sé si ven al perro o si ven al hombre recientemente soltero que terminó encartado con el perro. Es un perro muy bonito, la gente a veces se acerca a saludarlo, a jugar con él. Pero hoy nadie se nos acerca, parecen asustados, tan mal me veo.
Borges y yo llegamos al parque y vemos a una inusual cantidad de personas llorando, y el vernos parece hacerlo peor. Borges no entiende, pero yo no quiero saber qué está pasando. Nos regresamos al apartamento.

El apartamento esta lleno de cajas, Alejandra todavía no se lleva sus cosas. El apartamento se va a ver abandonado cuando se vayan las cajas. No entiendo por qué se fue del apartamento y me quedé yo. Nada aquí era mío, y ahora me quedo con los recuerdos y con el viejo y enfermo perro. Borges está vomitando y me duele la cabeza. Voy a dejar que el vómito se lo coma el perro, no es mi trabajo limpiarlo, mi trabajo es que no se muera Borges, mi trabajo es que Borges sobreviva para que Alejandra quiera visitarlo y nos veamos de nuevo. Me tomo una siesta para luchar contra lo que parece ser una migraña y mis sueños son nítidos. Sueño con un recuerdo, un recuerdo inexacto pero es mi sueño y eso no importa. Sueño con una de mis primeras citas con Alejandra, con su jardín trasero y con su perro. Ese perro se murió hace años ya, y Alejandra debía haber dejado su casa hace media decada. Nada en este sueño era real, y como para variar yo no estoy descansando. Ya me di cuenta que estoy soñando y este limbo entre realidad y esperanza me estresa más de lo que me ayuda. 

Despierto y es de noche.
Por como me mira Borges es fácil saber que quiere salir, salimos.
En la calle Borges camina más lento que en la mañana pero nunca deja de sonreir. No sé si realmente sonríe, en mi opinión solo saca la lengua para refrescarse, pero para Alejandra eso era una sonrisa, y si algo aprendí con su partida fue a darle la razón. Borges se sienta y decido darle unos minutos de descanso al amigo de mi amiga. Examiga... conocida. Unos adolescentes borrachos nos ven y se acercan, Borges se pone alerta. Los jóvenes están ebrios pero no son irrespetuosos. Me preguntan si pueden tocar al perro y yo les digo que sí, que con cuidado porque está enfermo. Ellos responden que se lo imaginaban y yo no pienso mucho del comentario. Me pregunta que tiene y yo no les puedo responder. De repente me hablan de su vida, de sus perros muertos, yo no quiero saber. No me gusta la gente, y por eso odio a este perro, hace que la gente me hable. Los adolescentes me preguntan dónde vivo y me piden ir a visitar a Borges de vez en vez. Yo les explico que la misma pregunta me incomoda y ellos se retiran con un aire de derrota.

Seguimos caminando y hay un café que se ve bien. Los cafés son un lugar fascinante porque puedes tomar licores fuertes solo y la gente no parece juzgarte, o te juzgan menos que en un bar. Dejo a Borges amarrado para ver si me dejan entrar con él al balcón y me acerco al mesero que recibe en la puerta. Le pregunto si puedo entrar con mi perro y el mesero se ríe y me dice "claro" en un tono sarcástico. No pienso mucho al respecto y voy por el perro. Nos sentamos y el duerme mientras yo me pongo a tomar. Frente a mí hay una pareja, el hombre es alto y su cara da a mi mesa. Tiene barba de cansancio, pero de cansancio comodo, de ese que te da cuando te pasas la noche hablando con Alejandra. A la mujer solo le veo la espalda pero sé que llora. Su pelo es largo castaño y se ve enredado. Sus brazos son delgados y las uñas se están despintando. Me recuerda a Alejandra. Me acabo mi trago y voy por otro, esta noche la voy a mirar. 

La mujer se agarra de la cabeza y veo sus muñecas llenas de brazaletes, iguales a los de Alejandra. Me tomo otro trago, lo vuelvo a llenar. La mujer saca un cigarrillo, mentolado, largo, los mismos que fuma Alejandra. Yo miro a Borges, está durmiendo. El hombre se acerca a la mujer, le besa los ojos, se me calienta la cara, estoy celoso. Estoy casi seguro que esta mujer es Alejandra, pero no puedo hacer nada, incluso si fuera. Alejandra no quería saber nada de mí cuando se fue, y en los meses que han pasado y en mis intentos de contactarla nada parece haber cambiado. Seguro ya ni se acuerda de Borges, seguro ya tiene un gato que se llama Cortázar o Bolaño.

Voy por otro trago, pero se reusan a dármelo, yo entiendo, vuelvo a mi asiento y fumo un cigarrillo. El sueño de Borges es profundo y el hombre se me queda mirando. O mira al perro, no quiero que diga nada. Tomo una decisión apresurada y llamo por telefono a Alejandra. Durante estos meses le escribí mucho; nunca le llamé. Marco su telefono y la mesa frente a mí detiene todo para contestar su telefono. La mujer contesta, pero mi telefono sigue sonando. La mujer voltea y sus ojos son azules, los de Alejandra son cafés. Mi telefono sigue sonando y ahora estoy nervioso. Alejandra contesta.

"Que quieres" me dice, ni siquiera suena como pregunta. 
"Quería hablarte de Borges" respondo y ella se queda callada. Me agacho y toco al perro, un poco brusco para despertarlo. La mesa de alfrente lo ve y viene corriendo emocionada. Parecía que nunca hubieran visto un perro. Borges no abre mucho los ojos, se ve que tiene que hacer mucho esfuerzo. La mujer está llorando y Alejandra me pregunta sobre su experro. Lo muevo otro poco y entiendo.
"Borges está muerto" digo asustado.
"Ya me lo imaginaba" Alejandra me cuelga el telefono. 

Me levanto, pago la cuenta, me llevo a lo que ahora entiendo era mi perro.
Lo dejo en una veterinaria, me despido de él rápido, soy un hombre de pocas palabras. Llego a mi casa y me voy a dormir. En la noche no sueño con Alejandra, o bueno, más o menos. Me sueño en un laberinto queriendo llegar a ella, pero en cada esquina está un perro muerto. Intento no verlos me enfoco en ella, al final no llego.

Me despierto y leo el periodico, no sé hace cuantos meses que no lo he hecho. La primera plana me da sorpresa, me da náuseas y me da desespero. La primera plana lee.

"Después de semanas de creerlos extintos, anoche murió el último perro."

jueves, 2 de marzo de 2017

Desencanto

Hace poco empecé a olvidarte.
Y al olvidarte fue inevitable la luz del recuerdo.
El recuerdo de la promesa y del amor nuevo.
El recuerdo que no hizo más que resaltar al desencanto propio del ingenuo.

Hace poco me senté y al pensarte decidí olvidarte.
Y en el olvido decubrí mi invento.
Mi invento de quien eras y de quien pensé que podrías ser para mí.
Y al verte, al compararte, tu ser se quedó pequeño.

Hoy cuando te vi sentada, recordé nuestro cuento.
El cuento que yo escribí, pues de tu parte existió todo menos esfuerzo.
Quise acercarme, quise discutir nuestro amor muerto, nuestro amor eterno.
Pero mientras a todos sonreiías me fue evidente, que todo lo tuyo interesante venia de mi propio pecho.

Pecho que te sobreinterpretaba.
Pecho que te ve´ia aun en su sueño.
Sueño que tus labios transgiversaba.
Pues todo silencio bien se esconde con un beso.
Besos que me dabas, pero veo que quien fuera regalabas.
Regalos que no vienen del cielo.
Cielo que tus ojos prometían.
Promesas que tu alma no llevó a provecho.

Y en mi desquite aprovecho al ritmo.
Que en la noche me persigue como anzuelo.
Pues el tonto se fija en las cosas brillantes.
Brillantes como vasijas. Vacías por dentro.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Vamos

Ven,
Ven y mira.
Ven que te quiero mostrar.
Lo que en el tiempo que estuviste construía.
Y que por tu acelerado paso nunca me viste acabar.

Ven,
Ven y mira.
Ven solo una vez más
Cuando llegaste a mi vida yo a nadie buscaba.
Y como tu cara bonita fue esculpida para complacer.
Nadie fuiste para cuando decidiste desaparecer.

Ven,
Ven y escucha.
Escucha lo que en el pánico no logré pronunciar.
Las palabras que el último día de mi boca no salían.
Las ideas que de mi corazón no he conseguido borrar.

Ven,
Ven y escucha.
Ven que te quiero contar.
Las historias que desde el primer momento te estaba preparando.
Las historias que nunca acabo,
Las historias a las que tú decidiste poner un final.

Ven,
Ven que te extraño.
Cuando la realidad es que no te conozco
Sin embargo, diario te espero
Y a una extraña no debería ser difícil olvidar.

Ven,
Ven y mírame
Ven y te escucho.
Ven que ya no te quiero extrañar.
Ven,
Ven y quedate.
Ven, pero quedate.
Ven y nos vamos.
Ven que juntos olvidaremos que siempre habrá final.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Juan Carlos, María y un perro.

El día en el que Juan Carlos decidio suicidarse comenzó de la misma manera que todos los demás.
La alarma de su telefono se activó diez minutos después de que Juan Carlos se despertara. El agua de su ducha no estaba lo suficientemente caliente, pero tampoco se podía decir que estuviese fría. Todo estaba básicamente bien, pero había lugar para mejorar.
El día en el que Juan Carlos sabía que estaba listo para morir era uno particularmente bonito. Había llovido la noche anterior y las calles parecían limpias. Era un buen día para trabajar afuera y Juan Carlos no perdió la oportunidad de hacerlo. Él amaba su trabajo, desde muy pequeño le había gustado todo lo que fuera crear. De niño hacia dibujos y esculturas de plastilina, cuando tenía doce comenzó a escribir cuentos y a los quince ya dedicaba sus propios poemas a los cuales les componía música sin mayor dificultad. Todo esto le gustaba hacer a Juan Carlos, y realmente no había abandonado ninguno de sus talentos, pero todos eran secundarios frente a su verdadero arte que afortunadamente doblaba como su pan de cada día, la talla de madera. Juan Carlos no recordaba con claridad en que momento comenzó a tallar, no recordaba en que momento la gente comenzó a reconocer su trabajo, ni en que momento pudo darse el lujo de vivir únicamente haciendo eso. La realidad era que eso no le importaba en lo más mínimo. Para él lo importante era que su arte se viera, y la madera era dfícil de ignorar.
El día en el que Juan Carlos sabía que iba a morir, él estaba acabando la estatua de la virgen María que había comenzado a tallar cinco semanas atrás. Esa estatua realmente no era para ningún cliente.
Había comenzado como un proyecto personal, un regalo, para el cumpleaños de una mujer que le había llamado la atención. Para cuando Juan Carlos llevaba dos semanas tallando la madera la mujer decidio desaparecer sin previo aviso. Para cuando la mujer había desaparecido, Juan Carlos estaba comenzando a tallar la cara. Y por destino o por convicción, la cara de María era la misma que la cara de la ausente. Tenía las mismas largas pestañas, y la misma nariz un poco grande pero fina. Juan Carlos era consiente de lo extraño que resultaba tallar a esta mujer y a María al mismo tiempo, pero le daba igual. La estatua era hermosa, le daba orgullo y esa tarde de todas formas él iba a morir.

Para Juan Carlos una cosa de ese día era clara e innegociable. Si realmente iba a ser capaz de morir, iba a hacerlo justo después del atardecer. A Juan Carlos le encantaba ver el atardecer desde la colina que cubría su pueblo y esa era la última vista que quería tener antes de volverse parte del calor del cielo. Para cuando María había quedado terminada, ya era el medio día. La estatua era auténticamente impresionante. Los ojos brillaban con culpa y tristeza, la boca sonreía con cortesía y miedo. El cabello caía desordenado por los pocos lugares en los que se podía ver y las proporciones eran perfectas. María media unos centimetros menos que Juan Carlos y su tamaño era ideal para abrazarle mientras el sol se ponía.
 Juan Carlos sabía que María iba a ser pesada, por lo que tenía preparado una pequeña carretilla para moverla de aquí para allá. Subirla fue difícil pero no tomó mucho tiempo, y caminar las calles presumiendo su trabajo era una experiencia celestial para su artista. Juan Carlos y María comenzaron a subir las calles del pueblo dónde los dos habían nacido para llegar a tiempo a la colina. Y en el camino se encontraron con la pequeña vinoteca que también vendían libros por kilo. Era claro que Juan Carlos se merecía una copa, aunque no fuera un gran bebedor, por lo que decidió sentarse y pedirse un tinto. El vino sabía a hierro, pero era satisfactorio. María parecía aburrida pero a Juan Carlos no le interesaba lo que pensara ella. María nada sabía, era el primer día de su vida. Juan Carlos sabía todo, era el último de la suya.

Mientras María miraba al vació y Juan Carlos se acababa su copa, ambos presenciaron la impresionante hazaña de un perro que se había propuesto escapar de un coche que fungía como prisión para él. El coche tenía una ventana un poco abierta, claramente el dueño no quería que su perro se muriera. Pero el coche también estaba estacionado justo bajo el sol, y el dueño claramente no comprendía que había garantizado la tumba de su perro. El animal, que parecía un shiba inu cruzado con algún perrito de la calle, sacaba sus patas por la ventana. Luchaba contra el tiempo, contra la imposibilidad de sobrevivir en su cuerpo, luchaba contra el calor, y contra la incompetencia de su dueño. Juan Carlos quería salvarlo, pero María lo miraba con desaprobación. Juan Carlos no podía cuidar al perro, no después de esa tarde, y María no quería quedarse con la responsabilidad. A Juan Carlos, obviamente, no le importó la opinión de su creación y con gusto rompió la ventana del carro. El perro salió corriendo en búsqueda de sombra bajo el lecho de María y Juan Carlos creyó ver como el perro marcaba su territorio en la madera. Eso era absolutamente perfecto.

El perro claramente estaba agradecido con Juan Carlos. Pues mientras el autocondenado subía la colina con su hija, el perro brincaba alegremente junto a ellos. Su cola esponjada se movía delicadamente y sus orejas se hacían para atrás con cada briza que pasaba. Juan Carlos pensó en ponerle nombre a su nuevo amigo, mas opto por no hacerlo. Ponerle nombre iba a significar condenarlo. Hacerse su dueño para solo abandonarlo. A Juan Carlos por lo general no le gustaba el compromiso, pero esa tarde en particular no iba a ser una en la que iba a cambiar eso. Así que el perro se quedo llamándose perro por el resto de la vida de Juan Carlos, pero al perro esto no parecía molestarle, y nadie le preguntó a María qué opinaba.

Para cuando Juan Carlos, María y el perro habían llegado a la cima de la colina eran alrededor de las cinco y media de la tarde. Quedaba medía hora para el atardecer, por lo que Juan Carlos entendía que le quedaban unos cuarenta minutos de vida más o menos. Lo primero que hizo al darse cuenta de esto fue tirarse al suelo y respirar mientras olvidaba su horizontal cuerpo. Cerró los ojos y pensó en los ojos de María, se preguntó que estarían viendo. Después pensó en que opinaría el perro de todo esto. Sí si quiera lo notaría, seguramente sí, pero qué haría al respecto. Para Juan Carlos los perros no se preocupaban por la mortalidad o la entropía. El perro un día moriría, maría un día comenzaría a quebrarse y Juan Carlos probablemente no podría llegar a verlo. Después de pensar un poco más en cosas que no interesan de más, faltaban unos quince minutos para que el sol se escondiera. El cielo ya cambiaba de color y tanto Juan Carlos como María, como el perro, estaban sin palabras.

El día que Juan Carlos se iba a matar, había salido a la perfección. El plan del suicida había salido al pie de la letra y su corazón no podía estar más tranquilo. Él finalmente había aceptado la tendencia destructiva del universo, y estaba listo para formar parte de ella. No luchaba contra ninguna fuerza mayor, y se sentía libre. A Juan Carlos le dolían las mejillas de tanto sonreír y finalmente era momento para hacer su última obra en madera. Poco atrás de donde María y el perro se sentaron uno junto al otro viendo al horizonte hablando de lo que solo un perro y un pedazo de madera podían hablar, había un árbol de tronco ancho. Juan Carlos tenía en su mano el cuchillo con el que había creado cientos de veces y mirando a sus amigos decidio inmortalizarlos. El sol comenzaba a agacharse por completo y tanto María como el perro estaban concentrados en el momento. Juan Carlos vio la imagen y en el tronco el momento se convirtió en eterno.

Cuando el artista estuvo satisfecho con su bajorrelieve, toco el cuchillo con la punta de su dedo, probó el sabor de su sangrar y se sentó junto a María. Quedaban pocos segundos de día, pocos momentos de vida y la noche fue precedida por un ataque grosero e imperdonable del tiempo. María se había inclinado para ver mejor y al inclinarse había caído de lado al suelo. Tal vez María no se hubiera roto por la mitad de no ser porque había caído encima del perro quien después de un suave chillido descansaba para siempre junto a la santa madre frente al ocaso.

En el día en el que Juan Carlos había planeado suicidarse, nunca se llegó a ver el anochecer.

domingo, 29 de mayo de 2016

Te presento a mi amiga

Si te mueves por la vida, con el tiempo te haces de amigas.
Conoces quienes comparten tu vida, quienes poco a poco aportan a ella, y poco a poco se vuelven parte de ella.
Y si las tienes, y si las quieres, y si las conservas. Las ves hacerse activas.
Las ves bailar y no sientes emvidia, y tus amigos preguntan por su nombre y los sientes bromistas.
Y todos te dicen, y para ti todos te mienten, de lo deseable que es tu amiga. Y para ti su luz brilla pero no brilla, y su olor es a flores, pero flores de regalo de familia. Y sus ojos los conoces perfectamente, pero  no brillan.

Si te mueves por la vida, y tienes suerte, te haces de una amiga.
Y si tienes suerte te preguntas con quien comparte su vida, a quien le aportan, y quien hace parte de ella.
Y si la tienes, la quieres, y por Dios la conservas, la ves ser activa.
Ves lo bien que baila, y ves como otras mujeres la envidian. Tus amigos se saben su nombre, y los acusas por querer ser exhibicionistas.
Y todos te dicen, y de una forma u otra les crees, lo hermosa que es tu amiga. Y para ti su luz brilla, pero cansa la vista. Y su olor es a flores, de las que mueren después de Febrero, como una rosa amarilla. Y sus ojos has visto llorar y dormir, los conoces perfectamente, te miran y brillan.

Si te mueves por la vida, y el mundo te quiere. Conoces a esta amiga.
Y cuando sabes que no la tienes, más la quieres, más la aprecias. Deseas decirle mia. 
Y si tienes mente te atreves a querer compartir su vida, a aportarte, y a aceptar que quieres que sea parte tuya  esa amiga.
La ves bailar y para ti todos los otros no entienden, lo perfecta que es tu amiga. Y para ti su luz brilla, y te calienta y te aseugra. Y su olor es a flores de las que no mueren, de las que nunca marchitan. Sus ojos los conoces tanto como para ilustrarlos, como para recordarlos si se te fuera la vista. Pero sabes que no los has visto lo suficiente.  Y que mañana quieres verlos apagarse con la luna y prenderse con la mirada tuya. 

Si te mueves por la vida, y tienes suerte, olvidas la palabra amiga.
Y si los sueños se cumplen. ella comaprte tu vida, cada día te aporta, y cada dia eres parte de ella.
Y de repente la tienes y no la tienes, y la quieres, mas nunca lo suficiente. La conservas porque sabes lo que es estar sin ella, y la ves ser una mujer activa.
Y en las noches contigo baila, y todo el mundo aunque no lo acepte te envidia. Y su luz a tu casa te guia, y su olor es costumbre, pero lo extrañas cuando estas lejos de tu niña. Sus ojos los ves en todas partes, y no te molestaria verlos en tu hija. 

Y mañana la presentas como amiga, como compańera de vida. Le dices a todos hasta el cansancio cuanto te aporta y cuanto te anima. Si tienes suerte mañana tu pareja es también tu mejor amiga.
Y aceptas el miedo que tuviste al darte cuenta, y aplaudes el valor que te tomó hacerselo entender a ella. Si tienes suerte mañana te despiertas y le dices mia, y si tienes suerte cada noche termina con su voz y con dos palabras, Si tienes suerte lo ultimo que escuchas cada noche hasta la última noche es su "hasta mañana mi vida".

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Protesta

Qué me importa tu fusil,
o si tu amigo carga un cuchillo.
Que importancia podría darle a tu rugido,
Cuando cargo al universo conmigo.

Amenázame con tu puñal si quieres,
estás en todo tu derecho.
Sacúdelo, grita; Yo no te temo.
Cargo un diamante en mi pecho.

Veme caminar, riete, síguete riendo.
Dime lo que quieras, señala mis defectos.
Haz todo aquello que te tenga contento.
Dime lo que me falta, y como tú ganas en este juego.
Pero ojo, yo conozco al tiempo.

Siéntete orgulloso, con tus brazos de hierro.
Camina con pasos ruidosos, camina inflando el pecho.
Pisa las sombras de tus contrincantes, diles que se vayan al infierno.
Veme y siéntete más hombre, veme recostado en el ardiente suelo del desierto.
Veme en la noche sin techo.
Veme nadando en el mar abierto.
Ve a tu casa y contra el frío siéntate frente a tu fuego.
Yo aquí expuesto no sentiré miedo.
Yo sin techo no estaré enfermo.
Con la luna gastare el sueño.
El solo de verme se pondrá contento.

Soy el oasis en el desierto.

lunes, 14 de septiembre de 2015

volo di donna angelicata

Llamaradas a su izquierda, llamaradas a su derecha.
Llamaradas a sus espaldas.
El cielo lleno de estalagmitas congeladas.
Frente a él, el vacío en sí.
Hacia abajo el Cocito helado.
Y sobre cada hombro reposa una mano.

Cada mano pertenece a una mujer con alas.
La rubia, tiene ojos grises, llenos de luz encerrada.
La morena, los tiene oscuros, y una cara enojada.
Sin mayor esfuerzo, no le dejan caer.
No le dicen nada, no le miran si quiera.
Solamente se dedican a no dejarle caer.

La rubia lleva en su mano derecha las cuentas.
Mueve sus dedos como si un abaco tuviera.
La morena con su mano izquierda chasquea.
Marca el tiempo, que con su voz complementa.
La rubia posa su mano con cariño.
La morena lo agarra con vicio.

Las plumas de sus alas son delgadas.
Es claro también cuan delicadas.
Su movimiento es hipnotizaste.
Sus intensiones le tienen confundido.
Pero sin ellas estaría completamente perdido.

Él intenta contarles sobre su vida.
A ellas les es indiferente.
¿Quien eres tú, sangre indigena?
¿Por qué harías diferencia?
Ellas no lo llevan por placer sino por deber.
El vacío crece.
El Cocito  ahora se llama Estigia.
El frio y el calor es expulsado por sus alas.

Se da la despedida y de él hoy poco sabemos.

La rubia se llamaba esperanza.
La morena intuición.

domingo, 21 de junio de 2015

El color gris: un problemita de punto de vista

Yo siempre que leo, lo imagino todo en blanco y negro, y como con si todo se viera en un espejo. Es decir, si en el texto dice que hay un carro rojo a la derecha de la calle, yo veo un carro blanco oscuro en la izquierda. Pero yo se que es la derecha. Es algo así como cuando te ves en tu reflejo y te afeitas la parte derecha de tu cara. El reflejo se afeita su izquierda pero no realmente, y todos lo sabemos. Esa es la mejor manera en la que lo puedo explicar...
Cuando le cuento esto a la gente me dicen que seguramente no tengo creatividad, pero yo no creo que sea eso. Si mi imaginación no fuera buena no vería más que letras, mucho menos un universo exactamente igual pero orientado en otra dirección. Mierda, mi mente es tan creativa que consigo crear esta nueva característica que ni con palabras se consigue explicar.

Ya a estas alturas aprendí a vivir con este problemita, al final de cuentas me encanta leer y no voy a dejar de hacerlo por algo así. De una forma u otra esto me da una experiencia con cada lectura que simplemente sé que nadie más logrará replicar. Lo único que me molesta es que sé de lo que me estoy perdiendo. A ver déjame explicar, yo nací con este problema de punto de vista, pero no siempre lo tuve. Hubo un periodo más o menos largo pero un poco corto en retrospectiva en el que las cosas no fueron así. Si mi vida fuera una novela este capitulo de ella se llamaría Manuela y comenzaría en una tienda de libros/cafeteria/tienda vintage/ santuario alternativo/ mal juego de palabras.
En este momento de la historia yo no era más que un sarcástico pero bienintencionado cajero. Mi vida no era nada cercano a una fantasia pero tampoco me llamaba miserable. Estaba en la universidad estudiando una carrera cualquiera de esas que te preparan para ser un excelente ejecutivo, un artista resignado y de vez en cuando un padre. El aburrimiento me tenía trabajando y el dinero extra no me sobraba. Además el trabajo era bastante cómodo. La gente solía ir buscando un libro en especifico y si no era así me llevaba dos segundos recomendar uno que ellos no hubieran leído. Y en los tiempos medio entre interacción e interacción los administradores me dejaban tomar un libro de los estantes y ponerme a leer.

Los clientes nunca fueron nada del otro mundo. La mayoría venía por el café o a comprar un regalo a sus "amigos intelectuales". Y los otros "clientes" solían ser esas personas especiales que se robaban los libros ya sea por desgracias personales, por falta de adrenalina o por falta de voluntad para trabajar. Por esta gente se me ocurrió una idea que llevó a que mi jefe se llevara un premio firmado por el alcalde y que a mi me llevó a un aumento por mantener mi silencio. La idea era bastante simple, si una persona no podía comprar un libro se le dejaba pagar un peso y a cambió se podía llevar algún libro usado y una vez que lo hubiera leído se le pedía que por favor lo trajera de vuelta. En caso de que si lo trajera de vuelta se le permitía seguir sacando otros libros por el resto de su vida. Y si se daba el caso en el que un peso fuera demasiado se podía entregar algún libro a cambio. No importaba que tan viejo, que tan bueno, ni en que idioma estaba. Lo único que se les pedía era que no lo robaran a otra tienda, por obvios motivos.

No mucha gente utilizó la segunda propuesta, un peso no era mucho a cambio de una eternidad de libros impresos. Pero una que si utilizó la oferta fue Manuela, aunque para todos era claro que ella algunos libros podía comprar. Un día llegó a la caja  y me dijo que quería entregar un libro para poder comenzar a "rentar". Yo no le puse mucha atención al principio y le di su tarjeta de intercambio. Ella tomó un libro cualquiera y se fue antes de que realmente le pudiera ver la cara. Más tarde ese día vi que encima de la pila de libros a mi derecha se encontraba el nombre del autor que me obsesionaba durante esas semanas. Sin pensarlo dos veces lo tomé y lo comencé a leer y no lo dejé hasta que fue la hora de cerrar.

Pasaron unas semanas y Manuela entró de nuevo. Entregó un libro y se llevo otro, pero antes de irse me preguntó qué me había parecido. ¿Qué me había parecido qué? Pues ese libro, me respondió y por primera vez la miré. Manuela no era mucho que ver pero tampoco era nada a lo que se le haría mala cara. Tenía unos ojos grises enormes, una nariz ibérica, y una sonrisa lo suficientemente salida como para ser adorable sin ser equina. Le dije que me había gustado mucho su libro y que quería saber qué pensaba ella. Manuela me respondió que me diría en una semana, me quitó el libro del escritorio y se fue. Esa semana no hice más que leer poemas de las flores del mal. Esos poemas no estorbaban con mi problemita de punto de vista y me hacían pensar en Manuela. Aunque claro, todavía yo no sabía que ella se llamaba Manuela.

Las semanas pasaron y Manuela me invitó a su club de lectura. Cosa que desde el principio me hizo sentir incómodo. Mi imagen de un club de lectura era algo así como una congregación de madres solteras sentadas tomando té discutiendo los últimos trabajos de Nicholas Sparks. Eso o un grupo de pseudo-bohemios amantes del taboo por el taboo y que disfrazados de mar no tenían más profundidad que un charco. Afortunadamente mis ideas eran tan ridículas como sonaban y el club de lectura resultó ser algo bastante bueno. La gente era completamente ordinaria, por decir algo beige.
Los libros que elegían discutir siempre eran interesantes aunque no siempre nuevos y sus opiniones me abrían los ojos a una idea o me reafirmaban mi opinión. Mi único desagrado con la actividad era el esfuerzo que me costaba opinar. Me resultaba devastador tener que traducir mis cuadros mentales a los que yo creía ellos tenían y después discutirlos. Sin mencionar que al parecer era evidente para los demás que algo con mi mente no funcionaba del todo bien.
Una de esas tardes Manuela muy enojada se metió en el bus hacia su casa y me preguntó por qué yo no leía los libros. Yo aterrado le dije que si los leía y ella me respondió que se notaba que yo sabía los eventos de las historias pero que no se notaba que realmente las hubiera leído. Y en esto se fue el bus.

Pasó un día y Manuela fue a la tienda a leer. Me senté con ella y por primera vez a alguien le expliqué lo que me sucedía. Cómo leer para mi era diferente y cómo era posible que eso era lo que la había hecho dudar. Manuela parecía bastante emocionada respecto a esto y sonrió. Ella decía que mi problema era más una bendición, que yo tenía la capacidad de ver las cosas cómo las vería un perro en la calle presenciando las acciones de cada cuento, de cada historia. Después de esto Manuela me explicó cómo ella escribía cuentos cortos y me pidió que si los podía leer. Su idea era que yo podría ver cosas en sus historias que ella había pasado por alto y que eso la podía ayudar a perfeccionar su arte.  Y así fue como Manuela y yo nos volvimos socios.

Ahora, no les voy a faltar el respeto hablándoles de cómo un día besé a Manuela, no les diré sobre nuestras primeras noches, sobre nuestras primeras peleas, ni sobre cuando le pedí que se casara conmigo. Manuela y yo nos casamos sí, pero nuestra relación no se puede definir así. Ella era una fantástica escritora y yo después de acabar la carrera me volví en su editor y en su agente. Manuela se había ganado con sus ojos grises el universo paralelo que existía en mi cabeza. Ella me hizo ver mis defectos como virtudes y de un momento para otro me permitió ver. Ver el carro rojo a la derecha y entenderlo como un carro rojo a la derecha. Claro, después de ese cambio disfruté mucho más el club de lectura. Al cual Manuela, por cierto, dejó de ir. Muchas veces leíamos sus nuevas obras y eso la ponía mal. Eso y también las giras de sus libros la tenían viajando aunque sea veinte días al mes.

Yo le arreglaba sus giras pero nunca las tomaba con ella. Además de trabajar con Manuela también conseguí abrir una tienda de libros/cafeteria/sueño compartido. En esta usábamos la política del préstamo de libros y en esta nos reunimos el club de lectura recibiendo miembros nuevos todos los meses. Yo siempre había visto todos los libros en blanco y negro, y yo creo que por eso solo yo podía apreciar realmente los libros escritos a color. Para mí ese color era el aporte personal de Manuela y siempre que leía ella tenia sus palmas filtrando mis ojos. Irónicamente el poder apreciar tanto las obras a color me llevaban a apreciar a mayor nivel aquellas escritas en blanco y negro, en universos paralelos. Obras como la última de Manuela. Esta obra me hizo sentir, me hizo llorar, me hizo entender que Manuela había entendido todo mi sufrimiento y que lo había sabido proyectar perfectamente.

Un mes después de la publicación del libro, Manuela estaba en plena gira y el club se había reunido para discutirlo. Yo guié la discusión, me enfoqué en el uso del blanco y negro, en el efecto del paralelo e incluso dejé opinar a mis sentimientos mencionando mi vida personal. Hablé sobre el libro durante toda la hora y nadie más quiso opinar. Al acabar vi la cara de todos, y por primera vez sus miradas me hicieron sentir mal. Me miraban u ofendidos o con mucha confusión. Cuando les pregunté que pasaba uno de ellos se paró y me preguntó qué libro fue el que yo había leído. Todos estaban de acuerdo cuando dijeron que la historia era la misma, pero que no entendían a qué me refería yo con el llamado efecto paralelo, y me cuestionaban si tal vez mi versión del libro era una vieja, un primer borrador en el que no se mencionaba en absoluto el color.
Escuchando estas preguntas dejé de sentir sus miradas y su confusión, solamente sentía el frío. Nadie entendía lo que pasaba, pero a mi nadie tenía que explicármelo, a mi mente le habían robado el color.

Llegué a mi casa, a nuestra casa, y noté la maquina de mensajes titilar. Yo no necesitaba escucharla, yo sabía lo que los mensajes decían, yo no lo quería saber. Manuela había muerto, el avión de su gira se había caído, o tal vez un bus la atropelló, eso o una bala perdida, o un admirador enloquecido, una mujer celosa, un repentino paro de corazón. Ustedes no necesitan saber de que se murió, cuando lo que importa es que eso pasó. Y que ahora tengo una tienda de libros/cafeteria/sueño compartido/ corazón roto en dónde todos los libros están al revés y escritos en blanco y negro. Aunque no, eso no es cierto. Ahora que todo lo cuento, y que recuerdo cómo era el blanco y el negro antes de conocer a Manuela. Ahora sé que eso no es así. Mi problemita de punto de vista no me hace ver todo en blanco y negro, me hace ver los ojos de la niña que por el precio de un peso me cambió la vida.  Todo ahora lo leo diferente pero de todas maneras frío. Ahora todo lo leo en el nombre que Manuela le puso a la tienda después de un poema que le dediqué por mi amor hacia sus ojos. Ahora todo en ese mundo, que es el que realmente importa, es el color gris.

martes, 17 de marzo de 2015

Querido señor lobo

Señor lobo,
la luna ya se va.
Tiene otro lugar que necesita iluminar.
Señor lobo,
No vayas a llorar.
No des ese gemido de plata que solo la va hacer temblar.
Ella estuvo y ella volverá.
Ella sabe que la necesitas, ella cree que la esperarás
Señor lobo,
No le digas la verdad.
Levanta tus orejas y mírala como si no fuera la ultima vez que lo harás.

Señor lobo.
La luna ya se fue.
Esta del otro lado del mundo pensando en lo que vas a hacer.
Señor lobo.
Hazla sonreír.
Corre por los bosques, nada por los ríos, juega a ser feliz.
Señor lobo.
Hazlo por ella si ni puedes hacerlo por ti.
Que ella te ama con pasión y con hambre y ella necesita que estés bien y que logres sonreír.
Señor lobo.
Olvídate de su olor.
Olvida de como te pone loco y de como te hace sentir un poco libre.
Señor lobo,
Siempre has sido libre.
Siempre has sido feliz.
Señor lobo.
Tienes que verte como ella siempre te vio a ti.
Señor lobo,
La luna está perdida y hace mucho que nadie sabe nada de ti.
Sabemos que te mueves cuando de repente nos da frío; el llanto de la noche nos indica que no has dejado de vivir.
Señor lobo,
¿Por qué la has abandonado?
Ella solo era luna, ella no hizo más que brillar en las noches, en el frío, en la lluvia.
Señor lobo,
Ella iluminaba a todo el mundo, pero ella solo brillaba para ti.
Te enamoraste de sus alas estrelladas, no se las podías reprochar.
Señor lobo,
Se puede correr sin escapar.
Se puede flotar sin ser libre.
Se puede aullar sin llorar.
Señor lobo,
La luna está perdiendo su luz.
Cada noche se acuesta más temprano y tú por ahí matando gallinas y gallos.

Señor lobo.
El Prado ha muerto y tu estas sucio con sangre y con barro.
Señor lobo.
No quiero volver a saber de ti.

sábado, 21 de febrero de 2015

Cuentos Charros: Silvia y Ernesto

Estaba en caballerizas tomando una cerveza imaginando que era ron. No porque no me gustara la cerveza, sino porque esa cerveza no tenía ese sentimiento carnal que normalmente tenía el ron.
Mientras me tomaba mi cerveza intentaba escribir un poema. Tomaba sorbitos y escribía palabras, tomaba sorbitos y pensaba en sentimientos. Pensaba en tristeza y pensaba en la luna, pensaba en amor y pensaba en pedirme un poco de ron. Pero el poema no salía, yo poeta no era y eso lo sabía, pero quería intentar. Yo sabía todo lo que se podía saber de métrica, todas las posibles palabras y todas sus posibles rimas, pero el poema no salía.

-Mientras cuentes las sílabas el poema no saldrá. Dijo una voz con acento americano un poco lejos de mí pero a mi izquierda.
-Yo sé. Respondí sonriendo con toda falsedad. Pero solo quiero practicar, no es como que me vayan a recordar por esto.
-Eso no lo sabes sweetie. me respondió la voz que de repente me parecía terriblemente femenina.
-¿Y tú sí?
-Honey di lo que quieras, pero yo no estoy contando palabras.

Después de eso decidí que la voz tenía razón. Bajé mi lápiz y terminé mi cerveza. Lleve el vaso a la barra y pagué. Cuando regresé a mi silla noté una rubia media melena inclinada sobre mi papel. Me senté frente a ella y la miré fijamente hasta que me notara.

-Esto es trully malo muchacho. Dijo la voz sin levantar la mirada. Come on, vamos a caminar.

Me hubiera ofendido si yo pensara que mi poema era bueno, pero la verdad lo poco que había escrito me parecía fatal. Le ofrecí una mano a mi nueva compañera, y para mi sorpresa, ella la aceptó con mucha gracia. Esos días en España, en especial Salamanca no era normal recibir una respuesta positiva a una señal de caballerosidad, mucho menos una respuesta tan apropiada y educada. Salimos por la calle silencio del pequeño bar y le pregunté a mi compañera de donde era, explicándole que me sorprendía su forma de actuar. Boston respondió con un fuerte acento y me sonrío. En ese momento noté su corte de cabello, y sobretodo su estilo peculiar de belleza. Parecía un personaje secundario de una buena obra de teatro escrita en los años cincuenta.

-Pardon dijo la veinteañera de Boston mientras me tomaba del brazo con delicadeza.  Yo no conozco la ciudad ¿me la podrías mostrar?

Por supuesto yo accedí, aquella mujer era bella, eres intrigante y tenía ojos de muerta. No en el sentido de la nada que significa la muerte, sino en el de la paz agonizante que yo imaginaba se debía sentir en el más allá. Era una de esas mujeres de las que se entendía que no había dos y seguramente que aunque sea de poesía me podía enseñar. Decidí ir con ella al jardín de Calixto y Melibea, mi razonamiento fue que ella seguramente no sabía de ese pequeño y coqueto lugar, pero seguramente era familiar con los personajes que llevaba en su nombre. Era al mismo tiempo una muestra de mi cultura y una prueba de la de ella.

-¿Qué quieres demostrar trayéndome aquí? Preguntó el momento en el que cruzamos el pequeño arco que divide a Salamanca del pequeño jardín y no supe qué decir.
-No pretendas sorprenderme, don't be the beast. 
-¿The beast? Pregunté
-Yeah, the beast. Respondió. No me tires besos sin que te conozca, no bailes como un mono sin que te pueda abrazar.

Yo no entendí lo que quería decir, pero asentí. Las mujeres interesantes siempre hacían eso, soltaban frases que uno no entendía hasta semanas o incluso años después, pero que eran clave recordar.

-Te está diciendo que no la ganes como un torero, o lo que ella considera un torrero. Dijo una voz masculina, con un ligero acento americano pero que casi no se sentía sobre ese español perfecto

-Ernest. Dijo ella con sus ojos abiertos y su puños cerrados.
-Sylvia. Respondió él tocando la punta de su sombrero.
-Who is the kid? Preguntó Ernesto seguramente asumiendo que yo no entendía inglés.
-I'm not sure, a spanish writer I suppose. Respondió Silvia.
-No creo que lo seas. Dijo Ernesto clavando sus peligrosos ojos en mí.
-No diría escritor. Respondí. Pero aspiro serlo.
-No me refería a eso, tienes el aliento de un escritor, lo que no pareces es español.
-Ah claro, no lo soy.
-Lo sabía.
-Soy de...
-Oh please, who cares? Interrumpió Silvia. Vamos a ese puente que se ve allí.

Salimos los tres del jardín y caminamos en dirección al río. Yo veía a Ernesto y me parecía que se hacía más viejo con cada paso que daba. No era algo extremadamente evidente, pero era como si lo hubiera conocido a los veintitrés y que en ese momento estuviera por cumplir los veintiséis. Llegamos al puente romano y nos detuvimos a ver la corriente correr. Hace meses que no llovía, y el rio estaba bajo aunque no se notara a primera vista. El viento nos azotaba como el viento charro lo solía hacer y cientos de pájaros de colores y monocromáticos volaban en círculos sobre todos nosotros. Silvia se apoyaba en el borde, como alguien que quiere saltar y la oí susurrar aunque solo fui capaz de entender el final.

-Over each weighty stomach a face, floats calm as a moon or a cloud. 
-No seas poeta niño. Me dijo Ernesto quien de repente tenía una blanca barba. No si tienes la opción de elegir.
-¿Ella escribe poesía? Pregunté.
-Solo vela, con eso basta para responder. Respondió.
-¿Y usted?

Ernesto rió.

-Escribí poemas, pero no me consideraría poeta.
-Narrativa entonces. Insistí.
-Sí muchacho, ahora ve por ella que está a punto de saltar.

Ernesto no mentía, Silvia se había subido a una de las sillas de piedra del puente y de un brincó había escalado hasta el borde. Sus brazos estaban abiertos, pero sus piernas no mentían. Todo su cuerpo estaba firme, su corte de cabello digno de los años cuarenta se agitaba bruscamente contra el viento y sus labios parecían intentar besar a alguien. Le toqué su pierna y ella me miró con aburrimiento, me tendió su delicada mano y con el mismo brinco que usó para subir, bajó. Ernesto estaba aburrido y ofreció comprar un poco de whiskey o un poco de vino. Yo quería ron, pero me dio miedo decirle que no. Ese hombre tenía la masa y la forma de un campeón de guerra, los ojos de un pescador decidido y las grandes manos de un boxeador.

-¿Por qué ibas a saltar? Le pregunté a Silvia una vez que Ernesto nos dejó.
-Había mucho silencio. Respondió. Y el sonido me deprime, pero no el sonido del silencio, sino el sonido de mi silencio.
-No tiene sentido. Dije en voz baja.
-Pardon? 
-Te ibas a matar como si no importaras, pero tu silencio te deprime, como si fuera muy importante lo que tuvieras que decir.

La cara de Silvia de repente cambió y ya no era una mujer de veinte años aburrida. De un momento para otro Silvia había cumplido treinta y estaba enfadada, enfadada como una asesina, enfadada como una malvada abeja.

-Debería besarte. Me dijo con odio.
-¿Besarme?
-Sí, besarte.
-¿Por qué carajos me besarías? pregunté levantando la voz.
-Kiss me, and you will see how important i am.

Esa frase me enojó como nada me había enojado en mi vida. No por su naturaleza absurda, la frase como tal me parecía bellísima. Pero yo ya la conocía, ese era el problema. Nada me enojaba más que esas personas que no hacían más que citar autores y pretendían que nadie los podría reconocer. Que nivel de pedantería involucraba, que soberbia necesitaba, que molesto que me ponía.

-Cállate. le dije alejando mi cara de la suya.
-Excuse me? Respondió Silvia llevando su mano a su pecho con indignación.
-¿Por qué no hablas con tu propia voz?, ¿Por qué hablar en citas? ¡Yo conozco a Plath!
-Claramente no. Respondió.
-Puede que seas su admiradora número uno, pero no eres nadie para juzgar. Mis puños se calentaban.
-But I am.
-¡No, no lo eres! Grité y me retiré ofendido sin realmente saber por qué.
-He's clever isn't he? Preguntó Ernesto mientras me detenía el paso con una sola mano sobre mi pecho.
-He is awfully rude. Respondió Silvia.
-Niño, deberías respetar a tus mayores. Me dijo Ernesto mientras me empujaba devuelta a mi lugar.
-Te presento a mi amiga, Sylvia Plath.
-Nice to meet you too. Dijo Silvia con indudable pedantería.
-Claro, por supuesto, eres Sylvia Plath, y yo soy Gertrude Stein, y tú seguramente eres Hemingway.
-Well, I am. Respondió dándome media sonrisa.
-Come on, sígueme niño. Vámonos a beber junto al rio.

La situación era tan estúpida que decidí no discutir. Caminé junto a los dos supuestos escritores y vi como el sol se escondía y como la ciudad comenzaba a brillar. El frío aumentaba y mi cuerpo no se demoraba en darse cuenta, el temblor se apoderaba de mí y Ernesto me dio la botella de whiskey. Yo tomé un buen sorbo para calentarme e intenté no vomitar. Ernesto me dijo que si quería ron debí haberlo dicho y no respondí. El camino por el que andábamos era bastante bello, a la izquierda estaba el rio y a la derecha la carretera que conectaba a Salamanca con Madrid. El ruido era mínimo, si se prestaba atención se escuchaba al viento y al rio, y era divertido ver como los estudiantes salían a correr. Algunos con mucha técnica mientras que otros claramente corrían para no quedarse en su casa intentando no llorar. La noche cayó del todo y los tres llegamos en silenció a una pequeña isla que estaba dentro del río. Ernesto se sentó en el pasto y abrió con su zapato la botella de vino francés que había comprado. Silvia caminaba mirándome con desprecio y yo solo estaba allí enojado.

-Tienes que relajarte muchacho. Me decía Ernesto.
-Tienes que aprender un poco de modales. Seguía Silvia.
-Ustedes tienen que madurar. Decía yo.
-Te dará mucha vergüenza cuando te des cuenta de que yo tengo razón. Dijo Ernesto.
-Te debí dejar allí en ese bar con tus malos sonetos matemáticos. Dijo Silvia.
-Ustedes están muertos. Dije yo.
-¿Y? Preguntó Ernesto.
-Me cuesta trabajo creer que los fantasmas de ustedes dos, no solo son amigos, sino que se pasan la eternidad caminando por Salamanca.
-No pasamos la eternidad por aquí. Dijo Silvia. Venimos cuando queremos conocer gente nueva.
-¿En Salamanca? Pregunté. Aquí no hay nada, hay estudiantes y hay fiestas pero nada más.
-Salamanca es una buena ciudad para la gente que se busca suicidar. Respondió Ernesto.
-Y hay mucho artista. Agregó Silvia. By the way, Ernest y yo no somos amigos. 
-No le caigo muy bien, pero yo la obligo a estar conmigo. Dijo Ernesto riendo.
-You are an ass. 
-Fue mal tiempo, si no nos hubiéramos suicidado tan próximos en tiempo, no nos habríamos ni cruzado.
-It's about time dear.
-Bueno niño. Me dijo el supuesto Hemingway. En pocos minutos nos tendremos que ir. ¿Vienes?
-¿A dónde? Pregunté. No era yo creyera que él era realmente Hemingway, pero tampoco quería que se fueran tan pronto de allí.
-No sabemos todavía, pero ya se nos acabó el tiempo aquí.
-Just give him a gun.
-Yeah no ovens around here.
-You are hilarious...

Hemingway (por algún motivo esa pequeña discusión me había conseguido convencer de que era él) de la nada había conseguido una escopeta, y me la dio elegantemente.

-No vas a ser famoso chico, pero eso debería darte igual.
-También es posible que simplemente mueras. Agregó Plath. Nada garantiza que despiertes con nosotros.

Sentí el peso de la escopeta en mis manos y miré a la dorada catedral a lo lejos.

-Salamanca es una buena ciudad para la gente que se busca suicidar. Dije y esperé despertar con ellos...

No desperté con ellos. Pero aunque sea desperté. Dediqué mi eternidad (y todavía lo hago) a escribir sonetos y esperar que Silvia los apruebe cuando pasa por aquí. A veces me acerco a los jóvenes escritores que se sientan a escribir en caballerizas y les cambio sus tés y sus cafés con leches por cervezas, y si ya tienen una cerveza les pongo ron. A veces leo sus poemas y sus cuentos, y si me gustan se los digo, pero parece que nunca me escuchan. Para mi sorpresa el camarero todavía me reconoce, pero ya no me cobra. A veces me pregunto si él también se habrá matado queriendo ser amigo de Hemingway y de Sylvia Plath. Pero prefiero no preguntarle. No tiene sentido hacer incomoda el resto de la eternidad.

viernes, 6 de febrero de 2015

Un perro con mala memoria

Me despierto emocionado. ¡Hoy no está lloviendo! ¡Eso es bueno! Eso es muy bueno! Los días que no llueve pasa algo que me hace muy feliz, algo que me da ganas de mover mi cola y que no pasa los días que está lloviendo. No recuerdo que es eso que pasa. ¡pero sé que va a pasar! Tengo hambre, camino por la calle dónde duermo todas las noches  y comienzo a olfatear. Reconozco muchos olores ¡Muchos! Reconozco el olor a queso, el olor a carne, el olor a humanos. Me gusta el olor de los humanos, siempre es el mismo pero ligeramente diferente. Hay humanos que huelen un poco a sudor, otros que huelen un poco como flores, y otros que huelen también a aceite de almendras.
A mí me gustaría vivir en una casa con humanos. Ser como esos cachorros que veo a veces caminando amarrados a una cuerda que lleva el humano de la mano. Los humanos toman de la mano a las personas que quieren, a sus crías, a sus parejas, y a veces a sus amigos. Pero los humanos no pueden tomarnos a los perros de la mano, ¡Entonces nos ponen las cuerdas! Que afortunados que son esos perritos que halan y halan a sus humanos. Los envidio a decir verdad. Un poco porque tienen una casita donde dormir, un poco porque tienen quien los acaricie, pero también los envidio porque son pequeños. Yo ya soy un perro viejo, no puedo correr con tanta alegría, ni podría halar a un humano con mucha fuerza. Además no soy tan lindo como esos cachorrillos. Mi pelo no brilla, mi cara está caída, y me falta media oreja. Lo peor de todo es ¡que no sé qué le pasó a la otra media oreja! Hay muchas cosas que no recuerdo, hace años (creo) que perdí mi memoria. Puedo recordar ciertas cosas antes del día en el que perdí mi memoria, pero no recuerdo nada nuevo desde entonces. Cada día comienzo emocionado, pero confundido. Cada día despierto siendo un cachorro, hasta que me veo en un charco o en un rio. Entonces me doy cuenta que me volví viejo sin saberlo. ¡Pero no dejo que eso me ponga triste! ¡Todos los días pasan cosas nuevas y emocionantes! ¡Especialmente los días en los que no llueve! Y si no recuerdo qué es exactamente lo que pasa, ¡Más lo disfruto en el momento que pasa!

Me como una buena pierna de pollo que encuentro en la basura. Los humanos matan y matan animales, pero nunca se los comen completos. Quitan la piel y quitan el músculo, ¡pero se olvidan del hueso! Me llevo el hueso en mi hocico hasta el banquillo en el qué desperté y me dedico a morderlo. Lo muerdo y lo muerdo mientras veo a las personas pasar, algunas crías me miran con ojos gigantes y me estiran sus manos, ¡quiero jugar con ellos! pero sus padres no me dejarían, le gritarían a sus crías y a mi me darían una buena patada. Ese es el problema de los perros que no encontramos una familia cuando éramos pequeños, crecimos y ya nadie nos quiere ni mirar. Muerdo mi hueso y muerdo mi hueso. Huelo un aroma familiar, un aroma que no reconozco ¡pero que conozco! No sé qué estoy esperando, pero estoy listo. Mi oreja y media están levantadas, mis piernas tencionadas y mi cola contra el suelo. El olor se aproxima, escucho pasos. ¡Pasa una sombra, corro tras ella! Estoy corriendo muy rápido, estoy corriendo y me siento feliz ¡me gusta correr! Hay un hombre al lado mío, y el está corriendo conmigo también. Me mira y lo miro, el hombre me sonríe. ¡Que linda es la sonrisa de un hombre adulto, que linda es la sonrisa de mi amigo! Estamos corriendo por las calles y yo ya no recuerdo de donde vinimos, ni quien es él. Odio mi mala memoria, no recuerdo donde perdí la buena. Pero recuerdo mi último momento antes de perderla. Yo era un cachorrillo, muy bonito y gordito. Estaba en una caja con todos mis hermanos y muchos humanos venían a vernos. Nos sacaban de la caja y nos daban besitos en la nariz, y si ellos olían rico nosotros les lamíamos la cara. Y una cría en especial jugaba mucho conmigo. Tenía una pequeña pelota amarilla  que me dejaba seguir.
El hombre deja de correr y yo me detengo también. El hombre me toca la cabeza y me siento, destapa una botella de agua y me da un poco ¡y que rico sabe! ¡El agua de los humanos es lo mejor! El hombre me hace un movimiento con la mano y se retira y a mí me da sueño. Encuentro un banquillo cercano y me pongo a dormir.

Me despierto sin ánimos, hoy está lloviendo y tengo frío. Los días que llueven son días menos divertidos, aunque no sé muy bien por qué. Los días que llueve son días en los que yo siento miedo. Los humanos casi no caminan, sino que andan en sus maquinas ruidosas que atacan a los perros con su luz. Esas maquinas me dan mucho miedo, son animales que rugen pero que no respiran. Animales que están muertos, pero que de repente despiertan y corren. No me gustan los días que llueve porque mi pelo está mojado, y cuando intento entrar en una tiendita caliente, los humanos me gritan y me atacan, y yo no puedo hacer nada. Si me intento defender me pueden matar, así que solo lloro y salgo a la lluvia otra vez. Cuándo yo era un cachorrillo esto nunca pasaba. Si teníamos frío mis hermanos y yo nos juntábamos y lo dejábamos pasar. Pero hace mucho tiempo que no veo a mis hermanitos. La última vez que los vi estábamos todos en una caja, pero una cría me sacó. Me sacó y jugamos con una pelota pequeña. ¡Él la tiraba y yo le empujaba más lejos! Y los dos corríamos. Su madre le gritaba, claro, en especial porque estaba lloviendo. Pero él y yo no dejábamos de jugar. Él tiraba la pelota y se reía, yo la pateaba y él se reía. Reconozco un olor familiar, pero también hay un olor nuevo.
Bajo una sombrilla camina un humano junto a una humana. No se toman de la mano, pero se siente que quieren estar cerca. El humano se me acerca y me toca la cabeza. Le murmura algo a la humana que yo no entiendo y ella se agacha acercándome su mano. Yo a los humanos les tengo un poquito de miedo, en especial si sus manos están muy cerca, pero el hombre huele muy familiar. Me acerco un poco a la mano y entonces lo huelo. ¡Huele a carne! ¡La mujer tiene carne en su mano! Me acerco con cuidado y muerdo una esquinita de la carne, la halo para atrás y la mujer sonríe. El hombre le toca el hombro y juntos se van. Yo me quedo mordiendo la carne, no quiero tragármela todavía. Pienso en ese niño con el que jugaba en la lluvia y me da miedo. Recuerdo las luces, recuerdo la pelota amarilla, recuerdo el grito de la mamá. Creo que yo seguí esa pelota, creo que uno de esos animales que me dan miedo la vio también. Y por eso me atacó... Pero no... no me atacó a mí, lo ataco a él. El niño me empujó y el animal lo atacó, y en algún segundo allí perdí mi oreja y mi memoria. Me siento triste y me trago la carne, tengo mucho frío, tengo que dormir.

Cada día estoy más viejo, y cada día me despierto sin saberlo. Pero no pasa mucho tiempo sin que me de cuenta. Mi oído ya no es tan agudo, y los olores se comienzan a mezclar. Hay días de sol en los que tengo mucho animo, pero en los que no me puedo casi mover, y hay días de lluvia en los que los humanos no me atacan, solo me miran con tristeza y una extraña solemnidad. Hoy está lloviendo, y ahora siempre que veo una de esas maquinas de luces recuerdo a ese niño, y a su olor familiar. Yo creo que ese niño está vivo, no puedo explicarlo pero creo que lo está. Quisiera verlo y disculparme con él, quisiera que me adoptara y que pudiera lamerle los pies, y hasta quisiera volver a jugar con la pelotita amarilla. Pero no creo que lo vuelva a ver ¿Cuȧnto tiempo habrá pasado? Seguramente él no se ve como se veía, seguramente él no se acuerde de mí. Yo intento no estar triste, pero últimamente es más difícil, y últimamente llueve más. Escucho unos pasos acercarse, y rápidamente pasa una mujer. De su cara caen gotas saladas y su olor me resulta familiar. Pero es más familiar el olor que la persigue, el hombre que corre detrás. Este hombre creo recordar corre solo cuando no llueve, y hoy esta lloviendo, entonces algo debe estar mal. Hago un último esfuerzo y me levanto, corro tras él. El voltea y me mira, y sonríe, él y yo somos amigos aunque yo no lo recuerde y yo estoy aquí para él.

Escucho el rugido de animal muerto, veo la luz salir de entre la lluvia. ¿¡Dónde está él!? No, no, no, no, no. Vamos nariz, vamos. Su olor está en el piso, él está en el piso, yo estoy junto a él. La mujer que corría se detiene y se cubre la boca. Se acerca y cae de rodillas, el hombre no respira, no respira, mi amigo no respira. Recuerdo la lluvia, recuerdo las luces, recuerdo a mi amigo. La mujer me mira y me da miedo, me va a pegar ¡No es mi culpa! Perdón, perdón, perdȯn. La mujer salta sobre mí y solo suelto un pequeño gemido. La mujer me abraza, la mujer llora, la mujer me necesita. Yo soy un perro viejo, no soy un cachorro, no puedo consolarla como un cachorro podría. Pero le lamo la cara, ella también perdió a su amigo. Llega otro animal de luces y con muchas luces esta vez. Se llevan a nuestro amigo, la mujer se sube en el animal, y a mi me sube también. Es una noche muy larga, y yo no sé dónde estoy, tengo mucho sueño pero no quiero dejar a la mujer sola. No puedo quedarme dormido, no puedo quedarme dormido, simplemente no puedo.

Despierto. Estoy en una casa caliente, hay fuego cerca, tengo miedo. Nunca he estado en una casa de humanos sin que me peguen, necesito irme, ¿por dónde puedo salir? Encuentro una puerta, y debajo de ella hay sombras, la puerta se abre. De la puerta sale un niño, no es solo niño. ¡De la puerta sale el niño! No sé cómo, pero de la puerta sale el niño de la pelota y me abraza. Él no está viejo, pero yo si. ¿Él me recuerda? Detrás de él está una mujer que me parece conocida, su olor es familiar. Sus ojos están tristes, pero su cara sonríe. ¿Qué pasa? ¿Dónde estoy? La mujer tiene un collar y una cuerda, y me la amarran al cuello. El niño me toca la cabeza y me coge de la mano, o de la cuerda, es igual. Salimos a la calle y soy un cachorrillo, tengo fuerza, quiero jugar. El niño juega conmigo y su madre nos mira a lo lejos, nos regala una pelotita amarilla muy muy viejita. Tan viejita como yo. Pero que todavía funciona y todavía puede jugar. ¡Yo también todavía puedo jugar!
Jugamos por horas y volvemos a la casa, el niño se acuesta y yo con mucho cuidado me acuesto en sus piernas. Yo soy un perro viejito, pero mañana de eso no me voy a acordar. Para el cachorro de hombre yo soy un cachorrillo,y para su madre creo que soy un viejo amigo. Mañana no me voy a acordar de nada pero eso me parece bien. Tengo a mi amigo conmigo, aunque se vea un poco distinto.

Yo me debo ver distinto también...


domingo, 19 de octubre de 2014

Armadura, botas, espada

Otro día comienza en el reino y todos los plebeyos se comienzan a preparar para un día más.
Los panaderos calientan hornos, los pescadores cuentan carnadas y los pastores saludan ovejas.
Comienza otro día en el reino y todos los nobles se preparan para vivir su día.
Los príncipes entonan sus liras, los tesoreros cuentan monedas y las princesas reconocen a sus doncellas.

El sol deslumbra al reino y en una casa cercana a la muralla de la ciudad un caballero se preocupa por todas las cosas que ese día tiene que hacer. El caballero, comiendo un pedazo de pan y tomando un poco de agua se repite a sí mismo las mismas tres palabras que se dice todos los días al desayunar. Armadura, botas, espada. Armadura, botas, espada. Armadura, botas, espada. El caballero sabe que estas tres palabras pueden sobrar, todos los días lleva la misma rutina, y nada nunca se le queda en su hogar. Armadura, dice mientras piensa en la bestia de la que se tiene que encargar. Botas repite pensando en la invitación a comer que recibió después de salvar la ciudad pocos días atrás. Espada, concluye pensando en que ese día no podía llegar tarde otra vez. 

El caballero sale de su casa y acariciando sus muñecas reflexiona los rumores que ha escuchado sobre las tierras al sur, rumores de objetos mágicos que miden el pasar del tiempo en unidades. Él sabe que como caballero su mayor defecto es siempre llegar tarde, y que el único enemigo al cual nunca logra derrotar es el tiempo. El caballero considera la posibilidad de emprender un largo viaje hasta encontrar uno de estos objetos, le gustaría mucho saber cuánto tiempo le queda cada día, y no tener que correr siempre hasta el final. Pero por el momento eso no era importante, por el momento lo importante era encontrar a la gran bestia y vencerla para poder entregarla y cobrar. 

El caballero en sus manos siente ansiedad, esa extraña ansiedad que se siente cuando algo se olvida o cuando se tienen muchas ganas de golpear algo. El caballero sabe que camino tomar para llegar rápidamente a la bestia, tomarla por sorpresa y matarla sin mayor problema. El caballero toma la ruta y la recorre con prisa, el caballero no se quiere quedar sin tiempo al final del día. El caballero se siente satisfecho al encontrarse con la bestia rápidamente, y se alegra más al verla dormida. El caballero se acerca lentamente a la bestia, termina a pocos centímetros de ella y se toma un segundo para apreciar sus dorado pelaje, sus gruesas patas y su fuerte mandíbula, pero no teniendo tiempo para gastar se apresura a levantar su brazo para así desenvainar la espada que todas las mañanas pone en su espalda.
Desafortunadamente para el caballero, la bestia, sintiendo su presencia despierta y lo embiste antes de que su brazo llegara a su destino. El caballero, ahora en el suelo detiene las fauces del gran felino pensando en lo poco conveniente de la situación, la idea era terminar con la bestia rápido para no llegar tarde ese día también. El caballero había comido un pan pequeño, bebido poca agua, y solo había repetido tres veces las tres palabras rutinarias (que normalmente repite entre nueve y once veces) para ese día no quedarse sin tiempo. Pero la bestia no parece interesada en su afán, la bestia tiene hambre y tiene la fuerza suficiente para mantener al caballero contra el suelo. Armadura, piensa el caballero, agradeciendo a sus vestimentas la protección que le brindaban y pateando una gran piedra cercana a su pie en dirección de su mano. Armadura, piensa mientras deja que la bestia le muerda el protegido brazo izquierdo para desocupar el derecho y con este tomar la gran piedra que con un golpe en la cabeza terminaría a la bestia. Armadura, responde sonriente cuando el hombre que  le paga su recompensa le pregunta su secreto para poder haber vencido a la feroz amenaza. 

El caballero iba bien de tiempo, el haber acortado su rutina matinal y haber tomado la ruta más rápida para vencer al animal, le proporcionó un margen suficiente para haberse demorado contra la bestia y todavía no quedarse sin tiempo. El caballero piensa en el siguiente asunto del día, ir a la casa de una agradecida familia a comer una caliente comida y discutir un poco de temas de actualidad. El caballero tiene mucha hambre, y camina a paso veloz para poder llegar rápido, comer rápido, hablar rápido y así finalmente retirarse rápido. El caballero caminaba a prisa por el sendero cuando la lluvia comienza a caer, y maldiciendo a esta se refugia bajo un viejo árbol. El caballero no puede darse el lujo de esperar a que la lluvia se detenga, el caballero no se quiere quedar sin tiempo, pero el caballero también es consiente de que con el sendero mojado, no puede caminar al mismo paso, arriesgando el caer en una zanja o el resbalarse y rodar en el lodo llegando en condiciones poco presentables a la casa de su anfitrión.  El caballero sentado ve sus pies, y sonriente se levanta agradeciendo su rutinario ser. Botas, dice mientras siente la estabilidad en sus pies al pisar el lodoso camino. Botas, repite pisando un charco sin miedo a mojar el interior de estas y enfermarse después. Botas, responde el caballero cuando sus anfitriones le dicen que no esperaban verlo hasta después de la lluvia y le preguntan que cómo es posible que hubiera llegado con tanta rapidez. 

El caballero encuentra la comida exquisita, la come sin discreción y el gusto le hace olvidar un poco la sensación de ligereza que siente en su espalda, la ansiedad que siente en sus manos, y el miedo que le tiene al pasar del tiempo. Esto se interrumpe cuando el hombre de la casa que los protege de la lluvia pregunta el motivo del afán del caballero. El caballero reposando su espalda sintiéndose inusualmente cómodo, responde que todos los días lleva a cabo pequeñas tareas, come en casas ajenas y siempre llega tarde a una casa que parece ser todos los días aterrorizada por un caballero criminal. El caballero dice que no se quiere seguir quedando sin tiempo, y explica que esa mañana no tomó el tiempo acostumbrado en arreglarse, no llevó su rutina de memoria a cabo, y que por consecuencia todo parecía indicar que ese día podría interceptar al bellaco. El hombre de la casa no responde nada y el caballero se despide saliendo de la casa, acomodando la armadura y apretando las botas. Armadura, botas, espalda, dice riendo por su juego de palabras y camina, saboreando el tiempo que no ha perdido, en dirección de la casa dónde el l día tendrá lugar.

El caballero llega a la casa y pregunta a la joven que vive en ella si el deshonrado hombre ha llegado ya. Ella niega con la cabeza, pero se detiene al encontrar en la distancia a una silueta que no tarda en señalar. El caballero voltea y siente rabia al ver a su oponente, mas a la vez siente placer al haber conservado el tiempo suficiente. El caballero deshonroso corre en dirección del caballero afanado y el caballero afanado le responde con la misma acción. Espada, dice el caballero sintiendo ansiedad en la mano, en la espalda y en el corazón. ¡Espada! grita deteniendo su correr y recordando la ligereza en su espalda y la comodidad al reposarse en una silla sin haber tenido que desarmarse... Espada... susurra mientras siente la cuchilla de su enemigo atravesarle el vientre, pensando en como en lugar de repetirse armadura, botas, espada, en su casa. Se tomó el tiempo de pensar en como no podía quedarse sin tiempo hoy.

Armadura, botas, espada. Dice el caballero una última vez. Dándose cuenta que en la vida, tanto los príncipes como los panaderos, y hasta los habitantes del sur con sus aparatos medidores de segundos. un día, sin importar sus afanes y lo rápido que hagan sus mandamientos. Terminan todos quedando sin más tiempo para gastar.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Poema condicional

Me dices, intentando tener excusas, que el hubiera no existe.
Que el estado condicional de la palabra le quita su valor y su propósito de existir.
Pero yo siento que hablas sin saber, que juzgas el hubiera sin conocer todo lo que puede hacer.

Yo te digo que el hubiera, hubiera existido si así lo hubieras querido.
Pues el hubiera no es algo que no fue y que pudo ser.
El hubiera es el hijo de amor que tuvieron el había y el habrá.
Es la mezcla de todas las cosas que han sido, y todas las cosas que pronto serán.

El hubiera es la dimensión siguiente y anterior a la nuestra. 
Es la dimensión en la que nuestros sueños son realidad y en la que nuestros futuros son seguros.
El hubiera es un mundo en el que hemos estado juntos, y en el que todavía lo vamos a estar.
El hubiera somos tú y yo. En el presente en el futuro y en lo que ya ha pasado.
Claro, todo esto con la excepción de que el hubiera siempre fue inmortal.

Entonces te digo que el hubiera no solo si existe, sino que es lo que espero un día tener.
El tiempo es algo simple y aburrido.
El hubiera es algo entretenido.
Y nosotros somos todo lo que con ellos queramos hacer.

domingo, 3 de agosto de 2014

Poema real

¿Puede el enamorado diferenciar caer de volar?
Un enamorado se eleva, se eleva con su enamorada.
Se eleva porque ella lo ama, porque ella lo necesita.
Un enamorado le escucha, le pone atención y siente interés por sus historias.
Pero ¿qué pasa cuando todo lo ha contado?
¿Puede el enamorado diferenciar entre algo nuevo y algo olvidado?
Tal vez el enamorado olvida a propósito, olvida para volver a escuchar.
Para no tener que perdonar.
¿En qué momento comienza a ser caer y deja de ser volar?
¿Cómo puede el enamorado darse cuenta?
Él, con sus ojos cerrados solo siente el viento en su cara.
Solamente siente las manos de su amada apretando con firmeza.
El enamorado cree que el miedo de ella, el miedo que le hace apretar con fuerza.
No es más que decisión, que certeza.
Él confía en ella mientras ella busca la fuerza para poder soltarse.
Él se comienza a dar cuenta, y quiere soltarla, dejarla ser feliz.
Pero él sabe que si la suelta, uno cae y otro vuela.
Uno se estrella contra el suelo, otro muere solo en el aire.
Por ella es más fácil olvidar. Olvidar lo que hace, olvidar lo que dice.
Escuchar todo por primera vez, una y otra vez.
Sufrir por las ofensas frescas, siempre sintiendo la primera herida.
Decirle que si juntos se elevan nada va a suceder.

Sabiendo que juntos caen más rápido desde el momento en el que se dejaron de amar.

miércoles, 9 de julio de 2014

Parte 3

-No sé si no te creo, o si no te quiero creer Daniel.- Dijo la voz de Carlos desde su celular con tono de derrota.
-¿Dónde dices estar?-
-Zihuatanejo.- Respondí murmurando con un poco de vergüenza. -Carlos... Tengo que pedirte algo.-
-¿Quieres dinero verdad?-
-No, necesito otra cosa.-
-Te acabo de transferir a tu tarjeta todo el dinero que vas a necesitar para recorrer el mundo dos veces.-
-Gracias Carlos, pero...-
-Pero esta es la última vez Daniel.-
-Lo aprecio, pero déjame hablar.-
-No te quiero escuchar, disfruta el dinero, disfruta tu viaje, regresa a mi perro, regresa mi coche y entiende que ya no te volveré a dar la mano desde hoy.-
-Carlos.-
-No, adiós.-

Llamar a Carlos resultó muy diferente a todo lo que esperaba. Se suponía que al llamarlo, él me daría un regaño, me preguntaría mis intenciones y finalmente entendería todo para después darme la documentación de Arturo. Pero en lugar de esto, Carlos no me regañó, me transfirió mucho dinero y me dio la espalda por primera y última vez. Mis sentimientos no podían confundirse más. Por un lado estaba frustrado por no haber progresado nada en el caso de Arturo, por otro estaba triste por perder el apoyo de mi hermano, y por otro estaba muy tranquilo y cómodo con este nuevo capital en mi cuenta bancaria.

Caminé hacia las mesas en donde estaba Eva y le conté que Carlos no quería saber nada de mí y que no había podido conseguir los documentos de Arturo. Ella me miró con cara de condescendencia, como si este resultado hubiera sido terriblemente predecible y me pidió mi teléfono para después irse caminando con este entre sus dedos.
Miré a Arturo y me sentí culpable, no era culpa suya estar aquí, seguramente tenía calor, pobre perro de nieve en este clima tan caliente. Él ahorita debería estar en su casa, tomando agua de llave, comiendo comida con sellos de recomendación y ladrándole a los pájaros de las ventanas. No aquí, no amarrado a una mesa mientras que el mar se burla de él. Y lo mismo pasaba con Eva, ella no debía estar conmigo, ella era una mujer enamorada, con una buena vida y con un buen futuro. Ella no tiene lugar aquí, jugando a ser mi niñera, comprándome ropa y dándome de comer. ¿Cuál es mi problema? ¿Por qué yo, en lugar de joderme solo a mí, me tuve que llevar también la tranquilidad de las vidas de estos bellos seres?

-Perdón- Murmuré mientras me ponía de rodillas y apoyaba mi cara en el pelo sucio de Arturo. -Perdóname por traerte conmigo.-

Arturo, confundido por mis movimientos, se intentó mover para evitar mi contacto. Pero no se lo permití, lo tomé con mis brazos y lo presioné contra mi pecho. Tal vez había perdido a mi hermano, pero todavía tenía una parte de él conmigo en su perro y no la pensaba dejar ir pronto.

Decidí que necesitaba estar solo un tiempo, o mejor dicho, solo con Arturo. Lo desamarré otra vez de la mesa y me fui hasta el Jeep de Carlos. Me quité mis zapatos, me quité mis calcetines y me quité mi reloj. Después de esto me fui con Arturo a caminar por encima de la arena y a escuchar a las olas pelear con el continente. Solté la correa de Arturo y lo vi salir corriendo. Era impresionante verlo, sus orejas giradas para atrás, sus piernas perfectamente coordinadas y su cola levantada. Poco a poco se alejaba más y poco a poco me quedaba más difícil mantener mi vista en él. El calor se sentía bien en mi cara, la brisa refrescaba lo que el sol atacaba y no pude evitar que mi cuerpo se tirara a la arena a descansar. Por unos momentos olvidé que era la sociedad, olvidé que era el humano, y me pregunté si yo podía realmente ser parte de esta especie. Lo que sabía del ser humano no era mucho, sabía cómo se ven los humanos, y yo me veía como uno. Sabía cómo hablaban los humanos, y yo hablaba como ellos. Sabía también que los humanos no tienen un corazón físico, y todo parecía indicar que yo tampoco tenía. Supongo que yo era un humano tan normal como todos los demás, aunque también creo que me hubiera gustado sentirme diferente. Poder decir que sin importar lo que fuera la sociedad yo no pertenecía a ella. Pero la realidad es que yo pertenecía tanto a ella como Eva, como Carlos, o como la mujer de los ojos felinos. Yo solo era una persona más, excepto que yo no tenía trabajo, ni dinero que yo hubiera ganado. Mierda, ya ni siquiera tenía el apoyo de mi hermano. Yo era ese miembro de la sociedad que no tiene nada que aportar, pero que no tiene la decencia de morirse, yo era ese fracasado que recuerda a los afortunados de su fortuna. Yo era ese imbécil tirado en la arena, solo, lejos de casa, lejos de su corazón, lejos de todo.

Tal vez ese era mi lugar, lejos de la gente, lejos de la sociedad. Me puse de pie y pensé en el echo que
Arturo no era una persona, sino un animal y que por eso podría estar cerca de él. Caminé por la playa hasta que lo encontré para después llevarlo con Eva, era momento de despedirme de ella.
Una vez que me la encontré estaba saliendo de lo que parecía ser la oficina del dueño de un pequeño restaurante.
-¿Haciendo amigos?- Le pregunté con un tono evidentemente burlón.
-Sí, del fax... Asno.- Me respondió dándome mi celular y una serie de papeles. -Ahora creo que me echaré unas horas al sol mientras tú organizas lo del barco ese.-

Me esperé a que Eva se fuera de allí para poder leer los papeles que me había dado. Y estos papeles eran exactamente lo que me esperaba, eran los documentos de Arturo. De alguna manera, no sé cómo, Eva había calmado a Carlos y le había pedido los documentos que me hacían falta. ¿Sabrá que Carlos me dio dinero? ¿Qué ya no la necesito como tal? ¿Será que se fue a tomar el solo para probar si me iría sin ella? Maldita sea, odio que la gente sea amable conmigo, me hace más difícil no tratarlos tan bien.
-¿Qué debería hacer hermanito?- Le pregunté a Arturo. Y sus ojos no me dijeron nada, eran los ojos de un perro y no los de una persona, él no me podía responder, era mi decisión. Y porque él no me podía responder la decisión era fácil. Eva era una persona inteligente, bonita, y que me ayudaba a hacerlo todo. Era una persona con un corazón tan bello, que se lanzó a acompañarme en esta aventura dejando su vida en pausa solo porque yo podía usar su ayuda. Ella era todo lo que una buena persona podía ser, y yo no podía llevar eso conmigo. Ella era la única clase de persona que me podría perdonar por dejarla abandonada allí, y no era como que fuera a sorprenderse si lo hacía.

Con todo esto en mente me subí al Jeep, subí el Jeep al ferri, y abandoné el continente para no volver a tocar tierra hasta estar en Sudamérica. Desde el mar me acerqué al final del bote y pude ver el lugar en el que había estacionado Eva horas atrás. Creí ver una figura caminando y sentí que estaba confundida. Nunca pude confirmar si esa figura había sido Eva o no, en todo caso nunca volví a ver a Eva, espero que haya podido llegar bien con Luis Esteban.
Tal vez la vuelva a ver algún día, y tal vez me perdoné cuando le cuente el resto de la historia.