lunes, 31 de diciembre de 2012

El jarrón no era lo importante

Carlos vivía bastante bien.
Tenía un apartamento con una habitación, una sala, una cocina y un baño.
En la cocina a Carlos no le faltaba nada. En ella tenía una estufa, un horno, una tostadora, una licuadora, un lavaplatos y si tenía un buen mes a veces compraba un poco de miel.
El baño de Carlos estaba muy bien armado. Con un inodoro, un lavamanos y una tina todo hecho de porcelana blanca. También en el baño Carlos tenía una despensa con distintas colonias y no una sino dos toallas color salmón.

La sala de Carlos no era nada espectacular. Tenía un pequeño televisor, una mesita con libros de arquitectura (aunque a Carlos no le interesaba la arquitectura en lo más mínimo), y un sofá verde.
Finalmente, la habitación de Carlos era el cuarto más grande de la casa, lo que no significaba mucho al decir vedad. Pero en esta habitación, sobre su escritorio Carlos siempre tenía una flor.
Lógicamente la flor no siempre era la misma, las flores mueren, se pudren o dejan de tener sentido. Lo que si era constante era el jarrón en el que Carlos ponía las flores. Era un jarrón de vidrio y.. Bueno, el jarrón realmente no era lo importante.

A Carlos le gustaba escribir junto a las flores. Claro, algunas flores no eran para escribir mientras que otras volvían el arte en vicio. Uno pensaría que las flores que hacían a Carlos escribir cual grafómano, eran las más hermosas y/o las más brillantes. Pero esto no era así. Carlos escribía cuando tenía flores raras, exóticas e intrigantes. Cuando tenía flores de temporada o cuando tenía flores malolientes. Mas hay que aclarar algunas flores hermosas sí hacían a Carlos escribir. Pero bueno, realmente una flor tendría que ser muy fea para no verse hermosa en comparación con ese jarrón donde Carlos las sentaba. Era una botella barata de un color amar.. Perdón. El jarrón por más inmundo que fuese no lo era importante.

Siempre que Carlos llegaba a su casa, emocionado, con una flor nueva en su mano. Él ya sabía que nombre iba a llevar la planta. Siempre nombres de mujer, a Carlos le gustaba que fuera de esa manera y no de otra. Algunas flores tenían nombres que empezaban con "m". Como María, Melissa, Miranda o Mónica. Algunas otras eran bautizadas con "j". Como fue el caso de Johanna, Jean Claudette, y Jasmine. También hubo casos de flores con la "m" dentro del nombre y no al principio. Los casos más notables fueron Emma y Amanda. Hubiera sido normal que el jarrón hubiera sentido envidia hacia las flores, sí es que los jarrones son capaces de sentir tal emoción, pues el jarrón nunca había sido bautizado. Realmente Carlos ni siquiera lo llamaba por lo que era "jarrón" sino que obviaba su existencia, poniendo las flores en él sin darle más pensamiento al proceso.

Pasaban los años y a Carlos le fue bien en casi todos los aspectos posibles. La vejez le sentaba bien, su vida laboral era exitosa y siempre estaba rodeado de amistades. Pero él sufría por el hecho que sin importar cuán grande fuera su casa, cuán hermoso su rostro o cuán honesto su amigo. Carlos no podía encontrar una flor que no muriera con el paso del tiempo. Carlos no quería seguir cambiando de flor en flor. Carlos culpaba al jarrón, pero este no tenía la culpa. El jarrón solo era un amargado y feo pedazo de vidrio. Diseñado para decorar y prolongar la vida de las bellas flores. Él no tenía la culpa de las muertes, él también las sufría. Imaginen ustedes, cada tanto ver una nueva belleza. Posada sobre él, brillante, fresca. Bebiendo de su cuerpo, creciendo. Pero inevitablemente muriendo. El jarrón casi no podía con eso. El único motivo por el cual no se lanzaba del escritorio para acabar con todo el sufrimiento. Era que, al igual que Carlos. El jarrón esperaba que llegara el día en el cual Carlos trajera una flor que no muriera.

El jarrón y Carlos se parecían mucho. En realidad solo tenían una diferencia.
Por más que Carlos fuera esa figura, irremplazable, inteligente e influyente en la vida del jarrón.
En la vida de Carlos. El jarrón, por sobre todo. No era lo importante...

martes, 25 de diciembre de 2012

Abstinencia


Despierto, no me dejan dormir los escalofríos.
El efecto de tu droga se comienza a desvanecer y el mundo recupera su tono.
Es increíble lo rápido que una buena droga te vuelve adicto.
Es increíble lo mucho que disfruto pasar tiempo contigo.

Sale el sol y me baño para quitarme el frío.
Los temblores llegan y mis brazos se quedan dormidos.
Como quiero que me inyectes de tu heroína.
Con tu boca que viene siendo mi jeringa.

Dime bonita. ¿cuánto más tendré que esperar para oler la fragancia de tu pelo; mi cocaína?
¿Qué no ves, que solo el sonido de tu voz me alucina?
Realmente disfruto auto medicarme, dándote el rol de mi medicina.
Pero como toda droga, das resaca, como toda droga si no te tengo me haces falta.
Deja que te muerda un poquito tu cariño, que hierva tus sueños en té.

Déjame ir en un viaje sin retorno. 
Por la mente de un drogadicto apasionado por una niña de cabello corto.
Y que todo termine en una sobredosis. Que todo termine con mis brazos envueltos en ti.
Que al final tus ácidos fluyan por mis venas, y que nuestros vicios nos den la vida eterna.

viernes, 21 de diciembre de 2012

La princesa y el pastel


Caminaba yo por las calles de esta pequeña ciudad que realmente era demasiado pueblerina para ser ciudad, pero demasiado ciudadana para ser un pueblo.
Faltaba un día para el cumpleaños de mi papá y como siempre, era mi deber comprar el pastel. Nadie sabía a donde iba yo a conseguir esos pasteles que a todos les parecía encantar, pero a nadie nunca le iba a decir donde quedaba ese pequeño local. Yo era el encargado de los pasteles, solo yo lo podía saber.

Saqué un cigarrillo, lo prendí y soplé unos cuantos aritos de humo al aire. Solamente siguiendo esos aritos podía llegar al lugar donde compraba los pasteles.
Llevaba ya un par de años practicando este desconocido arte de los aros de humo, por lo que mis aritos duraban más de lo normal, solo tenía que soplar uno más o menos cada cinco minutos.

El más reciente aro de humo cruzó a la izquierda en una esquina por la cual yo nunca había cruzado. Pero los aritos sabían a donde iban; yo siempre confié en mis aritos. Cruzando la esquina descubrí una hermosa calle llena de casas anaranjadas, el arito se desvaneció y soplé otro, este siguió derecho y se desvaneció al chocar en la cara de esta preciosa niña, a la cual desde este momento me referiré como la princesa. 

La princesa me preguntó por qué le había echado un aro de humo en la cara y yo le expliqué, por supuesto, que soplar aros y seguirlos era la única manera de llegar siempre a donde tenía que ir. Ella sonrió, y me pidió que le enseñara a soplar aros de humo, ella quería saber a donde tenía que ir. Viéndole sus ojos cafés supe que ella realmente no sabía soplar aros de humo, así que le ofrecí acompañarme a comprar el pastel, una vez en el local, le enseñaría a soplar aritos de humo.

La princesa me preguntó a donde iba, yo respondí que a donde el humo me guiara, y ella me preguntó a dónde quería que me guiara. Yo le respondí que necesitaba llegar a ese lugar donde yo siempre compraba los pasteles que a todo el mundo le encantaba y la princesa demostró ser muy hábil en el arte de adivinar, ella en ese momento me dijo que entendía porque nadie nunca encontraba la pastelería donde yo compraba los pasteles, ella adivinó que yo no los compraba en una pastelería, pero admitió no estar segura de donde los compraba.

Saqué un arito de humo y la princesa lo sopló, los dos lo seguimos rozándonos las manos, pero nunca agarrándolas. La princesa y yo nunca nos agarramos de la mano, no era lo nuestro. Después de seguir el arito de humo que sopló la princesa durante un tiempo, dejamos la calle de las casas anaranjadas atrás y nos encontramos en un parque con una hermosa fuente. La princesa se sentó en el borde de la fuente y me pidió que le enseñara una parte del proceso de soplar aritos de humo. Yo le dije que el primer paso era aprender a fumar, no por vicio sino por aburrimiento. La princesa me respondió que yo ya sabía que ella sabía fumar así y yo le di la razón, la princesa se levantó de la fuente y yo soplé otro arito de humo, pero este no era gris, este arito era azul. 

El local estaba cerca.

 La princesa se dio cuenta de lo cerca que estábamos del local y se puso nerviosa. Cuando alguien me acompaña al local de los pasteles yo siempre me escapaba de su vista cuando nos acercábamos a este, y la princesa lo sabía. Otro cigarrillo se había acabado por lo que prendí otro, claro. Pero en el momento en el que prendí el cigarrillo, la princesa también prendió el suyo. Yo le disparé un aro de humo en su cara y ella sacó su primer aro de humo. Ya no importaba si yo la llevaba o no, ella finalmente podría descubrir por su cuenta el camino al local. Más me valía aunque sea acompañarla.

Durante unos minutos miré el local y después entré para comprar el pastel de mi papá. Salí con el pastel en manos y me encontré con la princesa sentada en una de las mesas al aire libre del lugar. Ella me miró, sonrío y exclamó sobre lo torpe que había sido al nunca haber considerado que yo compraba los pasteles en una cafetería. Yo no la culpé, yo había descubierto esa cafetería siguiendo aritos de humo, bajo cualquier otra circunstancia hubiera terminado comprando pasteles en una pastelería. 

Me senté en la mesa junto a ella y sonreí. Nos dimos un corto beso y hablamos de cuantas celebraciones la princesa tuvo que esperar para descifrar donde compraba el pastel de nuestro aniversario cada año. Desde que tuvimos nuestro segundo aniversario a los dieciséis años, la princesa siempre intentaba encontrarse conmigo por accidente cada vez que yo iba por un pastel para intentar convencerme de que le dijera donde compraba los pasteles.


Pobre e inocente novia mía, ahora cada año, a ella le va a tocar ir por el pastel.

Fuego

Quiero que sepas que eres fuego.
Quiero que entiendas que quemas de una manera tan particular, tan especial, tan única. que me haces sentir como si me inyectaran metal hirviendo en mis venas azules y este calor, doloroso y placentero me recorre únicamente de pies a cabeza, solo en esa dirección.
Tú eres ese metal en mis venas que quema, pero no lastima, lastimarías si te enfriaras, te congelaras y pararas la circulación. Pero tú no lo harás, porque que fuego eres y siempre serás caliente y brillante.
No me da miedo contigo quemarme, no me da miedo que como fuego tengas el potencial de destruir con tu tacto.
Tal vez le temo, eso si, a que me ciegues brillando como solo brilla el fuego.
Porque una cosa es clara, eres fuego, no eres luz.
Que la luz nazca de ti es irrelevante, es una cualidad pero no una característica.
Quiero verte y con tus ojos prender un cigarrillo. Cocinar una hamburguesa y encender una vela.
Es pretencioso por no decir más, amar y querer tener al fuego.
A esa fuerza, impredecible, absurda y a la vez perfecta.
Porque el fuego fue el único elemento que no se limitó a crear.
Por esto el fuego se usa para fumar, que es lo mismo que besarse a uno mismo. Pero yo cuando fumo, beso al fuego. Yo cuando fumo te beso a ti.

Mi sol, mi planta

Si tuviera que compararte, usaría palabras como sol, luna o cielo.
Sí, hermosas palabras, contempladas por muchos, entendidas por pocos. Palabras que son nombre de figuras que yo sé que están ahí. que de día me mantienen cálido, expectante y protegido.
Palabras que sin intentarlo me mantienen vivo. Tú eres una y todas estas palabras, pues tu belleza, perfecta y evidente es inalcanzable
. Me gustaría que fueras una planta, que imponentemente brilla fuera de mi apartamento. Hermosa, admirable, pero cercana, real y disponible.
No sé como una planta, fuera de mi apartamento consigue sobrevivir. No es importante, me alegra el día salir y al llegar me alegra verla que siga viva.
 Como eres mi sol quiero que seas mi planta, y pues como planta ya eres hermosa, pero no eres privada. Mi esperanza es tenerte, cercana, no enterrada. Tenerte rociada y cuidada, tenerte fresca, siempre en mi puerta.
Quiero que seas planta y que el sol sea el sol. Eso al cielo se lo puedo confiar.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Insomio

La noche ya está cansada de mirar como yo no me he quedado dormido.
Mis brazos están cansados, mis ojos también.
Mi mente está agotada, el cansancio está presente, necesito dormir.
Uno se pregunta el porqué no logro dormir, uno se pregunta que falta.
Con mente y cuerpo agotados el sueño no viene, y la culpa la tienes tú.

¿Duermes contenta? ¿Siquiera duermes? ¿Qué hora es donde estás?
Por dios, quién sabe donde estás ahora mismo.
Seguramente duermes, tranquila y cálida. Sin ninguna preocupación.
Y seguramente no te das cuenta, no. Que mientras tú sueñas, sueños llenos de humo y de alcohol.
Yo no puedo quedarme dormido, ¿alguna vez te has preguntado a que horas sale el sol?

Pasa el tiempo y yo sigo despierto.
Viene un bostezo y al igual que todo, rápidamente se va.
Que mierda, que sueño, que tan desperdiciada puede llegar a ser una oportunidad.
Mientras yo tomo este puto té, tú debes estar despertando en tu mañana gris rosado.
¿A que horas sale el sol por allí?
Supongo que nunca lo sabremos. Bueno, no lo sabré, supongo que tú sí.

A ti seguramente no te importa si me logro dormir, ¿por qué debería importarme a mí?
En lo que a ti concierne ya estoy dormido, y soñando acerca de lo bueno que es no tenerte aquí.
Pensar en ti ya me dio sueño.
¡Ha! la ironía, escribirte un poema de como no duermo a diferencia de todo lo demás si parece servir.

...Mierda, ¿A quién engaño?
Esta noche seguramente no lograré dormir.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Equilibrio y las orejas de putas


Íbamos en un taxi Melanie y era domingo por la noche. Como habíamos ido a una fiesta underground decidimos no llevar más que una ropa barata 10 mil pesos y una pistola porque un maricón me tenía amenazado por chuparle las tetas a su novia.
La hora en el reloj del radio daba las 10 de la noche y recordé nuestro corto presupuesto.
-No se le olvide hombre que solo llevamos 10 mil. Le recordé al taxi y este se detuvo.
-Hermanitos ya pasamos ese número hace rato. Respondió poniéndole seguro a las puertas.
-Pero si la señorita está dispuesta a hacer algo para completar los dejo bajar sin problema.
Tú me miraste y en tus ojos verdes pude ver el miedo y rabia que sentías. De haber estado sola probablemente le hubieras arrancado la verga de un mordisco, para después salir corriendo.
Afortunadamente llevaba mi pistola y al apuntarla al imbécil del taxista entendió que no tenia nada que hacer. Nos bajamos ahí mismo y tú me diste un abrazo agradeciéndome. Te puse un cigarrillo en la boca y lo prendí para que te relajaras. Debían ser las 10:30 de la noche y estábamos en la mitad de la mierda.

Ver tu pelo rubio brillar por la luz del fuego en tu boca me dio ganas de fumar y me prendí un cigarrillo para mí mismo. Saqué el humo de mi boca bruscamente y te dije que estaba mamado, que me mamaba que los taxistas fueran imbéciles y que si uno no anduviera armado tendría que ver a sus amigas mamárselo a esos idiotas.
Tú me dijiste que entonces nos escapáramos y te creí por lo que te di un beso y te agarre la mano demostrando aprobación.

Los dos sabíamos que ese beso era el primero que nos dábamos, pero ninguno le dio importancia. Tú y yo no éramos novios ni amigos con derechos. Ese beso nos volvía en algo más interesante, algo más valioso. Ese era el beso que le daba un hombre a su cómplice diciéndole, si nos vamos a la mierda pues bueno aquí estamos de igual manera. Esa noche intentamos dormir en un banco junto a una fuente en el centro, pero un vagabundo nos despertó diciendo que ese era su puesto y que nos largáramos.

Terminamos durmiendo en el pasto del mismo parque. Tú me agarrabas el pelo para no tener frio y yo te agarraba de la teta izquierda para estar cómodo. Esa mañana de lunes nos bañamos en la fuente frente a muchos niños y sus abuelos, pero no nos importo. Ya nos habíamos escapado y el mundo no era nuestro problema.

Cuando nos dio hambre tú me miraste, sacudiste tu pelo amarillo que estaba putamente sucio y eso me dio ganas de cargarte en mis hombros. Lo hice y me dijiste que viste un peral, te acerque y bajaste unas peras y el desayuno ya estaba servido. Esa noche pasamos por la casa de mi amigo Tomás pero no para volver al mundo sino para comprar anfetaminas. Yo nunca las había probado pero tu boca decía que sí y uno no puede simplemente decirle que no a un rubí.

Al probar esa mierda mi amor por todo creció y me volví eléctrico.
Bueno debería ser honesto, mi amor por todo no creció, mi amor por ti dejo de ser amor y se volvió en pura energía por lo que te agarre del cuello y en el piso del parque del centro te hice el amor.  Pasó un grupo de pandilleros en bicicleta y te chiflaron, yo me pare y le dispare a uno en la jeta, los otros se quedaron mirándote y tú les dijiste que si querían se las mamabas pero les cobrabas mordiéndolos al final. Los maricones se fueron en sus vehículos y tú y yo seguimos en lo nuestro excitados por el momento.
                                   
El martes desperté y el mundo era otro. Yo tenía sangre en mi conciencia pero pelo amarillo en mi cara. Tú dormías en silencio, nunca te había visto dormir tan bien en tu propia cama por lo que te deje unos segundos ahí mientras me iba a robar unos panes de un puesto en la esquina. Regrese y tú estabas bailando con las palomas cerca de la fuente. En ese momento supe que cuando me dijiste que nos escapáramos no pudiste usar mejor palabra. Éramos prisioneros, en una cárcel en la que no bailabas con palomas y en la cual no eras mi cómplice, en la cual no hacíamos el amor con un cadáver al lado y en el que un peral no era desayuno.

Esa noche tú y yo éramos inmortales. Caminábamos por una calle oscura sin miedo y me mordías las orejas jugando. Yo te pregunte, Melanie ¿por qué me muerdes las orejas? Y tú me dijiste que no querías que tuviera equilibrio, en ese momento me pareció que tenía sentido y me hubiera cortado mi oreja para dártela de no ser porque tres viejas aparecieron en la esquina de adelante.

Me miraron y me preguntaron si era gigoló contratado. Tú las miraste y les dijiste que me llamaba Daniel y que las iba a matar por putas. Ellas rieron y te tiraron una botella de Jack Daniels en la cabeza. Caíste al piso y tu pelo rubio agarro un hermoso tono carmesí. No me sentí como Romeo que ve a Julieta muerta por el falso veneno sino que me sentí como un perrito que acababa de perder a la perra que llevaba a sus cachorros.

Agarré un pedazo del vidrio que te había roto la cabeza y les dije a las putas estas. Ella se llama Melanie y a ustedes las voy a matar por putas. Les dispare a las tres y cayeron sin afán. Me acerque a ellas y les corte sus orejitas de putas y me las guarde en el bolsillo.
Te levante en mis hombros y te lleve a un hospital publico que había cerca. En este despertaste y yo te estaba mordiendo la oreja, me miraste y me dijiste que no te mordiera que habías perdido el equilibrio y yo te dije que no te preocuparas, que le había cortado las orejas a las putas y que ahora podrías tener mucho más equilibrio.

Entonces con labios rubí me diste un beso, pero no era un beso de cómplice sino de Julieta y entonces comprendí que era hora de volver al mundo pero de manera distinta. Alquile un apartamentico y te invite a mudarte conmigo. Vivimos muy tranquilos, al llegar dijimos a los vecinos, somos Melanie y Daniel y no nos gustan las putas y todos nos saludaron amablemente.
Nos volvimos en un par de ansíanos al pasar los años, los únicos ansíanos que en realidad ya habían escapado del mundo pero nadie entendía como.

La verdad era que el sexo nos mantenía jóvenes, el sexo y el equilibrio pues todos los domingos alguna putita aparecía muerta en la calle y no tenia sus orejas.
No parecía un trueque tan injusto si me lo preguntas a mí. Orejas de puta a cambio de pelo amarillo que da ganas de comer peras, ojos verdes que dicen puedo amarte como un ángel o cortarte la verga y labios rubí a los que nunca aprendí a decir que no.

lunes, 19 de noviembre de 2012

A mí nadie me explicó

A uno de pequeño realmente no le enseñan nada.
Bueno, de pequeño te enseñan que no sabes mucho, pero no te enseñan nada más.
No le enseñan a uno por ejemplo, que una persona a la cual nunca has visto más de tres veces en tu vida.
En un sueño puede aparecer acariciando tus manos y sonriendo.
Mientras creces, me he dado cuenta. Nadie realmente te advierte que no debes mirar a una desconocida a los ojos directamente.
Y más importante, nadie te explica que hacer si ella mira a los tuyos durante el mismo tiempo.

Uno crece y la verdad nadie le explica nada a uno.
Nadie da motivos del porqué esto es así.
Cualquier hombre perdería su tiempo, si se sentara a esperar a un sabio al cual pudiera preguntarle porqué no le gusta que alguien le guste de verdad.
Ese sabio no existe.
Ese sabio no existe porque uno envejece para darse cuenta que nadie nunca le explicó nada a uno.
Nadie puede explicar eso que no conoce, y nadie conoce mucho porque en ningún momento aprendemos a vivir.

No se puede aprender a vivir.
¿Cómo aprender a vivir, si cuando conoces la mirada de algunas personas en específico olvidas como respirar?
Vivir consiste en muchas cosas. Vasos, camas, medias, papelitos con palabras de amor, cigarrillos y pasta de dientes.
Vivir consiste en una sola cosa, una cosa con muchas formas de decirse.
Seguir adelante, aprender del pasado, jugar de vez en cuando, encontrar sonrisas, enamorarse de cosas pequeñas.
Vivir es no morir y nada más.

Uno está muriendo y uno se da cuenta que nadie le enseñó a morir.
Uno se da cuenta que el instinto no existe y que siempre hemos estado solos.
Pero también uno se pone feliz de que nadie le haya dicho.
Que solo estando solo podemos encontrar compañía.
Solo al solo se puede acompañar.

Mierda, yo no sé que es la vida, a mí nadie me explicó.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Julieta

31 de julio.
Julieta se para frente a su espejo y se apunta los botones de sus pijamas nuevos, eran azules.
Mira su reflejo y sonríe, se refresca la cara con un poco de agua y sale el baño apagando la luz.
Julieta piensa en todo lo que hizo durante el mes.
Durante todo el mes había estudiado mucho y había decidido dejar de fumar entrando el siguiente mes. Pero lo más importante era Alonso. Durante el mes de julio, Julieta había conocido y comenzado a salir con Alonso.
Julieta se fue a dormir.

1 de agosto.
Julieta se despierta en su cama vestida de azul y bosteza tiernamente. A su derecha se encontraba su clon.

31 de agosto.
Julieta se para frente a su espejo y se pone una camiseta blanca con una sudadera negra. La Julieta de julio no le había querido devolver sus pijamas azules. 
Mirando su reflejo piensa en todo lo sucedido durante el mes. Durante el mes de agosto, Julieta conoció a su versión de julio y perdió sus pijamas azules. A finales del mes terminó con Alonso y todavía seguía deprimida, pero había logrado pasar todo el mes sin fumar. Cosa que no fue fácil con la Julieta de julio llenando de humo toda la habitación.
Julieta se desea las buenas noches a su versión anterior e intenta no llorar pensando en Alonso antes de cerrar los ojos para irse a dormir junto a su otro yo.

1 de septiembre.
Julieta se despierta y al mirar a su izquierda nota como otras dos Julietas duermen abrazadas.

30 de abril.
Julieta espera pacientemente a que la Julieta de enero desocupe el espejo para poder mirarse y repasar el último mes. 
Su habitación parece sobrepoblada y realmente lo está. En la ventana se puede ver a Julieta de julio fumando mientras escucha el llanto causado por el corazón roto de Julieta de agosto.
Junto al librero está Julieta de febrero tomando otra vez el mismo libro que había leído cada mes, junto a la Julieta que en su Ipod repite las mismas canciones que en febrero resultaron en adicción.
En el escritorio están las Julietas de diciembre y de marzo hablando de lo geniales que eran sus novios. Y en el baño por supuesto esta Julieta de enero.
Julieta decide irse a dormir desnuda y no pensar en el último mes, tal vez así no despertaría con más Julietas junto a ella.

1 de junio.
Julieta, entre Julieta y Julieta se perdió.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Hoy te escribo.

Hoy te escribo, te escribo a ti porque aveces hablarte es poco.
Hoy te escribo, pero tal vez te escribo porque no hacerlo sería tonto.
Esta noche te escribo. No solo como sujeto sino como idea, te imagino en letras para poder contarte algo.
En este caso, tú en letras me resultas un poema, tú en letras eres algo que se encuentra muy en el fondo.

Hoy te he pensado, probablemente porque hemos hablado poco.
Hoy te pensé un rato, te pensé porque al hacerlo disfruto estar loco.
Ahora te pienso de noche y con frío porque no puedo extrañarte.
Aveces, como hoy, te escribo porque hace demasiado tiempo no te toco.

Perdona tú la estupidez que resulta pensarte y querer escribirlo todo.
La verdad no tengo opciones, o lo escribo en textos o mis pies lo escriben en el polvo.
Verás, a veces mientras duermo vienes a mí en fragancias disfrazadas como ideas.
¿Cómo haría yo para ignorarlas sin faltarte todo el respeto que mereces si quiera un poco?

Me voy a dormir con una sonrisa en la cara porque te veo de este modo.
Me despertaré en la mañana sin preocupaciones, pues tu imagen me lo resuelve todo.
Tal vez en algún momento el día se ponga gris. Nada puede ser perfecto y tú con tu distancia lo mantienes de este modo.
Pero yo solo sé, que después de ya un tiempo, te sigo queriendo aunque sea todo un rollo.




domingo, 4 de noviembre de 2012

Eso que parece un corazón

Comienza a sonar una guitarra, comienza una canción.
Brillan las paredes con una cegadora blanca luz.
En el fondo de la habitación me habla una ventana, una ventana que parece un corazón.
No veo camino hacia atrás; camino para adelante, camino hacia eso que parece un corazón.
A la canción se le suman unos tambores y la voz de un cantor.
Que emocionante resulta aquel momento, el momento en el que parece accesible una bella emoción.
La blanca luz se torna más intensa mientras a la canción se le suma un piano y un saxofón.
Toca cerrar los ojos para llegar a la ventana que parece un corazón, toca cerrar los ojos para alcanzar esa pasión.

La luz blanca ya se apagó, pero no me doy cuenta pues ahora solo me guía de la música el estruendo.
Toco la ventana, sí tiene forma de corazón, pero mis manos me dicen lo que mis ojos no veían.
Me dicen mis dedos que la ventana no es ventana sino que es puerta. Una puerta que parece corazón.
Abro la puerta y después mis ojos; la puerta se cierra.
Solo si cierro mis ojos la puerta puede ser y permanecer abierta.
Con los ojos cerrados pasó a través de eso que parece un corazón.
La música deja de sonar y abro mis ojos para encontrarme con que eso que parece un corazón se cierra atrás de mí.

Que terquedad.

domingo, 28 de octubre de 2012

Huele a rojo carmesí

Mientras me afeitaba, la luz del día se iba agotando. Pasaba la navaja por mi mejilla izquierda cuando por primera vez en meses me corté la cara dejando la sangre correr. Si uno pudiera oler las fragancias de los colores y de las consistencias, el carmesí de la sangre olería a pegajoso.
Me lavé la cara y la sangre dejó de caer. Me puse un poco de colonia anticipando el ardor en la cortada y me fui a mi armario para vestirme.
Para entrar al bar tendría que ponerme algún traje, por lo que me puse una camisa rosa pálido y un traje gris. Me puse un cinturón negro y mocasines del mismo color con un poco de tacón; un poco de centímetros de altura nunca sobran.

Saqué mi carro a la calle repasando en mi mente las direcciones para llegar a la casa de mi amigo, después me preocuparía en como llegar al bar. Me tuve que detener en un semáforo en rojo, rojo carmesí. El semáforo me puso nervioso, el rojo del semáforo olía a muerte y eso me dio desde miedo hasta rabia. Bajé la ventana con el botón y me prendí un cigarrillo; nunca he sabido si en esta ciudad es legal fumar y manejar a la vez, pero realmente en ese momento no me interesaba.
El semáforo cambió y yo acelere cigarro en boca. Recorrí un par de calles, di unas cuantas vueltas y llegué a mi primer destino.

Santiago traía un traje negro con camisa morada, se veía bien, se veía mejor que yo. Subió al carro y prendió un cigarrillo antes de saludarme. Me dio la dirección del bar y juntos hablamos mientras yo conducía. Santiago me habló de como últimamente la tasa de homicidios en la ciudad habían subido y de como teníamos que tomar precauciones. Me pareció un poco exagerado, pero lo escuché para entretenerme, no perdía nada y hasta de pronto aprendería algo nuevo.

Al llegar al bar dejé a Santiago en la entrada y me dispuse a buscar un lugar para dejar el carro. Al parar en una esquina cigarrillo en boca de nuevo, se me acercó una hermosa mujer que no podía tener más de  veinticinco años.
-Hola. Me sonrió. ¿Me podrías prestar algo de dinero?
-¿Para qué? Respondí instintivamente.
-El precio del lugar en el que normalmente dejo a mis víctimas subió y no me alcanza.
Esto también me lo dijo sonriendo, pero su sonrisa era otra. No era de cortesía si no de alegría.
-Pues para eso no tengo plata. Respondí. Pero si para invitarte a cenar.
Ella dudó unos segundos, se le veía en sus ojos cafés (¡qué fáciles que eran de leer!), pero después la duda desapareció de estos y la tan particular niña con todos sus olores se subió a mi carro.

La saludé con un beso en la mejilla y mientras lo hacía ella apoyó su mano en mi brazo, el sudor hizo que el rosa de la camisa se viera roja.
-¿Cómo te llamas? Me preguntó.
-Me dicen Teo, ¿a ti?
-Susanita.
-¿Ita?
-Sí.
Al acabar está breve presentación conduje hasta la zona rosa de la ciudad para tener la mayor cantidad de opciones de restaurantes posibles para que ella pudiera elegir una. Susanita quería carne.

Mientras comíamos, yo le hable a Susanita acerca de mi amigo Santiago y de como probablemente se molestaría al no tener quien lo conduzca de vuelta a su casa y ella río mientras cortaba su carne. Era impresionante la habilidad de esta mujer de ojos marrones para manejar el cuchillo haciendo finos cortes en la carne.
-Entonces, pregunté sonriendo. ¿Cuánta gente has dejado en este lugar que ahora cobra más?
-No podría darte una cifra exacta. Respondió ella con picardía. Cada semana pongo a alguien nuevo desde hace años.
-No debes tener mucho dinero extra si te cobran por esto.
-Por eso me disfruto tanto esta carne.
Reímos. Me gustaba mucho el humor negro de Susanita, poca gente puede hablar de muerte sin poner una cara seria.

El mesero se llevó nuestros platos ya vacíos y nos trajo un par de copas de vino tinto. Me molestaba el color del vino, ese color que debía oler a pegajoso, en ese momento decidí que no me gustaba el olor del rojo carmesí y por eso mismo me tomé el vino de un trago.
-¿Quieres ir a ver el lugar? preguntó Susanita aun sonriendo.
-Bueno vamos. Pagué y nos subimos al carro. Durante el viaje, me pregunté a dónde estaría yendo, no era posible que de hecho estuviéramos yendo a una fosa común o algo así.

Llegamos a un terreno baldío. Y lo comenzamos a caminar, supuse que era el lugar perfecto para besar a un extraño.
Susanita caminó hacia un hoyo y yo me pare junto a ella. Me metió la mano en el bolsillo de atrás del pantalón y dijo.
-Me gusta mucho el mundo de hoy en día.
-¿Por qué?
-Hoy en día, el humor de la gente llega a ser tan oscuro que uno puede hacer comentarios sobre muertes y a nadie le importa.
Noté el olor pegajoso a sangre que tenía la manga de mi camisa y sentí como Susanita sacaba la billetera de mi bolsillo trasero. La mire con disgusto y ella sonrío para después empujarme al hueco.
Caí y sentí como el dolor en mi espalda me inmovilizaba, miré a Susanita exigiendo una explicación y ella me dijo.
-Aveces la gente dice la verdad.
La mejor parte de morir por un disparo fue el olor a pólvora. Ya no olía a rojo pegajoso.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Con la tristeza solo se puede bailar

El escenario está a oscuras y se prende una luz que se concentra en ti. Miras al público ausente, a todas esas sillas que alguna vez fueron ocupadas y cierras los ojos. La música lenta comienza a sonar.
Mueves tu cabeza de un lado al otro, la música te libera, te orienta y te refuerza. Abres los ojos y levantas un brazo lleno de gracia. Este te dirige, se mueve a la izquierda con la musica y tus pies lo siguen, caes con las piernas abiertas al ancho de los hombros y levantas las dos extremidades.
La adrenalina te llena los brazos, el pecho y los pómulos de tu cara, eres un artista y estás feliz.
Tomas aire, te llenas tus pulmones de la fragancia de la nada y te das una vuelta en el aire.
El tempo que te guia se tensiona, la música está lenta y tú te pones pendiente de lo que pueda suceder, hay otra presencia en el escenario, negra y azul, sin cara pero con cuerpo. El tempo se acelera, estás ahora en un baile de a parejas contra tu voluntad.
Agarras impulso, te elevas del suelo como un venado que corre por el bosque y el bailarín sin cara te intercepta antes de caer. Su cuerpo se enrolla en tu torso, te estrangula físicamente pero tu alma ahoga. Juntos aterrizan y el té abraza por atrás, su mano te acaricia, su fría mano negra. Mientras recorre tu cuerpo con la oscura extremidad te quedas sin aire, sin ánimos; el bailarín negro te consume. El volumen de la música crece y giras descendiendo hasta el suelo, el bailarín sin rostro sale disparado al otro lado de la tarima.
Cada uno parado en un extremo opuesto, se miran fijamente, la música retumba y corren a su encuentro. Quedan pocos centímetros de distancia y te deslizas al mismo tiempo que él salta, ambos giran de nuevo. El baile continua de una manera hermosa, cada vez te cansas más, tus músculos queman y la boca te sabe a sal por tanto sudor. El bailarín de negro abre sus ojos por primera vez, son enormes y blancos, son honestos y consternantes, la tristeza no tiene rostro pero si que tiene ojos.
Tu tristeza es tan grande que desarrolló un cuerpo, un cuerpo negro y azul, ahora solo te queda bailar con ella. Ya entiendes que con la tristeza no puedes luchar, no puedes hablar y no puedes negarla. Solo puedes bailar con ella y aceptarla, de nuevo tomas aire. Te arden los ojos, ardor de sal, los músculos de tu mandíbula duelen por la forma en la que la has apretado. Inhalas con una fuerza digna de un maestro de yoga y corres hacia la tristeza. Ella corre hacia ti también, ambos saltan y se encuentran en un abrazo en el cual ambos tienen los pies en el aire. Están cayendo lentamente, giran sin control, ambos luchan por quedar sobre el otro. El tono de la música está más fuerte que nunca y caes encima de la tristeza. Su cuerpo comienza a desvanecerse mientras tus manos lo comienzan a consumir.
Los ojos de la tristeza desarrollan unas pupilas moradas y los ves por última vez.

Estás solo en la mitad del escenario, estas de rodillas y tu piel se derrite en sudor. Levantas la mirada al reflector unico en todo el auditorio y te sientes mejor, de tu ojo derecho cae una lagrima rosada.

martes, 25 de septiembre de 2012

Román

Román llevaba trabajando tres años en la cafetería de su cuñado. Siempre atendía las mesas del uno al seis, nunca las otras. Román, al igual que todos los meseros del planeta, con el tiempo se fue dando cuenta que los clientes frecuentes solían sentarse siempre en la misma mesa. Por esto no le gustaba meterse en la vida de estos, no le gustaba juzgar.
Como Román no se metía en la vida de los clientes de las mesas uno a seis, a él le gustaba imaginarse la vida de los clientes que se sentaban de las mesas siete a la doce.
Últimamente en la mesa ocho se sentaban diario dos personas, una era un hombre con una blanca barba, arrugas que demostraban experiencia mas no cansancio y ojos grises. La otra era una mujer, siempre fachosa, siempre vestida de rojo y siempre fumando.
Román pensaba que probablemente se trataba de una hija que había fracasado de repente y se pasó a vivir con su padre.
El cuñado de Román le pidió ese día, por primera vez que atendiera todas las mesas de la cafetería. Le avergonzaba mucho darle esa sobrecarga de trabajo, pero los últimos compañeros de Román han dejado de ir a trabajar. Además, más mesas significaban más propina.

Román dudó al principio, pero concluyó que le convenía hacerle el favor al cuñado, no perdía nada con eso. Atendió a la mesa diez y a la cinco, le llevó la cuenta a la mesa dos y comenzó a contar su propina cuando se le calló una moneda. Esta, porque así funciona la vida rodó hasta las botas sin brillar de la mujer fachosa vestida de rojo. Cuando Román se disculpó y se agachó para recogerla la mujer lo miró con desprecio, pero el viejo no solo se agachó también para recogerla, sino que le dio otra más.
Román los guio hasta su mesa y les preguntó que querían ordenar. La mujer pidió un café negro y un cigarrillo, el viejo un pie de limón.

Román le dio la orden a su cuñado y luego la llevó a la mesa número ocho. Al entregarlo la mujer encendió su cigarro y con este parecía encenderse su cabello. Román se quedó mirándola aturdido y ella chasqueo los dedos en la cara.
-Ya que está tan entretenido conmigo. Dijo la mujer. Ayúdeme a saldar una apuesta que tengo con mi amigo aquí.
Román avergonzado asintió con la cabeza y escuchó atento.
-Digamos que yo le dijera a usted. Comenzó la mujer mirando a la serena sonrisa del viejo. Que uno de nosotros es lo que ustedes llaman Dios, y el otro lo que ustedes llaman El Diablo.
A Román se le escapó una risa por la cual se disculpó y siguió escuchando.

Digamos que yo le diera la oportunidad a usted de adivinar quien soy yo, o más bien, quien es quien ¿usted que diría y por qué?
Román respondió casi instintivamente.
-Perdone mi atrevimiento, pero diría que usted es El Diablo, verá usted, el cigarrillo me hace pensar en fuego al igual que su ropa y su cabello. También como mujer la relaciono con el pecado.
Mientras que a su compañero aquí, al verlo como un hombre viejo y con ojos grises de sabio no puedo evitar verlo en el trono de Dios.
El viejo sonrió con picardía.
-¿Sí ves? le dijo la mujer al viejo. Yo no sé porque sigo aquí. No sé en que momento lograste agarrar tu desgraciada cara y volverla una figura santa, pero no es justo.
Después de decir esto miró a Román.
-Además, ¿cómo quieres que no fumé si tengo que escuchar todos sus problemas cada noche? ¡Él! ¡Él solo recibe tratos y más tratos! ¡Yo lo parí a él y a todos ustedes!

Román se perturbó con esta conversación e intentando no perder la poca propina que le quedaba se alejo de la mesa número ocho.
Desde detrás de la barra vio como el viejo acaba su pie de limón, y dejaba dinero en la mesa para después levantarse. La mujer imitó su última acción y ambos se dirigieron hacia la puerta.
Antes de salir El Diablo le guiño un ojo a Román y después Dios le levantó el dedo.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Otoño

El día que muera, tendrá que ser entre septiembre y diciembre, tendrá que ser dentro de los días veintitrés.
El día que yo muera, antes de cerrar los ojos, necesitaré saber. 
Que en un parque un cigarrillo se fuma mientras cae una hoja color café.
El día que yo muera tendrá que oler a árboles secos y a ropa color beige.
Porque de todas las estaciones, otoño es la última que deseare ver.

Cuando yo muera he de recordar, que en otoño me casé pues del otoño desde muy joven me enamoré.
Y ¿cómo no enamorarse de tan bella estación? en la cual las hojas mutan únicamente para así combinar con el sol.
Un beso nunca es tan sincero como cuando se da en otoño.
Un beso dado en esta mi favorita estación, es un beso valiente, un beso de verdadera pasión.
Si se quiere dar un beso en una situación, en la que la naturaleza desnuda se rinde sin humillación.
Abra que darlo con un sentimiento nacido de un honesto corazón.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Amor joven.

Camino por un parque cerca al centro de la ciudad. Paro unos minutos a mirar el cielo y me digo a mÍ mismo.
-Mierda, ojalá nunca se caiga.
Entonces veo que una nube comienza a bajar y me trago mi garganta del miedo que esto me causa.
Buscando refugio de la inevitable caída, me encuentro con una pareja joven. El muchacho parece de unos catorce años y la niña de dieciséis. Era una pareja no muy común pero tampoco imposible de entender.
-¡Corran! les grito. ¿No ven que el cielo se cae?
Ellos no parecen tener problema con esto, es más ¡están sonriendo! Su falta de instinto de supervivencia me causa rabia y me alejo de allí.
Llegando al centro me doy cuenta de que todo la ciudad está huyendo del cielo que cae, los transeúntes se esconden en parqueaderos de edificios con la misma cobardía de una cucaracha que huye de la luz escondiéndose bajo un refrigerador.
Por más que comparto su miedo, su comportamiento me parece ridículo. Escapar del cielo tiene que ser igual o más difícil que correr de tus propios pies.

Me encuentro solo, las calles están completamente vacías, pues todas las cucarachas han encontrado refugio. Miro al cielo y noto que está más cerca.
-Mierda, digo con voz de rendición. Se nos vino el cielo y yo aquí solo.
Pensé en dónde estarían las personas que en algún momento me quisieron como yo las quiero y qué sentirían al ver el cielo caerse.
Mis amigos probablemente estarían abrazando a sus respectivas esposas en los sótanos de sus casas tamaño familiar. La mayoría de estás esposas serian mis exparejas por lo que ya no tengo que preguntarme por ellas.
Mis padres seguramente están abrazados viendo una película o algún capitulo grabado de una serie de televisión, lo más probable es que ni se hayan enterado de que el cielo está cayendo.
Como no tengo hermanos y mis abuelos están todos muertos creo que esas son todas las personas que me quisieron, que deprimente.

Las nubes ya están a dos metros de mi cabeza y les devuelvo su amenazante mirada. En ellas veo la cara de Luna. ¡Cómo me olvidé de luna!
Luna, la muchacha más bella de la clase de filosofía y letras. Luna, siempre leyendo Cortázar y Tolkien pues para ella no existía la literatura mala. Luna, mi novia hasta el final de sus días. Luna, la desafortunada víctima de un ataque terrorista hacia el avión en el que viajaba hasta Europa para buscar una primera edición del Quijote.

A veces cuando me deprimo me digo a mí mismo que Luna está en el cielo cuidando de mí aunque nunca me lo crea. Dios una que otra noche incluso le ruego a las estrellas que Luna regrese a mí por actos inexplicables del universo. Ahora el cielo bajaba y en él debía estar Luna. ¡Mi deseo se cumplía!
Me parece irónico que Luna me este bajando el cielo a mí cuando yo era el que le prometía que un día le bajaría las nubes para que juntos decidiéramos donde vivir cuando muriéramos.
Con este corto recuerdo me di cuenta que Luna no me bajaba las nubes y que ella no estaba en el cielo, estaba destruida en miles de pedazos que aun flotaban en el mar caribe. Pero ahora yo sabía porque el cielo estaba cayendo.

Corrí evitando ver el cielo hasta el parque donde todo había comenzado. La joven pareja que buscaba estaba ahora acostada, supongo que se acostaron para poder ver el cielo solo un rato más.
Al verme la niña sonríe y dice.
-Es increíble que el novio más maduro que he tenido es dos años menor que yo.
A lo que él agrega.
-Ella es mi primera novia y por ella sería cualquier cosa.

Su alegría era contagiosa y tan enfermiza como un virus en invierno.
-Por ella bajarías hasta el cielo ¿no es así?
Él afirma con una sonrisa y ella suelta una risita.
-Mierda, Pienso. Estos dos nos mataron a todos.